El placer de leer

El placer de leer

Por: Antonio Acevedo Linares
septiembre 05, 2013
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El placer de leer es una aventura maravillosa por la imaginación del lenguaje y es el mejor ejercicio del ocio creativo. Harold Bloon en su libro Cómo leer y por qué (Norma,2000) dice que leer bien es uno de los mayores placeres que pueda proporcionar la soledad porque en su experiencia ha encontrado que es el placer más curativo, leer lo devuelve a uno a la otredad en tanto que la lectura imaginativa es el encuentro con el otro y por eso alivia la soledad, y solo la lectura constante y profunda aumenta y afianza por completo la personalidad, y que para leer sentimientos humanos hay que ser capaz de leer humanamente. En efecto, la práctica solitaria de la lectura es una experiencia maravillosa como el amor. El placer del texto es tan maravilloso como el placer del cuerpo, leer es como hacer un largo viaje por el mundo sin necesidad de comprar tiquetes aéreos y llegar a hoteles. Un hombre que no lee es un hombre inocente, perdido, inerme y en ese estado de indefensión puede ser objeto de cualquier paso en falso en la vida.

En el mercado del comercio quieren vendernos la idea equivoca de métodos de “lectura rápida,” pero la lectura debe ser todo lo contrario, como la comida, una experiencia que se viva despacio y se disfrute como el placer del cuerpo. Nietzsche recomendaba para una lectura auténtica una “actitud de rumiante, ojos de pulidor de vidrio y tacto de ciego, leer despacio, con profundidad y dedos delicados, rigurosidad, sigilo; silencioso y pausado”. La lectura debe ser una experiencia estética motivada por el placer del texto y no una experiencia académica motivada por la lectura obligatoria. La letra con sangre no entra, ese antiguo paradigma educativo no formó lectores imaginativos sino resentidos y burócratas.

En su ya célebres conferencias en la universidad de Belgrado en 1978, en la que diserta sobre el libro, la inmortalidad, Emanuel Swedenborg, el cuento policial y el tiempo y, que formaría más tarde el libro Borges oral (Emece Editores, 1979) Borges señala como el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación, aunque paradójicamente dice que cuando leemos algo con dificultad, el autor ha fracasado y por eso considera que un escritor como Joyce ha fracasado esencialmente, porque su obra requiere un esfuerzo, y añade que un libro no debe requerir un esfuerzo, porque como la felicidad, no debe requerir un esfuerzo; pero resulta que un lectura seria y verdadera es un esfuerzo por interpretar al autor y su imaginería; la lectura fácil es la que se hace en los aviones mientras se viaja y esa lectura no produce felicidad sino relajación. La lectura no es una relajación ni se debe leer para “matar el tiempo,” es esfuerzo porque requiere concentración y disciplina para ser un lector imaginativo.

El éxito de los juegos de videos entre los jóvenes tiene la particularidad de tener muchas imágenes y en eso le ganan terreno a los libros donde el intelecto tiene que hacer un esfuerzo por capturar las imágenes que crean las palabras y parece que nadie quiere esforzarse leyendo porque las imágenes del video pueden contar más fácilmente una historia sin hacer demasiados esfuerzos; de allí el bajo índice de lectura entre los jóvenes. La lectura tiene poderes alucinantes, como en Don Quijote que bajo su influjo delira un mundo perdido que quiere hacer realidad y también puede ser peligrosa, como dice Borges citando a san Anselmo; poner un libro en manos de un ignorante es tan peligroso como poner una espada en las manos de un niño, aunque deplora que se pensara así de los libros. Hay otro principio que ha circulado en los medios y es aquel que dice que un hombre que empuña un instrumento musical, difícilmente puede llegar a empuñar un arma, pero también un hombre que lea, difícilmente es un hombre que pueda llegar a matar.

