Un cementerio repleto de fosas comunes de muertos sin identificar, huella de guerra paramilitar en la que cayeron campesinos y todo tipo de pobladores, da la bienvenida a Astrea, el presagio de un pueblo olvidado ubicado al norte del Cesar que limita al sur con el Magdalena. El recorrido para llegar a la Hacienda La Esmeralda toma veinte kilómetros de una carretera destapada por la que ya no camina ni el Ejército ni la Policía, solo los que trabajan en esta tradicional hacienda de casi mil hectáreas que durante cuarenta años fue propiedad del próspero empresario antioqueño Raúl Botero Botero.
La Esmeralda es apenas una de las quince haciendas que tiene Raúl Botero en el Cesar. Con ellas ha hecho fortuna a punta de ganadería, producción de leche, aceite de palma y agricultura, pero no es su único negocio, su principal fuente de ingresos es el comercio de motocicletas a nivel nacional. Hijo de campesinos, Raúl Botero llegó a Astrea en los años 80, era más barato comprar tierras en esta región apartada del Cesar que en las montañas antioqueñas de las que venía. Desde entonces, visitaba La Esmeralda una vez al mes acompañado de cuatro escoltas y sus empleados, todos oriundos de Astrea, coincidían en algo: lo trabajador que era el señor Raúl, quien con 94 años, no se ha retirado.
En medio de las casi mil hectáreas que comprende la Hacienda La Esmeralda, Raúl Botero mandó a construir una finca que dividió en dos casas; una para los trabajadores y otra para él y su esposa María Mercedes, a quien le mandó a construir una piscina que hoy está llena de aguas verdes apresadas por sapos y malezas. Para que sus tres hijos no se pelearan y evitar rivalidades, a cada uno le construyó una casa con piscina, pero, a diferencia de él, poco les interesó La Esmeralda.
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Con 94 años y viendo a Gustavo Petro convertirse en el primer presidente de izquierda de Colombia, Raúl Botero, un hombre que se proclamaba de derecha, uribista pura sangre y uno de los donantes a la campaña presidencial de Federico ‘Fico’ Gutiérrez, aprovechó la primera oportunidad, y contra sus principios, ofreció en venta a la Agencia Nacional de Tierras (ANT) La Esmeralda, su hacienda más preciada. Era hora de dar un paso al costado.
La negociación empezó cuando Gerardo Vega era la cabeza de la entidad y se concretó con el actual director Felipe Harmann. Aunque la Hacienda La Esmeralda era el predio más importante para la ANT por su simbólica ubicación siendo un centro en el mapa de muerte y masacres orquestadas por los paramilitares, Raúl Botero también les vendió a Yajaira, una hacienda de 659 hectáreas que tenía en el municipio Santa Bárbara de Pinto en el Magdalena. El presidente Petro entregó Yajaira en junio de 2024.
Cuando Raúl Botero decidió vender la Hacienda La Esmeralda puso una condición: que fueran sus empleados los nuevos propietarios. Un martes de septiembre de 2024 llamó a El Gordo, así le decía a David Crespo, su tractorista durante diez años y quien se convirtió en uno de sus hombres de confianza. Para la familia Crespo era una tradición trabajar en La Esmeralda, desde el papá de David hasta su hermano Álvaro, fueron empleados de Raúl Botero.
“Gordo prepárate por qué le voy a vender La Esmeralda a la Agencia” fuero las palabras que Raúl Botero le dijo a David Crespo a quien le pidió que se prepara con los otros trabajadores para que crearan una asociación y la registraran de inmediato ya que la Agencia Nacional de Tierras solo entregaba predios a asociaciones conformada por varias familias. En este caso, los empleados de Raúl Botero hicieron una asociación de 87 familias campesinas, todas de Astrea, solo una de estas familias era desplazada. Álvaro Crespo, hermano de El Gordo, fue escogido para presidir la organización.
La movida de Raúl Botero que le salió tal cual lo había planeado
El peso de Raúl Botero se siente en el Cesar. En Astrea la única asociación que ha recibido tierras es la asociación conformado por sus empleados. En lista de espera se encuentran 45 asociaciones. La Agencia Nacional de Tierras se demora hasta un año estudiando uno a uno los miembros de cada asociación, se cercioran de que no sean propietarios de tierras y no tengan casa, sin embargo, no es obligatorio ser víctima del conflicto armado. Los antiguos empleados de Raúl Botero aseguran que, por alguna extraña razón, estuvieron blindados de los paramilitares. Nunca tocaron la puerta de La Esmeralda.
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En menos de dos meses y un viaje a Bogotá después, los empleados de Raúl Botero pasaron a ser los nuevos dueños de La Esmeralda. Con bombos y platillos, el 22 de noviembre de 2024 en Mandinguilla, Cesar, Petro hizo entrega de la hacienda y otros predios en el Cesar que calificó como “10.000 hectáreas que habían sido arrebatadas al campesinado a sangre y fuego”.
Dos días antes de que Petro entregara La Esmeralda, Raúl Botero sacó su ganado, sus máquinas y la casa quedó inhóspita. Un caballo fue la herencia que le dejó a los nuevos inquilinos. En un inicio se llevó la costosa maquina con la que le hacían mantenimiento a la piscina en la que tanto disfrutó doña María Mercedes, pero a última hora cambió de decisión y también se la regaló. Pero en la Hacienda La Esmeralda donde sus nuevos dueños beben agua de lluvia, cocinan remedios para curarse las enfermedades, no tienen luz y la única televisión que veían era la que don Raúl les ponía de cinco de la tarde a ocho de la noche, no hay espacio, no hay tiempo para disfrutar de una piscina.
