El documental de Netflix sobre las redes sociales sobredimensiona el papel de estos gigantes en el comportamiento de los humanos y deduce que todos los movimientos desestabilizadores actuales en los países se deben a los mensajes programados por los algoritmos de Facebook.
Ahora pues, aunque es cierto que estas redes reflejan una manera de pensar y unas sensibilidades presentes, no son las determinadoras del proceder de las personas, como un gran titiritero que mueve a su antojo las marionetas.
Y si bien es verdad que investigan a fondo las conductas de la gente, en las sociedades deben haber unas condiciones materiales que provocan las acciones.
La falta de empleo y servicios de salud, el aumento de la pobreza, los abusos de autoridad y la corrupción son detonantes materiales de muchas explosiones sociales, que las redes lógicamente tratan de capitalizar para sus fines comerciales y políticos; sin embargo, insisto, no son tan omnipotentes como se pintan.
Es una visión idealista y mecánica de la realidad que cree que mediante estímulos el ser humano reacciona automáticamente como una máquina programable. Es quitarle participación a su facultad de juzgar y de ser crítico frente a las ofertas comunicativas que le ofrecen los medios de comunicación.
El capital y el poder siempre buscarán maneras de controlar a los seres humanos, pero estos también encuentran estrategias subrepticias de burlar el poder y aprovecharlo para sus necesidades, no somos tan pasivos.