Cuando Gardeazábal pesaba en la Luciérnaga

Cuando Gardeazábal pesaba en la Luciérnaga

Desde Álvaro Uirbe y Juan Manuel Santos hasta Jerarcas de la iglesia, generales y poderosos empresarios le hacían fila al escritor para departir en su finca El Porce en Tulúa

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abril 02, 2014
Cuando Gardeazábal pesaba en la Luciérnaga
FOTO: SEBASTIÁN JARAMILLO MATIZ

Álvaro Uribe Vélez llegó el pasado diciembre con su séquito de guardaespaldas a la casa ubicada en la carrera 24 # 29-52 del barrio Sajonia en Tuluá. Lo acompañaban María del Rosario Guerra y el presidente de Fedegan, Pepe Lafaurie. Allí, en su casa, los esperaba quien hoy se ha convertido en el gran anfitrión de Colombia: el escritor y periodista Gustavo Álvarez Gardeazábal. El tulueño primero los recibió con una tabla de finos quesos, jamón serrano, patacones con sardinas y caviar, jarras con jugo de lulo, mango o limonada. Pero, además y para el que quisiera, en otra mesa perfectamente ordenada también los esperaba una docena de botellas con los más selectos licores; desde champán Viuda Clicquot, whisky Old Parr, Chivas Regal, vino blanco, tinto y hasta aguardiente, a pesar de ser mediodía y comienzo de semana.

No era la primera vez que Uribe Vélez visitaba a Gardeazábal, lo mismo había hecho cuando era Presidente junto a su esposa Lina, pero aquella vez el escritor los había podido atender donde mejor se siente, en su Finca El Porce, es decir a 20 minutos de aquella casona del centro de Tuluá. Después de las entradas, se sentaron a degustar el plato fuerte. Gardeazabál siempre ofrece un almuerzo típico vallecaucano que va, según el menú del día, desde chuleta de cerdo, sobrebarriga en salsa o un sancocho de gallina hecho en leña y sazonado por las cocineras del restaurante del Parador Nariño, lugar donde manda preparar las delicias de la región.

Ya habían hablado de todo el acontecer político nacional. Uribe le aseguraba al dueño de casa que en marzo durante las elecciones a Congreso iba a sacar más de cuatro millones de votos y su lista iba a poner cuarenta senadores y los mismos representantes a la Cámara. Entonces llegaría el tema que Álvarez Gardeazábal no podía dejar pasar de lado y que su lengua alborotada como la ha tenido toda su vida no se iba quedar quieta para pronunciar el nombre de la polémica: Juan Manuel Santos.

—Presidente, usted sabe que aquí también ha estado sentado Juan Manuel. ¿Por qué no armamos una reunión y ustedes arreglan sus diferencias? —Propuso el periodista.

Al escuchar aquel nombre, Uribe Vélez de inmediato se desacomodó. Ya se encontraban bien sentados en los sillones de cuero de la Casa Gardeazábal probando unas cucharadas de manjar blanco como postre, entonces el expresidente se paró, comenzó a caminar en círculos ajustándose la correa de manera inconsciente y con su acento paisa y con sus palabras largas soltó sus sentimientos con una que otra gota de saliva por los aires.

—Yo no pueeedo, Gustavo. Yo no pueeedo. Cómo me vas a pedir eso. Yo no pueeedo con los traidores.

—Séntate, séntate. A ver, tranquilízate.  —intervino el agudo tulueño y sentenció:

—Para que haya una traición se necesita de un güevon, y yo no creo que vos seas un güevon.

La sala quedaría en silencio. Los comensales se miraban unos a otros, y uno de ellos al final de la visita diría que Álvarez Gardeazábal era la única persona que diplomáticamente le había dicho en la cara -al bravero expresidente- que con Santos había sido un güevon.

Gardeazábal junto a Sandra Morelli, la ministra de Transporte, Cecilia Álvarez, y el registrador nacional, Carlos Ariel Sánchez. - Cuando Gardeazábal pesaba en la Luciérnaga

Gardeazábal junto a Sandra Morelli, la ministra de Transporte, Cecilia Álvarez, y el registrador nacional, Carlos Ariel Sánchez.

