Un fantasma recorre el universo entero: el fantasma de las redes sociales. Las aplicaciones y el teléfono inteligente han revolucionado la forma de la comunicación. Vivimos en un mundo conectado todo el tiempo a internet, esa autopista infinita del ciberespacio.
Los jóvenes consideran que su teléfono móvil es su cerebro de repuesto, una herramienta tecnológica que les ayuda a realizar un sinnúmero de sus funciones mentales. El artefacto electrónico pretende funcionar semejante a la inteligencia humana. No por nada son llamados teléfonos inteligentes, aun cuando no están dotados de razón.
Y por eso, los muchachos de hoy en día no ven ni leen ni escuchan con interés las noticias que producen los medios de comunicación tradicionales; su actitud frente a los medios, como principal fuente de información, es radicalmente contraria a la postura de las anteriores generaciones.
A la actual generación de jóvenes les importa poco las noticias que comunican la televisión, la radio y los diarios. En cambio, les llama poderosamente la atención la información que circula en Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, entre otras redes sociales. En este minuto, Facebook opera como una fuente de información y de formación de opinión de millones de personas alrededor del planeta.
Al grueso de los jóvenes catalogados como nativos digitales o también rotulados como millennials (los nacidos en plena era digital, a partir del año de 1980 hasta la fecha de hoy) siente alergia por los medios de comunicación tradicionales, además de experimentar desconfianza hacia ellos.
Y la verdad es que no les creen nada. A los adolescentes no les interesa demasiado tener un televisor en casa, una radio para informarse, un juguete tradicional o una bicicleta para divertirse, por ejemplo, sino un smartphone o una tablet, preferentemente.
Sin lugar a dudas, hay un descontento general entre los mozalbetes, una insatisfacción diluida a lo largo y ancho de la generación de los millennials, principales usuarios de las redes sociales. Juzgan que sus necesidades comunicativas, e incluso educativas y laborales, nunca fueron satisfechas por los medios de comunicación masivos.
En los susodichos medios de comunicación hay copiosa cultura basura y prima la exclusividad. Sin embargo, las herramientas digitales (tales como Instagram y Facebook, la más popular de todas) no poseen semejante característica de exclusión, la cual (repito) es fundamental en los medios de comunicación tradicionales.
Es innegable que cualquier mortal puede tener su propio canal en YouTube, publicar vídeos, hacerse youtuber y, con dedicación y esfuerzo, volverse una celebridad del mundo digital.
Las redes sociales permiten democratizar, de modo alguno, los privilegios de los que gozaban con exclusividad incontables famosos fatuos, antes de que ocurriese el Big Bang digital, la gran explosión de las redes sociales.
En efecto, hay una camada de jóvenes cibernautas, activistas digitales, muy ciberhabilidosos, incluso más inteligentes que los teléfonos inteligentes, que ha logrado comprender y estimar en su justo valor el inconformismo que circula en las redes sociales, infiriéndolo de las emociones, sentimientos, sensaciones y expresiones de los usuarios.
En consecuencia, puede declararse que los blogueros son, en el mejor de los casos, una especie de informadores, reveladores de la verdad, formadores de opinión y guías de conductas.
Mediante sus propias interpretaciones y valoraciones de los hechos objetivos, los blogueros desarrollan un grado de influencia social.
Salta a los ojos que la empatía es la cualidad indispensable para interactuar (o conectar) con los seguidores, y lograr la conversión de los usuarios en los consabidos ecosistemas digitales.
Mientras más audiencia se consiga, mayor será la evangelización y más largo será el eco electrónico de los likes, mecanismo ampliamente conocido para medir el alcance de la simpatía, el nivel de popularidad o el margen de conexión de los suscriptores con la propuesta planteada.
Los blogueros orientan actitudes sociales —y, en ocasiones, construyen lazos de interrelación perdurables— a fin de establecer un estado de opinión pública conveniente a sus juicios y conclusiones.
Por otra parte, los medios de comunicación tradicionales no saben cómo competir o, al menos, cómo aprovechar determinadas herramientas de internet, tales como Instagram o LinkedIn, por solo citar un par.
En este orden de ideas, pongamos por caso a Instagram, la red social y aplicación móvil especializada en la publicación de fotografías y vídeos. Esta red social es la responsable de haber propiciado la quiebra y posterior reingeniería del emporio fotográfico de Kodak. De manera sinónima, Facebook y Google les han arrebatado a los medios de comunicación tradicionales una porción destacada del dinero que percibían por concepto de publicidad.
