Esta es una nota rápida. El lunes de esta semana Juanita Goebertus, congresista de la Alianza Verde, compartió en Twitter “algunas ideas sobre cómo identificar populistas y (sus) compromisos para hacer política sin populismo”. Está bien, pero el concepto “populismo” ha sido prostituido, desgastado y sobreexplotado en los últimos años de la política nacional —y latinoamericana— sobre todo en su sentido negativo, asociándolo a proyectos alternativos que desde la perspectiva hegemónica suponen “una amenaza contra la democracia”.
El año pasado leí el libro de Jan-Werner Müller sobre #populismo.
Van algunas ideas sobre cómo identificar populistas (de cualquier corriente ideológica) y nuestros compromisos para hacer política sin populismo.#PolíticaConstructiva#PolíticaConEvidencia#PorLaTransparencia pic.twitter.com/0pF8phYVKX
— Juanita Goebertus (@JuanitaGoe) January 13, 2020
Pero la verdad es que este uso indiscriminado del concepto se volvió en sí mismo un populismo. Definiciones hay un centenar, pero no hay consenso, más aún porque el populismo de izquierda o derecha, europeo o latinoamericano, como sean, responde a causas estructurales y culturales propias de cada contexto. Todos tienen sus teóricos que los critican a los avalan. En todo caso, el concepto tiene un uso distinto en la academia, la política y los medios de comunicación. Generalizar solo lleva a la falacia.
Así populismo es muchas cosas, empezando por lo que Goebertus y su partido hacen. Si analizamos con detalle, solo algunos recientes eventos (hay más), veremos en ellos una versión light de esos usos populistas que denuncian:
1. La Alianza Verde se hace de marketing político. Hoy por hoy son el partido que mejor maneja las comunicaciones: vende, con ciertos trucos de imagen, figuras frescas, “innovadoras” y “renovadoras”. Sin embargo, en el fondo muchas de sus tesis comulgan con estructuras tradicionales. Engañan de entrada. Se solapan. Eso es populista.
2. El Verde se ampara bajo el “faro moral” de Antanas Mockus, como alguna vez lo llamó Goebertus. Nada puede ser más populista y peligroso que pensarse a sí mismos como la luz moral de un país. Eso es propio totalitarismos que quisiéramos olvidar. Eso es populista.
3. Por esto su discurso siempre divide: expurga al otro diciéndole populista, corrupto, extremista o polarizador —así se la han pasado— atribuyéndose a sí mismos el rol de los buenos. Porque Mockus, a quien se deben, es el "faro moral de Colombia”. Dividir y expurgar es de populistas.
4. Fajardo es el heredero de Mockus. Quieren mostrarlo como el patriarca moral disfrazado de “distinto”, el que rechaza a los extremos, pero nadie sabe realmente qué proyecto oculta. Esconderse tras la neutralidad es populismo.
5. Su éxito político está, en parte, en propuestas inútiles como la consulta anticorrupción cuyo fin fue darse el título de correctores morales de Colombia. Usar una campaña de esas para acercarse a la alcaldía no solo es populista sino también politiquero.
6. ¿Vieron el video en Twitter de Luis Ernesto Gómez pidiendo hojas de vida a su correo electrónico diciendo “voy a leerlas personalmente todas”? Bueno, supongo que aún no termina con las más de cincuenta mil que llegaron. Pero noten que, aunque parece cool y transparente, no es sino demagogia, como cualquier politiquero que va a un barrio a ofrecer trabajo, pero por Twitter. Usar la necesidad de la gente para fines de imagen de gobierno es populismo. Camuflado, imperceptible, pero populismo.