Desde 1985 el pintor y maestro en artes plásticas Wilson Larrahondo Viáfara, en Candelaria, municipio del Valle, previó la necesidad de andar embozado, en aquel entonces por el virus de la violencia y ahora por un virus mundial igual de peligroso.
Lo plasmó en una serie pictórica a lápiz y carboncillo, compuesta por originales de los cuales hay uno en mi casa, precisamente el que les comparto con esta nota inconsulta y surgida en un relámpago de curiosidad al pasar frente a ella.
Dos hombres embozados: uno con un revólver al cinto y con cara de delincuentes, si es que el delito hace que las facciones cambien o adopten la forma de lo que hace el individuo, debe ser así, pues es común escuchar: “ese tiene cara de científico”, “ese tiene cara de loco”, “ese de cura”, el otro “de profesor”…ella “de profesora”, ella “de política”, la otra “de pianista”… y así por el estilo.
Los embozados de Wilson son un grito contra la violencia que por décadas bajo diversos nombres ha venido azotando a Colombia: primero fue la llamada violencia partidista, a nombre de los partidos Liberal y Conservador los colombianos llenaron de sangre los campos y familias enteras perdieron sus chagras y, como es costumbre en estos casos, terminaron viviendo en sitios humildes, marginados y en los extramuros de las grandes ciudades. Tuvieron que cambiar los árboles por calles inseguras.
Luego surgieron grupos alzados en armas y el país comenzó a hablar de guerrillas y surgieron las Farc, a las que años después se sumaron el ELN, el EPL, el M-19 otros grupos de menor tamaño, y en medio de todo esto surgió la violencia marimbera que luego pasó a conformarse en carteles dedicados al narcotráfico internacional a través de la cocaína, en este caldo de cultivo vinieron los paramilitares y una larga historia de horror. Y así Colombia ha vivido buena parte de su vida, sin olvidar que vinieron procesos de paz que tratan de echar raíces.
Es como el virus de la violencia enquistado en cualquier esquina, flotando en el aire y con la capacidad de expresarse y pegarse en la ropa, en el pelo, en la piel, en el alma… por eso es necesario “embozarse”, bien para que no se pegue o bien para dificultar la identificación. El maestro Wilson hace parte de una familia campesina donde los relatos de la violencia rural llegan en medio de conversaciones truncadas o a varias voces al mismo tiempo.
Las pinturas o cuadros de medianos formatos hablan de cubrirse nariz y boca, tal como lo recomiendan por estos tiempos los especialistas en la prevención del coronavirus, aquel que llegó de la ciudad empresarial Wuhan, en China, y que en noviembre de 2019 comenzó a ser registrado por los medios y que en menos de 6 meses se convirtió en pandemia.
Antes de la pandemia era casi impensable ver ciudades con las calles vacías, ni en películas. Igualmente, los embozados era sospechosos, la imagen nos remitía a terrorismo y a otras formas de delincuencia sofisticada, ahora hay otro concepto porque nos cruzamos en cada esquina, en cada salida de la cuarentena. Hoy ir embozado es muestra de responsabilidad.
Así las cosas, estamos ante otro caso donde el arte no solamente registra los hechos en una época o momento determinado, sino que también suele brindar luces hacia el futuro, lo que pasa es que la mayoría no lo sabemos leer o descifrar, tal como sucedió con la serie pictórica del maestro Wilson Larrahondo V, que desde 1985 previó estar embozados contra otro virus… esta vez mundial.