Para la sociedad el deporte va más allá de los triunfos gritados por esas familias que se arremolinan frente al televisor, de las multitudes que salen a las calles a celebrar el ganar un campeonato mundial y abrazan cuerpos que en otras circunstancias habrían querido tener cerca: la alegría de la victoria patriótica.
La competición deportiva ha permitido poner en el mapa pueblos, ciudades e incluso países que para la mirada de interés económico pasan inadvertidos como en los últimos Juegos Olímpicos de Francia, Julien Alfred campeona de los 100m lisos otorgó a esa pequeña Isla en el caribe, Santa Lucía, la primera medalla olímpica. Pero hay un poder más que ha demostrado tener consigo el deporte, uno más allá de la meritocracia y el júbilo del espectador; el escenario perfecto para el grito de descontento social.
Cuando todavía en 1967 a las mujeres no se les permitía correr de forma competitiva, Kathrine Switzer logró filtrarse en la maratón de Boston y pese a los jalones por parte del hombre organizador del evento, cruzó la meta con el dorsal 261 decorando su hazaña.
Solo un año después, con guantes en la mano de cada uno y mientras el himno de Estados Unidos sonaba en los altavoces de los Juegos Olímpicos de México, Tommie Smith y John Carlos protestaron en silencio a favor de los derechos civiles de los afroamericanos. Negándose a llevar el típico traje de bikini en el partido contra España en la final de balonmano que se disputaba la clasificación a los próximos Juegos Olímpicos, las jugadoras Noruegas vistieron pantalones cortos declarando que la especiación de la federación era sexista y aunque se les otorgó una multa a cada una, solo tres meses después la regla fue eliminada en enero del 2022.
Tal vez porque cada justa de cualquier categoría deportiva tiene al público suficiente que capte el mensaje que se quiera dar contra cualquier malestar social por parte de la persona deportista, esta ha significado en la historia el lugar de la crítica al sistema que aqueja a su ejecutor. Alejado de algún guionismo, de movimientos ensayados y de actuaciones fingidas que eviten la naturaleza del cuestionamiento de aquella persona que reconoce al ámbito del deporte y que con participar en una carrera, levantar su mano o guardar silencio en medio de un himno, crean el performance de la crítica social.
Justo como lo hizo sentado en la arena del estadio de béisbol, mientras la canción patriótica estadounidense God Bless America se escuchaba, el puertorriqueño Carlos Delgado jugador de los Toronto Blue Jays, entre abucheos protestaba contra la invasión a Irak en el 2004. Muchas veces el solo tomarse la libertad de vestir cómodamente para saltar al campo de juego, brinda ese foco que socialmente se busca marchando en las calles, gritando arengas o cualquier llamado de atención.
El deporte nos une, hasta la voz más baja toma fuerza si llega el momento de entonar un himno en el estadio, los brazos se entrelazan entre hombres desconocidos y es una sola fuerza que eleva los pies del suelo en un salto de hinchadas. Sin embargo, no existe solo para que un país entero se una y por más de diez años siga insistiendo que era gol de alguien, que reconozcan a la persona que más medallas en un olímpico le ha dado a su país, que llore con la victoria ajena pero que les une un nombre al que representan. Mas, no se le puede arrebatar la valentía inherente de quién reconoce que cuando los ojos de miles están sobre sí es momento de levantar la voz por quienes muchas veces ni siquiera saben lo que es hacerle un gol a un arco de piedras.
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