Hoy los almuerzos de Gardeazábal se han convertido en un privilegio para pocos. Los agasajos iniciaron en el año 2002 después de salir de la cárcel por haberle comprado una escultura a un supuesto narcotraficante que al final terminó siendo un timador, no era ni narco ni experto en arte. Fueron tres años donde las voces de los tulueños hicieron coro para que dejaran en libertad a quien había sido dos veces su alcalde y una vez gobernador del departamento del Valle. Los encuentros comenzaron como una atención con aquellas personas que durante el ‘canazo’, se solidarizaron, creyeron en el periodista y no lo abandonaron.

Sus primeros invitados fueron escritores e intelectuales. Más tarde los más importantes jerarcas de la iglesia estuvieron en la agenda; a continuación los políticos de la región pedirían cita. Tal parece que el voz a voz de sus buenos consejos, de ser un anfitrión perfeccionista y de tener el país en la cabeza, hizo que los más altos funcionarios del país, desde directores de entidades con problemas de cartera, pasando por el Procurador General, fiscales, contralores, Generales y hasta expresidentes y Presidentes de la República, comenzaran a agéndarse para debatir, reír, o pedir una guía sobre cualquier asunto.

Verbigracia, semanas antes de las elecciones a Congreso recibió al Representante a la Cámara, David Barguil, a quien le recomendó seguir con sus proyectos de ley, porque ve en el joven conservador al único que le podría cambiar la cara a aquel partido e incluso llegar en 12 años al Palacio de Nariño. Esa misma semana Gardeazábal, en medio de la bulla de sus más de 300 gansos, le hablo duro y serio al humorista Juan Ricardo Lozano, “Alerta”, para que no se fuera a lanzar al Senado. Le advirtió que se iba a quemar y que, además de patear la lonchera en La Luciérnaga, se iba a convertir en el hazmerreir de su gremio. Dicho y hecho.

Quien salió contenta de otro de sus almuerzos fue la hoy electa senadora por el Centro Democrático, Paloma Valencia.

—Vea mija usted es una privilegiada: es la nieta de Guillermo León, es la bisnieta del Maestro valencia, tiene imagen, sabe expresarse en radio y televisión, sabe escribir en prensa, y la acaban de montar en una carroza y le pavimentaron la carretera para que vaya por ella ¡Está hecha! —le dijo a carcajadas el tulueño.

Incluso lo buscan quienes en su momento se opusieron a sus columnas de opinión y sus propios pensamientos. Esto pasó hace un mes cuando Ana Mercedes Gómez, exdirectora de El Colombiano, pidió una cita en Tuluá. A pesar de que Ana Mercedes lo echó del periódico, apenas se bajó del carro Gardeazábal la recibió con un fuerte abrazo, conversaron durante tres horas y le dio consejos para ejercer en el Senado, pues sin que se hubieran hecho las elecciones ya sabía que como cabeza de lista la paisa estaría en el Congreso.

No hay un día de la semana que no lo busquen. Ahora la tendencia viene de la gran empresa colombiana. Desde William Vélez Sierra, uno de los 10 hombres más ricos del país, hasta los más altos ejecutivos de compañías de la talla de Argos, Ardila Lülle, Sarmiento Ángulo, Santo Domingo, Sura, cementeras, petroleras y de comunicaciones, llegan a Tuluá para confesarse con un hombre que tiene todo menos formación de cura. Tiene más de adivino.

Junto al exdirector del INPEC, Gustavo Ricaurte - Cuando Gardeazábal pesaba en la Luciérnaga

Junto al exdirector del INPEC, Gustavo Ricaurte. Para sorpresa de muchos hasta el Procurador Alejandro Ordóñez ha estado en El Porce de Gardeazábal, almorzando y debatiendo sus ideas.

Como si su vida también fuera toda una novela, a Gustavo Álvarez Gardeazábal le endilgan el poder de la adivinación. Sus conocidos dan cuenta que el escritor muchas veces advierte situaciones que van a ocurrir. Lo niega. Al recordarle algunos episodios, vuelve y lo niega. Ante la insistencia tímidamente se ríe y dice que no tiene idea de por qué y en qué momentos le da por comentar situaciones que podrían ocurrir. Y ocurren. Afirma que no tiene ningún poder sobrenatural, que si lo tuviera “hace rato hubiera montado un consultorio de quiromancia y sería millonario”.

