“Cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje.” Aldous Huxley
En la antigüedad los grandes filósofos de una u otra forma influyeron en la política y mejor en los políticos, los cuales eran ciudadanos llamados a intervenir de la mejor forma posible en el manejo del estado.
Por esta razón no era raro ver como muchos de los más destacados pensadores en sus respectivas épocas creían tener la verdad en sus manos, creyendo que sus planteamientos harían que la sociedad obtuviera unos niveles de sabiduría que dieran sentido a la vida del ser humano y por consiguiente generar estados de paz y felicidad en toda la sociedad.
Algo que si podemos decir de la política de la antigüedad es que errados o no, eran fieles a unos ideales y tenían un poder de convocatoria increíble, fundados en gran medida en el arte de la oratoria, la cual aprovechaban al máximo para difundir y perpetuar sus ideas y críticas políticas, religiosas, filosóficas, etc. Pensamiento filosófico en la antigüedad o pensamiento político contemporáneo; algunas personas dirán que no hay punto de comparación pero veremos que la filosofía vista como ideal de justicia, paz, felicidad y sabiduría tiene los elementos esenciales para cautivar masas y esto es precisamente lo que busca la política actual, el control de las masas, no para beneficiar a la sociedad sino para dar rienda suelta a sus ansias de poder, el cual a la larga siempre tiene un fin económico.
Que distinta sería nuestra sociedad o mejor nuestra realidad social si nuestros dirigentes tomaran en cuenta algunos ideales de las distintas escuelas filosóficas de la antigüedad:
Un político sofista con un poder de persuasión basado en la oratoria, pero una oratoria en la cual los políticos en realidad aprendan a pensar, razonar y convencer a sus seguidores sabiendo a ciencia cierta lo que está diciendo y que su objetivo social esta antes que el personal.
Un político platónico que se dedique a conocer y distinguir las ideas, que en un futuro podrán conducir al pueblo hacia la justicia y el bien, estudioso del mundo de las ideas de la sociedad con la que todos soñamos.
Un político estoico que logre gracias a su sabiduría natural una absoluta serenidad frente a las oscilaciones y cambios bruscos de la fortuna, del dolor, de los placeres y las pasiones derivadas del poder.
Un político epicureista, el que destaca la virtud de la prudencia por medio de la cual disfrutará al máximo de su poder político y social sin llegar a ser dominado por él.
Un político escéptico que dude de aquellos que creen saberlo todo y quieren pasar por encima de los demás sin escuchar el llamado del pueblo en favor de la justicia social.
Pero lastimosamente el político colombiano (politiquero) de este siglo es mezquino, sin ideales, o cómo se puede explicar el hecho de que en nuestro país se esté dando un fenómeno denominado “voltearepismo” (prostitución moderna), en el cual cada uno de estos personajes se va para el árbol que mas sombra le dé, así no le gusten ni las flores ni los frutos del mismo.
Se imaginan ustedes en 100 años el legado histórico que le vamos a dejar a nuestros descendientes cuando lean la historia política de Colombia y se encuentren con personajes como los Santos, Uribe, Sanín, Holguín, Valencia Cossio, Char, Nule, etc. (solo por nombrar unos pocos), afortunadamente ya no estaremos aquí porque yo sinceramente no sabría cómo explicar que la lealtad hacía unos ideales, el sentido de pertenencia, la prudencia, el honor, la gallardía, la fidelidad desaparecieron de la clase política a principios del siglo XXI.
“A los políticos les interesa la gente, lo cual no siempre es una virtud. También a las pulgas les interesan los perros.”P.J. O’Rourke