Una vez más esta sociedad del espectáculo y de la doble moral pierde la batalla contra la alborada. Esta madrugada, por espacio de una media hora (al menos en el sector donde resido), los estruendos detonantes de los explosivos nos recordaron, un año más, que inició el último mes del año.
Los detractores de la alborada exponen argumentos rebuscados y flojos: que el origen narcoparamilitar de la bulla, que la sordera de los perros, que el susto de los gatos, que el llanto de los niños, que el infarto de los viejos... nada valió. Todas, excusas espurias. La pólvora hace parte de las costumbres culturales de nuestro pueblo, y habría que escribir otros artículos para contar su historia y su uso. No me resulta comprensible cuando dicen que "la alborada no hace parte de nuestra cultura"; pues es que la alborada resultó siendo un momento simplemente en el que a la misma hora y el mismo día, fue volviéndose costumbre lo que todos desde niños hemos visto hacer (o hecho): tirar pólvora. Ergo, claro que está en nuestro ADN cultural.
Y a pesar de las campañas y de las aves negras, nada valió porque con pólvora o sin ella, el país sigue dividido, a los perros los siguen maltratando, a los niños los siguen violando, golpeando y matando (y en el vientre de sus madres), y a los viejos esta sociedad los sigue despreciando, tratando de imponer una argucia peor que el pecado: la "dulce muerte", la "muerte digna"; eufemismos con los que pretenden disfrazar la infamia de la eutanasia, que ahora además se extiende a los niños. Entonces, ¿queremos proteger al niño del ruido de un volador, pero aceptamos como sociedad que se asesine legalmente? Hermosa coherencia.
Más bien resignifiquemos la alborada. La pólvora hace parte de esta cultura, y esas campañas prohibicionistas fanáticas, lejos de contrarrestar el mal, lo hacen más atractivo por aquella verdad innegable: nitimur in vetitum semper, cupimusque negata (corremos siempre hacia lo prohibido, deseamos lo que se nos niega).
Más bien, en vez de condenarla con ridiculeces y "rituales para llamar la lluvia" eduquemos en los peligros que efectivamente conlleva la manipulación de la pólvora; seamos responsables en nuestras diversiones, dejemos el asunto en manos del que sabe. Perros y gatos ha habido siempre, niños también, pero raramente esta fiebre esnobista de odio a la alborada parece ser un boleto fácil para estar a la moda. Eso es lo que buscan, ¿aceptación social?, ¿estar en la corriente de moda del momento?
No seamos tan alienados y despersonalizados para condenar la pólvora del 1° de diciembre, pero verla normal en otras fechas, como si los perros, los gatos, los pájaros, los niños y los viejos no existieran cuando con igual o semejante intensidad el cielo de Medellín se llena de destellos polvoriles, ya no por la llegada de diciembre, sino por el triunfo de alguno de sus equipos de fútbol. ¿De eso no se acuerdan los detractores de la pólvora decembrina?
¡Felices fiestas!