Hace un par de años Julio César Vélez, su conductor, lo llevó como muchas veces a sus reuniones de fin de semana con una de las familias más encopetadas de Cali. Allí toman whiskey de malta, conversan y echan chisme hasta que la noche se acaba. Casi siempre el escritor se sube al carro borracho de tanta labia, recuesta todo el espaldar del asiento trasero, pone una almohada y se desconecta del mundo, solo dejando saber que está vivo por sus leves ronquidos. Aquel día, Julio César iba distraído con la música clásica que siempre suena en la camioneta. Llegando a la glorieta de Sameco para salir de Cali, vivió en carne propia como su jefe -estando boca abajo, para el lado contrario de su ventana y con los tapaojos en su rostro-, le anticipó lo que hubiera podido ser una fatalidad, dormido le dijo: “Oiga Julio, frene porque la tractomula que viene a su izquierda no va a hacer el pare”. Julio giró su cabeza hacia su ventana y no observó ningún camión, por lo cual siguió. De pronto vio aparecer la sombra de aquella mula de seis ejes y el sonido de sus llantas frenando en seco contra el pavimento. El mataburros de la tractomula quedó a pocos centímetros de la camioneta. Desde ese día, Julio le cogió miedo a su patrón.

Varios de estos insólitos casos se podrían citar. Pero hay uno muy palpable en su libro El Divino, escrito hace 30 años, donde lanzó una premonición que mucho tiempo después sería confirmada científicamente: “el agua es la causante de tanto bobo en Ricaurte”. Y es que la historia de esta novela se centra en aquel corregimiento del Valle del Cauca, donde a manera de ficción el escritor recrea el evidente caso de retardos mentales. De hecho crea un personaje llamado César Augusto, el bobo del pueblo. “Seguramente ninguno de los otros 38 bobos de Ricaurte habría hecho lo que César Augusto hizo. Pero él era una excepción en origen, comportamiento y agresividad. Primero, no pertenecía a las familias que tradicionalmente le han aportado, por siglos y siglos, los bobos al pueblo” dice en uno de sus apartes, pero mucho más adelante, entrelineas, dejaría por sentado que los problemas congénitos eran bebidos a grandes sorbos todos los días por las familias de Ricaurte.

Dos décadas después el científico Wilmar Saldarriaga, junto a otros colegas, por casualidades de la vida leerían el libro donde encontrarían aquella premonición y comenzarían a investigar si Gardeazábal tenía razón. De manera evidente encontraron que, además de los hijos que heredaban el Síndrome Frágil X, el agua que surtía el acueducto siempre había estado contaminada por magnesio. Incluso, cuando por accidente se suspendió por 14 años el flujo del preciado liquido de la bocatoma y se comenzó a extraer de pozos profundos, los retardos mentales se disminuyeron considerablemente en los recién nacidos. Coincidencialmente el pasado 15 de marzo, el doctor Saldarriaga -hoy director de genética en la Universidad del Valle- invitó a Álvarez Gardeazábal a dictar una charla a científicos del  Main Institute of California y a estudiantes del Clinical Generis Group, en el propio corregimiento de Ricaurte para que echara el cuento de cómo se le ocurrieron esas líneas en su libro El Divino, que dieron la pista de un verdadero enigma.

Pero el libro que lo inmortalizó, que registró su nombre en todas las enciclopedias de habla hispana, que se hizo obligatorio en las clases de primaria dentro de las asignaturas de español y ciencias sociales, que se hizo imprescindible en el pénsum de todas las facultades de literatura y en las maestrías de historia fue su rigurosa investigación novelada sobre la violencia entre liberales y conservadores bajo un título que algún día también se convertirá en su epitafio: Cóndores no se entierran todos los días.

gardeaza - Cuando Gardeazábal pesaba en la Luciérnaga

Para tener una idea de Cóndores no se entierran todos los días, se han contabilizado 177 ediciones piratas que se vendieron en las calles con milllares de ejemplares. Pero legalmente se han realizado 124 ediciones, una de ellas con un tiraje de hasta 250.000 libros. Quizá el libro colombiano más leído de la historia. A su vez, La misa ha terminado ya va para su quinta edición y piratas se han encontrado cuatro en las calles de Cali, Medellín y Bogotá.

