El increíble árbitro Carlos Velasco Carballo dejó su nombre registrado en los libros de historia futbolística por siempre. En Fortaleza, el pasado viernes, demostró su tremendo talento ante millones de cámaras.
Fuimos miles quienes nos inspiramos con su labor. Tan pronto terminó el esperado encuentro entre las selecciones de Colombia y Brasil, la admirada secta global de la Fifa, salió a felicitar a Velasco Carballo por su magnífica actuación. Yamid Amat Jr. logró conseguir su autógrafo en uno de los platos que no se rompieron después de su animada tertulia en la churrasquería, y yo me uní a un grupo de monarquistas españoles para hacerle una petición a nuestro siempre honesto y objetivo príncipe Blatter: queremos que Velasco Carballo sea el árbitro para la final del Mundial; ¡nadie más como él!
Los ‘errorcitos’ de este mítico referí fueron mínimos. Que por su culpa el juego se haya convertido en una batalla campal, y que Neymar haya quedado de clínica, no eclipsa su gran talento en la economización de tarjetas. Este potente madrileño ahorró todas sus tarjetas rojas y solo cayó en la tentación de sacar cuatro ‘tarjeticas’ amarillas, a lo largo de los 90 minutos. De esas, solo dos fueron para Brasil, que únicamente cometió 31 ‘falticas’. Que Velasco Carballo haya permitido que golpearan a James y a Cuadrado desde arriba y desde abajo sin siquiera molestarse por detener el partido, solo demuestra su gran creatividad y el buen ritmo de trabajo que caracteriza a nuestros hermanos de la madre patria.
Las lecciones que nos deja el fútbol no solo provienen de los jugadores. Gracias a la impecable actuación del español, reflexionamos sobre las amplias consecuencias que pueden tener las decisiones individuales, sobre grupos de personas que actúan juntos. Aunque es difícil encontrar esa combinación de lealtad y creatividad como la de Velasco, a veces si surge algún talento criollo.
En Barranquilla, por ejemplo, empieza a sacar cabeza un creativo líder con talante arbitral. El secretario de Movilidad, Walid Jalil, se volvió famoso luego de su visionaria decisión de vestir de payasos a los ciclistas de la arenosa; con chalecos reflectivos y cascos obligatorios para tenerlos bien referenciados a todos. Ahora, promueve otra exitosa idea creativa: cobrarles un impuesto por salir a rodar en masa. ¡Por fin alguien tiene las agallas para detener a esos deportistas perdidos!
Es que la debilidad de los gobernantes criollos hacia los ciclistas urbanos es cada vez más evidente en este país. Mientras en Bogotá están dedicados a gastarse la plata de los impuestos en ciclorrutas, ciclocarriles y programas para la promoción del uso de la bicicleta; en Medellín ya empiezan a reinventar todo un barrio para que sea absolutamente biciamigable. ¡Qué peligro donde las otras ciudades del país quieran seguir estos ejemplos! Por eso, llega a buena hora la tarjeta roja del secretario Walid; ¡bravo! A ver si cobrándoles por montar en bicicleta, por mover su corazón, por limpiar el aire de la ciudad, por descongestionar las vías, por fin entienden que la bicicleta solamente pega bien en ciudades avanzadas como Ámsterdam y Nueva York. Eso no es para nosotros en el trópico.
Lo mejor de todo es lo siguiente: nadie puede hacer nada contra el poder arbitral absoluto; ¿o sí? Porque obviamente a nadie se le ocurre que quienes fungen como árbitros en momentos claves de nuestra historia, estén siguiendo órdenes provenientes de más arriba; ¿o sí?
