Después de ver las confesiones del innombrable desde su hacienda en Córdoba, heredada seguramente de uno de los principales testaferros del cartel de Medellín, en donde les dio tratamiento de peones a los integrantes de la Comisión de la Verdad, queda uno con un sabor amargo en la boca.
Se cayó tan bajo que uno duda de la capacidad de levantarse el país después de este marranazo. Una nación otrora famosa en el ámbito mundial por su café, por sus mujeres bellas, por su riqueza natural envidiable está eclipsado, creo yo, por el poder de un mafioso estudiado, quien ha sido el amo y señor del narcotráfico del país en los últimos 25 años, y posiblemente del mundo, porque con Sinaloa no se sabe hasta dónde puedan llegar las dimensiones de sus tentáculos.
Y 50 millones de colombianos arrodillados a los designios de un viejo enfermo, mala persona, mal amigo, mal perdedor, malo todo: mentiroso, vengativo, rencoroso, como la rata inmunda de la canción célebre de Paquita la del barrio.
Rodeado de enfermas mentales como la Cabal o la Paloma, con ínfulas de señoras de bien, pero que no son más que los rescoldos del esclavismo del que vivieron sus antepasados lejanos, hoy convertidas en sirvientas de los designios del señor de las sombras; de bestias salvajes y agresivas pero ignorantes sin escrúpulos como Mejía o el estulto Macías; De Algunos bandidos inteligentes como José Obdulio o de corruptos paracos godos y torpes como Lafaurie, el ganadero esposo de la aspirante a la presidencia de la república. O con alianzas tipo Kiko Gómez, la Gata o Arana, y más recientemente, con el fallecido Ñeñe y marquitos Figueroa.