La rigurosidad de los datos de este libro, el enlace de las historias y su excelsa narrativa, denotaron aquella formación tan estructurada que recibió el escritor. El alumno Álvarez Gardeazábal durante 10 años recibió clases de 6 de la mañana a 4 de la tarde por parte de unas monjas suizo-alemanas, madres franciscanas que fundaron el colegio Sagrado Corazón de Jesús donde hizo sus estudios básicos y completó su educación en el Salesiano San Juan Bosco que fue fundado por los padres salesianos. A su vez, cuando apenas tenía 12 años,  Evergisto -su papá- comenzó a llevárselo a los trapiches de las fincas todos los viernes para que llenara las planillas de los trabajadores; al día siguiente Gustavo, con documento en mano, era quien le pagaba a los jornaleros. Por el otro lado estaba doña María, su mamá. Una matrona más católica apostólica y romana que Pio X, dama de rezar el rosario todas las noches y de santiguarse en cada esquina donde había una iglesia. Pero Álvarez Gardeazábal no le heredó la devoción, sino más bien su lado librepensador. María era hija de un librero, de tal suerte que nunca faltó la lectura de los clásicos, además pintaba al óleo y tocaba el violín.

Fue de los pocos afortunados que llegaron a la Universidad del Valle cuando esta era financiada por  las multinacionales Ford, Kellogg y Rockefeller. Además de aportar plata, los gringos enviaban a profesores de las mejores universidades de Estados Unidos. Fue así como el Phd en Literatura William Langford, acogió al mejor alumno de su clase para ser el director de su tesis. Langford le puso a leer a Gardeazábal toda la literatura existente sobre la revolución mexicana. Graduado con honores por su tesis de la violencia en Colombia, el joven tulueño pasó a ser profesor de Univalle, después a dirigir la facultad al cual le puso ritmo llevando a Cali, escritores de la talla de Vargas Llosa y Camilo José Cela.

Aunque no le gusta que se metan en su intimidad, excompañeros suyos de universidad dan cuenta que en aquellos años sesenta, Gustavo era de los estudiantes más deseados y buscados por los muchachos de las altas esferas de la capital del Valle. Nunca ha negado su homosexualidad y mucho menos lo ocultó con su familia. A sus parejas siempre las llevó a la casa, aunque sus padres nunca preguntaron ni mucho menos rechazaron sus posiciones. De los amores apasionados, olvidadizos y olvidados, no habla. En su vida solo se le han conocido dos grandes amores, Roque y Alfredo Saldarriaga, su actual pareja.

Aunque lo niega, al leer su más reciente novela La misa ha terminado, es posible que muchas de sus experiencias sexuales estén impresas en aquella trama de sacerdotes, romances, sexo, suspenso, iglesia y muerte. “Si fuera así, con todos esos polvos que hay descritos en esas páginas, mi nombre estaría en los guinness records”, le dijo hace poco Gardeazábal a uno de los más altos jerarcas de la iglesia que sin animo de pelear le fue a repudiar muchas de las descripciones de aquella obra.

Pero tal vez, aquellas escenas tan graficas, no solo fueron sacadas de su imaginación; quizá fue reuniendo los episodios que, sin pedirlo, le han confesado todos los curas, obispos, monseñores, arzobispos y hasta cardenales, porque a su casa solo ha faltado visitarlo un Papa. “Lo que admiro de Gardeazábal es que no tuvo que irse de Tuluá para ser un hombre tan influyente para el país”, dice un vecino tulueño. No se equivoca, a este escritor, que por algún tiempo dejó la literatura por la política -y que hace 12 años lo llamaron para trabajar en el programa La Luciernaga-, la noticia lo busca, él no tiene que salir a buscarla. Entre patacones y champagne, los personajes del poder le van confesando sus pecados, los pecados de los otros, mientras le escuchan sus misas llenas de consejos.

Por @PachoEscobar

Artículo publicado originalmente el 02 de abril de 2014.

 

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