Pasar de ser empleados a los propietarios de la Hacienda La Esmeralda fue lo más fácil. Aunque la Agencia Nacional de Tierras envió topógrafos al predio para que le hicieran un estudio previo a la compra, apenas el pasado 20 de marzo enviaron un agrónomo quien tomó unas muestras para conocer la vocación agrícola del suelo. En el pasado, La Esmeralda se usó para la ganadería, y volverla productiva para la agricultura puede tomar años.
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Qué sigue para los nuevos propietarios, la tarea de poner a producir La Esmeralda
La asociación conformada por los antiguos empleados de Raúl Botero debe presentar un proyecto productivo a la Agenda Nacional de Tierras, ese es el siguiente paso una vez el presidente Petro hace entrega de los predios. La asociación lo debe redactar y estructurar por su cuenta, pero antes debe conocer los resultados tomados por el agrónomo. Aún no saben con exactitud la ruta que deben elegir, aunque las tierras son buenas para el cultivo de yuca, maíz y arroz, estas siembras se hacen en época de lluvia, tres veces al año, y repartirse las ganancias entre 87 familias, no lo convierte, per se, en un negocio rentable.
Cada familia debe hacer un aporte de $29.900 mensuales al fondo de la asociación para sostener la Hacienda La Esmeralda, es decir, que se mantiene con $2.601.300 mensuales, una cifra insignificante para un predio de casi mil hectáreas en el que Raúl Botero invirtió un buen capital de su fortuna para ponerlo a producir hasta convertirlo en el motor de la economía del norte del Cesar. No todas las familias cumplen con la cuota de los $29.900, algunas no han dado ni la primera cuota, pero la asociación, por el momento, no ha tomado represalias. Cada familia debe que seguir vinculada a la asociación durante un mínimo de siete años para obtener la titulación oficial de su tierra que lo certifique como propietarios, es decir, deben mantenerse unidos hasta noviembre de 2031.
El Programa Sembrando Vida de la Agencia Nacional de Tierras está destinado para apoyar a los beneficiarios de la Reforma Agraria de Petro y tiene un fondo común de $150 mil millones, en caso de ser aprobado cada proyecto recibe $700 millones mientras que el Banco Agrario o el Fondo para el Financiamiento del Sector Agropecuario (Finagro) les hará un préstamo de $300 millones. El único proyecto que la Agencia Nacional de Tierra rechaza de entrada son los que quieren producir aceite de palma pues es un proceso industrial al que decidieron no metérsele. La orden viene de arriba, del presidente Petro, para él en tiempos de cambio climático el negocio del aceite de palma no tiene futuro y ha insistido en que los productores de palma se conviertan en productores de cereales y otros alimentos. Pero desde el 2023 la producción de aceite de palma ha registrado cifra récord, alcanzando a los 1,84 millones de toneladas anuales.
En la Hacienda La Esmeralda se repartieron el predio entregando diez hectáreas por familia. Cada familia es libre de hacer con su tierra lo que le parezca, pocas son las que tienen animales, y en caso de tenerlos, no pueden tener más de ocho animales en diez hectáreas ya que el exceso de ganado o animales atrofia el suelo y, por ende, la agricultura. Las pocas familias que tienen vacas, ordeñan a las cinco de la mañana, su suerte depende de la lluvia, época en la aumenta la producción de leche. Por lo general, llenan dos tinas de leche, cada una con 40 litros de la que hacen de cinco a seis kilos de queso. Como no tienen neveras de refrigeración, alquilan neveras en Astrea y venden el kilo de queso a $16.000. No es un buen negocio la producción de queso artesanal, se vende barato y en las tiendas lo compran al doble, de $24.000 a $26.000. Las familias que no tienen animales venden el pasto a ganaderos que viven cerca.
Lo que se trabaja en la Hacienda La Esmeralda no es para consumo personal, todo es para que cada familia se sostenga y se reinvierta. No todo ha sido armónico entre las 87 familias. En noviembre cultivaron maíz, una buena época de lluvias, pero la época donde empezaron las tensiones. No todos trabajaron con la misma disciplina en la siembra del maíz, otros ni siquiera se presentaron a trabajar y, como era de esperarse, los que trabajaron protestaron. José Luis, conocido como El Loco, uno de los nuevos dueños, amenazó con no recoger el maíz dada la irresponsabilidad de los que no se presentaron. Solo quince de ochenta y siete propietarios cultivaron y recogieron el maíz. La solución a la que llegaron fue repartir el maíz en parte iguales.
Los propietarios de La Esmeralda recuerdan con gratitud a quien fue su jefe durante años y se sienten respaldados por la Agencia Nacional de Tierras y su director Felipe Harmann. Raúl Botero todavía los llama para saber como marcha la hacienda. Ellos no le mienten. El camino que tienen por delante para mantener una hacienda de casi mil hectáreas, hasta ahora con vocación ganadera, es una tarea titánica que cuesta un dinero que no tienen aunque sobren las ganas de trabajar. Son propietarios, pero con un futuro incierto.