En nuestros días, Facebook es lo más similar a una agencia de noticias. Hoy por hoy cualquier persona puede transmitir un acontecimiento histórico a través de un teléfono móvil en tiempo real para el mundo entero desde el sitio de los hechos, y sin importar qué tan remoto se encuentre el lugar, e incluso sin aplicarle ningún filtro previo a las noticias para difundirlas.
Como se observa, la capacidad de difusión, quiero decir, de viralización de una información en las redes sociales es inefable: todas las palabras no son suficientes para expresarla. Aseguran los expertos en el manejo de comunidades digitales que la viralización en las redes sociales, sobre todo de una denuncia ciudadana, obedece a que esta es una forma de pago y también de agradecimiento por parte de los usuarios digitales.
Y es además el anhelo latente de romper con la dominación y la manipulación informativa, todo ello con el propósito de mostrar de manera espontánea e instantánea noticias de auténtico interés popular.
La desobediencia informativa es un fenómeno muy significativo, toda vez que refleja el hecho de que el pueblo sí sabe agradecer la comunicación alternativa, esto es, la información independiente, pronta y veraz, sobre todas las cosas; porque a las gentes no les gusta el engaño.
Tal vez fue un considerado líder social indígena de México el que expresó que las redes sociales desnudaron al poder. Por consiguiente, vale decir que las redes sociales nos han permitido saber que existe un poder detrás del poder, escondido en la oscuridad, equiparable con un gobierno mundial, el de las grandes corporaciones, pero sin ningún tipo de responsabilidad social.
Las redes sociales han consentido conocer asimismo los intereses ocultos en las tinieblas de los grupos de poder. Las redes sociales son, prácticamente, el Tribunal de Justicia de lo que parece ser la Corte Penal Internacional del mundo digital.
Es menester resaltar que en el IV Encuentro Mundial de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad efectuado en Caracas, Venezuela, el poeta y exministro de Cultura de Cuba Abel Prieto sugirió estar alerta acerca de la pérdida de la batalla de las ideas de la izquierda en el campo de la cultura, en el terreno de los medios de comunicación masivos.
Estamos intimados a ganar la paz también en el plano tecnológico, en ámbito el electrónico, en el ciberespacio y, por qué no, en el contexto de las redes sociales, en el cual se ve más fácil y favorable para obtener la victoria de los pueblos, puesto que nosotros todos estamos concentrados en el gueto digital de Facebook y Twitter, y debido igualmente a lo instantánea que es la comunicación a través de estas herramientas tecnológicas.
Tenemos que mantenernos atentos a las rendijas de los medios, con el objeto de aprovechar las antedichas fisuras, para luego denunciar sus contradicciones. Es decir, se debe evidenciar la mentira en todos los flancos, a fin de concienciar a las multitudes y terminar con la ciberguerra, de una vez por todas. Porque de cierto escribo que los medios de comunicación masivos no son perfectos, ni la mentira jamás será verdad.
Para ir finalizando, cabe declarar que los medios de comunicación tradicionales están desesperados por descubrir el modo efectivo de igualar y acaso de debilitar la comunicación instantánea de las redes sociales, la cual compite con su monopolio comunicativo, con su supremacía mediática conseguida a punta de embustes.
Aunque algunos diarios y portales de noticias han creado sus propias redes sociales, estas no son más que verdaderos pueblos fantasmas, habitados por apenas nadie.
Comparados con las redes sociales, los medios de comunicación tradicionales lucen rudimentarios. Dado su involucionado costumbre de interactuar con el público, los medios continúan siendo cual instrumentos de comunicación de la Edad de Piedra. El abismo que separa a las redes sociales de los medios de comunicación tradicionales es del cielo a la tierra.
Por esto, la forma instantánea de la divulgación de la información entre los usuarios de las redes sociales, la fugacidad para recibirla y compartirla, la brevedad para propagarse, se presenta con una facilidad difícil de igualar y probablemente imposible de superar por parte de los medios de comunicación tradicionales.
En definitiva, las herramientas digitales le han sacado una ventaja inimaginable al llamado cuarto poder: al de los medios de comunicación masivos. Y es en esa ventaja, justamente, donde radica el poderío de las redes sociales, como quiere Daniel Estulin.
¡Hasta la cibervictoria siempre!