Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera.
León Tolstói (Ana Karenina).
Llegué un poco tarde pero valió la pena. El libro Una Educación de Tara Westover lleva ya casi dos años entre los más leídos y mejor valorados en el mundo pero, por alguna razón, no había llamado mi atención. Quizás, porque durante esos años yo había leído bastante sobre políticas pública de educación y quería leer otras cosas. No pasaba más allá de la portada. Un prejuicio. Lo leí la semana pasada y descubrí que el libro es parcialmente sobre educación y, aunque tiene implicaciones interesantes sobre políticas públicas de educación, ese no es el tema principal. El tema principal es la particularidad de una familia.
Desde que leí Ana Karenina -una de las mejores experiencias en mi vida-, esa frase de Tolstói ha estado por ahí en algún cajón de mi mente. Me pregunto qué sería para él una familia feliz y, sobre todo, si realmente existen. La segunda parte de la frase es increíblemente precisa: cada familia infeliz lo es a su manera. Ya seguramente quién lea esto está pensando en sus propias infelicidaes y descubrirá, si no lo había hecho, que es cierto. Algún rasgo en común habrá con otras historias pero las texturas, los detalles, las consecuencias, las ramificaciones de cada infelicidad son específicas al individuo y sus familiares. Tara Westover, sin embargo, cuenta una historia que es extraordinaria: probablemente, la infelicidad de su familia no tiene nada en común con ninguna otra.
Sus padres son mormones radicales en el sector rural de Idaho, un estado en el noroeste de Estados Unidos. Son, además, “supervivientes”, un movimiento excéntrico en el que el objetivo principal es prepararse para una tragedia -una guerra, alguna revolución, la venida de algún mesías disruptor-. El papá de Tara tenía toneladas de gasolina, reservas de comida para diez años, armamento en la casa. Subyacente al radicalismo religioso y al “supervivientismo”, los Westover tienen una descofianza profunda en el gobierno -algo más común en muchos sectores de Estados Unidos, en particular en las clases bajas rurales- y, entonces, poco a poco, cortan cualquier servicio público. Desde no ir a ningún servicio médico hasta evitar que los hijos vayan al colegio. Por supuesto, el papá Westover le añade su especificidad: desconfía del gobierno porque lo lidera una conspiración de los Illuminati. Yo algo había oído de eso… por Homero Simpson.
Tara deja una hipótesis dramática, entre líneas: su papá tiene un trastorno bipolar -no tratado, por supuesto- y esa sería la base para las tragedias que narra. Abusos, torturas y abandono. Entre líneas, también, descubrimos cómo, aún en los entornos más agresivos y delirantes, las familias aman. En algunas de las escenas más conmovedoras, vemos como su padre deja un mensaje amable, la alienta en los momentos más duras o su hermano, un abusador, la apoya en un proyecto. No hay romanticismo duradero en la tragedia de Tara, siempre reincide la infelicidad, quizás más dolorosa, precisamente, por saber que existen el amor y la bondad.
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Entre líneas descubrimos cómo, aún en los entornos más agresivos y delirantes, las familias aman
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Aunque el eje conductor del libro es la infelicidad de su familia y las tragedias repetidas, cuenta con detalle el capítulo particular de su vida alrededor de la educación que también es único: pasó de ser una niña sin ninguna educación -se enteró del holocausto en su primer día en un aula en una universidad- a tener un doctorado en Historia de la Universidad de Cambridge, con un paso por la Universidad de Harvard. Su trayectoria corta, al fin y al cabo tiene 33 años y “salió” de la jaula familiar a los 17 años, deja algunas lecciones que vale la pena compartir.
Westover dice que la educación no es para la vida futura, sino que es la vida misma. Ese es un punto clave: aunque es claro que estudiamos para abrir puertas, laborales en muchos casos, probablemente disfrutaríamos más la experiencia de estudiar, y le sacaríamos más provecho, si estamos conscientes que la educación es un fin en sí mismo. La razón: educarse es un proceso de transformación personal. Este es el mayor descubrimiento de Tara Westover. Poco a poco, al recibir educación – y, sobre todo, al educarse por sí misma-, Tara entiende que la educación, en el mejor sentido, no es sobre un conjunto de hechos sino sobre la posibilidad de entender mejor a las personas.
El mejor educado no es el que mejor recita hechos sino el que más entiende situaciones que no ha vivido y, en algunas casos excepcionales, las vidas de otras personas. Es difícil, en estos tiempos y en todos los demás: entender a otra persona requiere tener una inmensa flexibilidad mental. Y evaluar los propios prejuicios. Westover cuenta una anécdota sobre esto: en sus primeras interacciones con otros universitarios en una reunión social, ella dejó claro todos sus prejuicios contra los homosexuales. Alguien la escuchaba y le dijo: “Me sorprende ver a esta persona inteligente y dulce diciendo lo que estás diciendo”. Y, desde ahí, se tomó el tiempo de desarmar sus prejuicios. Aunque no se lo reconoció en el momento, al llega a su casa se dio cuenta que nunca más iba a volver a decir lo que dijo. El primer paso en su transformación, resultado de entender un argumento, fue ponerse en los zapatos del otro, y de ahí un nuevo descubrimiento: la única manera de cambiar la opinión de alguien es tomarse el tiempo de escucharlo, en primer lugar, y después, la paciencia de explicar un error. Difícil, casi imposible, entre otras, a través de una red social.
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Nunca debe matarse una pasión en una persona, solamente con pasiones se abren nuevos caminos
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Acá hay un punto bien interesante: alguien se tomó el trabajo de hablar con ella, aunque ese interlocutor habría podido descalificarla como una homofóbica desquiciada. Si ese interlocutor no la hubiera respetado, ella jamás se habría tranformado. El mensaje entonces es este: todo el mundo, por más complejo que sea, tiene un valor. Hay que dejar la condescendencia que viene, tantas veces, con haber sido un privilegiado con educación. De nuevo, saber algunas cosas no lo hace a uno mejor persona.
Hay otras ideas importantes en el libro. Su historia se transforma porque sabía cantar muy bien y, buscando desarrollar esa habilidad, terminó aprendiendo álgebra, filosofía, historia y demás materias que necesitaba para pasar un examen e ir a la universidad. Aunque no terminó estudiando música, la lección que deja es que nunca debe matarse una pasión en una persona, solamente con pasiones se abren nuevos caminos. Otra enseñanza: en sus palabras, Westover dice que el mayor privilegio de tener dinero es no tener que pensar en dinero. Curioso, en mi caso he observado que, muchas veces, cuánta más plata tiene alguien más tiempo piensa en plata. Cadenas autoimpuestas.
El libro de Westover ya tiene vida propia. Quién sabe qué caminos siguen para ella. Sean los que sean, deja ya una historia excepcional que, sospecho, marcará a quien la conozca.
PD: En realidad no “leí” el libro sino que lo “oí”. Desde hace algunos años, la mayoría de libros no académicos que “leo”, los escucho como audiolibro. He “leído” en muchos momentos que no habría podido de hacerlo de otra manera (por ejemplo, caminando con Boban, mi perro) y, también, descubrí que muchas veces me concentro mejor así. Educated narrado por Julia Whelan es la mejor narración que he oído. A lo mejor, como casi siempre volvemos a los orígenes, redescubrí la experiencia de los abuelos que hablaban de grandes radionovelas.
@afajaroa
Tara Westover :El mejor educado no es el que mejor recita hechos sino el que más entiende situaciones que no ha vivido y, en algunas casos excepcionales, las vidas de otras personas