El placer de comerse los mocos

El placer de comerse los mocos

Por: Alex Guardiola Romero
mayo 21, 2014
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El placer de comerse los mocos

No es natural que “crecer” signifique complicarnos, por el contrario bien parece una pequeña curva involutiva, un atajo que nos devolvió de dónde pensamos haber salido. Ya no comemos mocos, que puede ser una manera de encontrarnos.

El día que dejamos de comernos los mocos se nos acabó la inocencia. Entonces perdimos nuestra niñez, nuestra vida sin preocupaciones, nuestra alegría, para darle paso a la azarosa rutina de nuestros días, a la angustia insondable de querer siempre más y más, al desespero por tener y cumplir obligaciones. Es que comerse los mocos era señal inequívoca de felicidad, de desprendimiento y de amor propio. ¿Acaso no es amarse a sí mismo comerse algo que proviene de nuestro propio cuerpo?

Aún me pregunto por qué los juegos más simples, la carcajada sincera y fácil, y el mundo de fantasía que construimos no duró para siempre. De repente nuestro cuento de hadas se fue llenando de minucias, de brujas malvadas disfrazadas de factura de la energía, de la necesidad de trabajar para “ser alguien”; ya yo lo era, cuando quería y como quería, bien sea mientras me sentía Maradona jugando al fútbol o cuando jugaba solitario con improvisados juguetes que siempre eran mucho más gracias a mi imaginación. Sin tenerlo claro del todo, nos vimos obligados a crecer, pero nadie nos dijo cuán doloroso es. Y todavía se atreven a mirarnos con repugnancia mientras nos comemos, pletóricos de felicidad, esas pequeñas bolitas, como si querer volver a un mundo sin problemas fuera pecado.

Pero todo es cíclico, y en algún momento nos daremos cuenta que equivocamos el camino, tal vez por intentar hacer la vida más interesante. No es natural que “crecer” signifique complicarnos, por el contrario bien parece una pequeña curva involutiva, un atajo que nos devolvió de dónde pensamos haber salido. Tal y como está planteada la existencia actual es evidente que es un bache en el proceso, pues llenarse de problemas tan complejos que nos roba la vida misma no es, ni puede serlo, evolución. Nos dijeron que comerse los mocos nos enfermaría, pero ¿acaso no nos enferma el apretar los dientes para vivir un día más? ¿Acaso no nos enferma mucho más la búsqueda desesperada de quién sabe qué? Porque el problema real es que a estas alturas no sabemos a ciencia cierta qué queremos y qué buscamos de la vida o en la vida. Estamos perdidos en nuestra propia invención. Y ya no comemos moco, que puede ser una manera de encontrarnos, porque somos “grandes”.

Hija, tú que aún lo haces, que disfrutas de la falta de complejidad de tu vida, no deberías renunciar al sagrado placer de comerte los mocos, porque la otra vida, la de los grandes que profesan asco por todo menos por sí mismos, es asfixiante, es castrante. Sigue cambiando a tu antojo los cuentos infantiles, sigue dibujando figuras ininteligibles para nosotros pero perfectamente claras para ti, sigue escenificando tus días en medio de bosques encantados y castillos irreales; pero sobre todo, sigue invitándome a jugar contigo, que es otra forma de comerme los mocos. Sigue haciéndome niño a través tuyo, porque ser adulto duele.

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