El ejercicio de leer es un ejercicio intelectual como el ejercicio de escribir, es un goce del espíritu y del intelecto que requiere una rica imaginación como la imaginación del autor que se lee, tal vez se requiera una mayor imaginación para leer que para escribir, aunque para escribir se sabe que se requiere algo más que imaginación. Una forma de la felicidad como consideraba Borges a la lectura y otra menor, la creación poética. La experiencia de leer es como la experiencia de vivir en tanto hay que ser selectivos a la hora de leer como de vivir. En la literatura existe la poética idea de que uno no elige lo que escribe, sino que lo que uno escribe lo elige a uno, pero en la lectura uno puede elegir lo que desea leer como en el amor se elige a quien se desea amar, es un juego de la seducción el placer de leer, porque los mejores libros son los que lo seducen a uno y se debe leer por placer sin imponerse la lectura como una orden y se debe dejar de leer si el libro no lo seduce a uno. Hay libros que no se dejan leer después de la quinta página y hay los que merecen ser leídos letra por letra hasta el final; cada quien lee los libros, como ha tenido los amores que se merece, y hay libros que uno debería leer antes de morir, son los imprescindibles, como decía Brecht de los hombres, porque en ellos está contenido lo más lúcido y hermoso del corazón humano.

El poder del conocimiento que origina la lectura nos salva de la genuflexión y el servilismo, dignifica la condición humana y nos hace apropiarnos de nosotros mismos. El hombre no ilustrado vive por fuera de sí mismo y por eso es fácil presa de los fanatismos y de la alineación social que lo masifica. En Una historia de la lectura (Norma, 1999) Alberto Manguel narra como la lectura en público en la Francia del siglo XVIII cumplía una función social, como se aprecia en las pinturas de Marillier, y aparte de la quema histórica de libros en Berlín en mayo de 1933 por el régimen nazi, narra cómo en 1981 la junta militar presidida por el general Pinochet prohíba el Quijote de Cervantes por considerarla una obra que contenía (con razón) una defensa de la libertad y una crítica contra la autoridad. El poder y las dictaduras históricamente han sospechado de la lectura de los libros porque liberan el espíritu y fortalecen el intelecto.

Kafka decía que uno lee para hacer preguntas pero la lectura como actividad lúdica también tiene el propósito de darnos respuestas sobre la interrogación del mundo y las cosas. La lectura es interpretación, imaginación y creación. El texto puede crearse también a partir de la lectura del lector imaginativo, esto es, el texto no es solo la voz del autor sino también puede enriquecerse con la del lector. El lector cómplice es la aspiración más secreta del escritor, aquel que enriquece el texto a través de una lectura imaginativa. Cabe recordar como Cortázar requería para la lectura en Rayuela de un lector-macho y un lector-hembra, esto es, una nueva actitud imaginativa frente al hecho literario, un “lector inquieto, activo, participante en la extracción de los significantes y la reconstrucción del sentido.” El filósofo Ralph Waldo Emerson decía que hay que ser inventor para leer como es debido.

La lectura es una deconstrucción del texto, para decirlo con una categoría propia de Derrida y como placer un oficio intelectual como el oficio de escribir que se parecen en su aventura y revelación. Hay quienes se complacen con los libros que han escrito pero también debemos hacerlo con los que hemos leído, porque leer es un diálogo con el autor en donde ya no somos los mismos; nadie lee dos veces igual, parafraseando a Heráclito, en el mismo libro, porque cada vez somos distintos si la lectura ha sido fértil en nosotros, esto es, ha sembrado en terreno fértil que ha dado buenos frutos. Hay libros que son mucho más visionarios que su autor porque en la lectura de una obra se descubren otras dimensiones que el autor no deslumbró, ese es el lector imaginativo, el que descubre los alcances visionarios de una obra, el que lee más allá de las líneas impresas, el que lee entre los intersticios. Un lector apasionado que descubre el mundo en los libros y lo reinventa con su lectura. Leer nos redime y nos salva de la inocencia, esa culpa que inventaron las religiones con el temor de Dios. Abrir un libro de par en par como una ventana o como unos muslos abiertos es ir al encuentro de un mundo maravilloso, una relación erótica cuando se acarician y se siente el olor de la tinta fresca en sus páginas. Ahora ya sabes, “desocupado o hipócrita lector”, hay que leer para vivir, como decía Flaubert.

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