En un famoso experimento psicológico se les pidió a unos seminaristas universitarios que prepararan una charla sobre la parábola del buen samaritano para ser grabada momentos después en un edificio cercano.
A una parte de los seminaristas se les advirtió que debían apresurarse porque iban tarde para grabar la charla, que desde hacía rato los estaban esperando con urgencia; a otra parte del grupo se le dijo que ya era hora de dar la charla y debían ponerse en camino; y a la tercera parte del grupo de seminaristas se le dijo que había suficiente tiempo para llegar al sitio donde debían grabar la charla, que se lo tomaran con calma.
A mitad de camino, un actor yacía en el piso haciendo las veces de víctima de un ataque respiratorio.
Sorprendentemente, aun cuando todos los seminaristas tenían en mente la parábola del buen samaritano durante su trayecto hacia el edificio donde debían dar la charla, los distintos niveles de urgencia con los que se les había incitado a emprender su camino determinaron el nivel de ayuda que le prestaron a la víctima que se hallaba en su camino. El 63% de quienes tenían suficiente tiempo, el 45% de quienes estaban justo a tiempo y el 10% de quienes iban tarde se detuvieron a ayudar a la víctima.
Una de las conclusiones de este estudio es que “la ética se convierte en un lujo a medida que la velocidad de nuestra vida cotidiana aumenta”.
Otros interesantes estudios confirman el poder de las situaciones sobre nuestras decisiones morales.
En el experimento sobre obediencia a la autoridad, de Stanley Milgram, buena parte de los sujetos no tuvieron mayores reparos en administrarle lo que ellos creían que eran dolorosos, e incluso letales, choques eléctricos a otras personas, ante las frías instrucciones de una figura en situación de autoridad. Actuaban bajo un embrujo autoritario.
El mismo patrón del mal se repite en los tenebrosos resultados del experimento de la prisión de Stanford: gente como uno, gente como cualquiera de nosotros, al ser puesta en una situación extrema de roles y símbolos que legitiman el abuso del poder puede llegar a ejecutar acciones que jamás pensaría ser capaz de realizar, ni realizaría, en un contexto diferente.
¿Qué nos dice todo esto? ¿Cómo interpretar los resultados de esta interesante línea de investigación de la psicología experimental?
Nos dice que todos somos susceptibles de sucumbir al poder de las situaciones, y que hay momentos y contextos que pueden confabularse para sacar a flote lo peor de nuestra naturaleza humana.
No hay manera de saber cómo actuaría uno en una situación extrema; todos podríamos ser monstruos, dada una espeluznante alineación de las circunstancias; todos podríamos haber sido victimarios si nos hubiese correspondido habitar los más oscuros lugares de esta guerra o las márgenes de la miseria.
Una explicación nunca es lo mismo que una justificación. Por ello, si bien las características de las situaciones en las que muchos se han visto inmersos nos permiten explicar de una manera más clara y completa las causas y las razones que los condujeron por el camino del mal, ello no los excusa ni los exime de las demandas de la justicia.
Pero también debemos ser justos con la justicia, y no dejar que ella se convierta en el instrumento de una sed irracional de venganza. No hay nada más manipulable políticamente que nuestro instintivo sentido del ojo por ojo, y éste rara vez produce una justicia constructiva e inteligente.
Cuando nos llamen a sacrificar la paz por esa caricatura de justicia vindicativa, cuando intenten arrastrarnos e inflamarnos con la engañosamente fácil arenga que supedita la paz al castigo de los criminales, pensemos en la mala suerte (y no solo en la debilidad del carácter) de los culpables, quienes quizás se vieron atrapados en una situación extrema e injusta también con ellos, a quienes quizás les tocó desempeñar el papel de victimarios en la tragedia de nuestra historia.
La ciencia, en este caso la psicología experimental, nos dota con herramientas que nos permiten ponernos en los zapatos de los otros; hagamos el ejercicio a conciencia.
Podemos asumir el difícil reto de adquirir la humildad moral —la facultad de no juzgar tan rápida ni tajantemente a personas sobre cuyas vidas y situaciones sabemos muy poco— que requiere nuestra responsabilidad histórica —como individuos, como ciudadanos— de tomar la decisión de construir, desde nuestras reflexiones y conversaciones cotidianas, desde el examen crítico de las terribles situaciones de vida que nuestra sociedad le impone a tantos compatriotas, y desde el uso reflexivo de nuestro derecho al voto, un país en paz.