El pintor cubano-colombiano Gustavo Sánchez llegó al país a comienzos de la década del 80 y se estableció en Barranquilla, luego de estudiar y vivir un tiempo en los Estados Unidos. En la capital del Caribe colombiano hizo una primera familia y muy pronto también un nombre artístico que empezó a ser tomado en cuenta por su personalidad creativa y crítica y su muy particular manera de expresar la pintura.
Luego empezó a vivir largos períodos y a frecuentar muy a menudo las inmediaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, experiencia que marcó un interesante giro temático en su trabajo pictórico y en su modo de pensar y sentir la naturaleza y la cultura.
Sánchez es un pintor incansable en su trabajo pero poco se prodiga en exposiciones. Luego de dos exposiciones individuales suyas en la Galería de la Aduana en la década del 90; y otra colectiva en este mismo espacio, en compañía de un compatriota suyo, el joven artista cubano Juan Carlos Rivero Cintra, esta ya a mediados de 2000; y luego de un par de exposiciones más en años posteriores, Gustavo regresa a las salas de Barranquilla, esta vez a la del Museo del Atlántico, para ofrecernos una exposición que yo no dudo de llamar histórica, no tanto por la lectura que permite la muestra de su trayectoria, sino por la significación artística de su presencia en la vida cultural de la ciudad.
En palabras que alguna vez ya había escrito sobre el arte de Gustavo Sánchez, es decir, en otras palabras, en unas de otro tiempo que hoy se reactualizan, escribí que este artista cubano residente entonces en Barranquilla era un self made man del exilio, con todo lo que eso implica. Pero que era ya desde hace tiempo también un hombre de aquí, de este Caribe que habitaba y se expresaba de otra forma en su mirada y sus pinturas.
Para hablar de Sánchez puedo entonces reeditar, por vigentes, esas palabras que un día dije y que ahora corroboro. Que la suya era una pintura bien pensada “en la que los referentes de la pintura moderna de occidente estaban redefinidos por una mirada profundamente descontenta con el entorno estético y social del artista, constituyéndose así en una pintura que es una dura crónica del alma de sus contemporáneos”. O como diría el profesor Joseph Szarek de su pintura: “En esta generación con su desconfianza y rechazo de técnicas tradicionales (aparte de su incapacidad de ejecutarlas o de comprender su alcance) la destreza consciente y sin pretensiones de Sánchez hace que su trabajo sea poderoso y sutilmente subversivo”.
Los cuadros de Sánchez, de pequeño, mediano y gran formato, de trazos fuertemente resueltos en óleo o acrílico sobre lienzo, ratifican el carácter de una propuesta personal que viene dada desde hace años y en la que las atmósferas teatrales o cinematográficas de clara filiación narrativa nos cuentan la vida de unos personajes desolados en medio de ambientes escenográficos que suelen ascender ellos mismos desde lo pretextual a lo protagónico, lo que en el fondo resulta definitivo para lograr ese impacto expresivo de su pintura, efecto que desde luego está situado más allá de lo estrictamente técnico. En estos trabajos, encontramos, sin embargo, una perceptible evolución de los motivos y una reconocible huella formal que identifica de lejos a su autor. Y claro, crueldad, humor negro y corrosión que le sirven a este artista de elementos vehiculares para poner sobre la mesa los argumentos con los que sostiene su visión particular de la belleza.
En esta nueva exposición inaugurada en días pasados en Barranquilla, Sánchez quiso cruzar el espacio expositivo de las obras con una suerte de múltiples frases en español y en inglés de muy diversos autores, pero de las que él se apropia como si el discurso de sus obras no fuera ya suficiente. Pero hay dos firmadas por él que rescato aquí por pertinentes. Una es: “Mi lenguaje visual surge de la íntima relación con un oficio construido a lo largo de décadas. Los elementos de este siempre han sido abstractos. La yuxtaposición de colores, formas, líneas, espacios y texturas sobre un plano debe funcionar como un evento en sí, de manera que no se necesite una posición intelectual definida o un mapa conceptual para interpretarlo. Mi pintura está construida para que se vaya abriendo, poco a poco a distintas rutas de navegación, distintos viajes mentales o estéticos”.
Y la otra dice: “Por muchos años el arte ha sido la actividad más importante de mi vida. Es un asunto íntimo y personal que no permite condiciones ni limitaciones impuestas. Para mí la pintura es un instrumento mágico, un vehículo, un juguete para trascender y conjurar la pesadilla reinante o mal llamada “realidad”. Hago, veo y siento lo que me da la gana, con la libertad cognitiva que da el oficio de soñar despierto…”