Los ingleses acaban de sacar una lista donde están los veinte jugadores más sobrevalorados de la historia. Además de Falcao y Asprilla, en la selección aparece el Pibe Valderrama. Crecimos viendo cómo su melena se agitaba en las canchas del mundo. Cuando fue transferido al Montpellier en 1988, después de ser elegido el mejor jugador de América, se instaló una especie de locura colectiva en el país. Salió incluso un desodorante con el nombre de la ciudad francesa y una propaganda donde el mono nos decía que, además de evitar el mal olor, el desodorante ayudaba a preservar la capa de ozono.
En Montpellier sus pases precisos ayudaron a ganar una copa de Francia. Su calidad parsimoniosa tenía los reparos del técnico quien muchas veces lo dejó en la banca. En una época en que los números 10 se estaban acabando, el estratega le pedía que pisara más el área y por supuesto, más gol. Su participación, en la clasificación al Mundial del 90, no fue tan determinante. Incluso en el partido definitivo contra Paraguay, Valderrama fue sustituido por Rubén Darío Hernández, cuando Colombia perdía. Los goles del quindiano voltearon el partido y el Pibe, con los ojos aguados, tuvo que ver como la selección ganaba sin él en el campo.
En el Mundial de Italia estuvo pletórico. Un golazo contra Emiratos Árabes y el histórico pase gol a Freddy Rincón contra Alemania, le recordaron al mundo su brillantez. Fue contratado por el Valladolid dirigido por Maturana y allí compartió el camerino con Higuita y Leonel. Lo mejor que le pasó en el año y medio que vistió esos colores fue el incidente con Michel en donde el jugador del Real Madrid le acarició los testículos. En 1993, a sus 32 años, cuando creían que su carrera estaba terminada, Valderrama tuvo la mejor temporada. Un agónico título con el Junior de Barranquilla y el espectáculo que dirigió en el Monumental cuando Colombia le metió cinco goles a la Argentina, le sirvieron para ser el mejor jugador de Latinoamérica.
Un año después, en Estados Unidos, decepcionó y supo que su cuenta en los mundiales quedaría para siempre pendiente.
Lo amamos, lo respetamos, lo extrañamos. Sin embargo, tenemos que reconocer que el Pibe, con todo lo hermoso que es, no era un jugador que ganara por sí solo campeonatos. Tenía temperamento, cómo no, pero por alguna razón no levantaba copas. Era intermitente y a veces díscolo y su explosión vino a suceder cuando ya tenía 29 años. Viendo los números que tiene James, con apenas 23, uno se puede dar cuenta de la diferencia, que ni siquiera hay margen para la comparación.
Los ingleses se equivocan, no fue un jugador sobrevalorado, el Pibe nunca costó más de dos millones de dólares, que para el mercado colombiano de la época era un billete largo pero para el mercado internacional no era caro.
No jugó en el Barcelona, nunca sonó para el Real Madrid ni fue el protagonista de un comercial de Adidas, pero el Pibe, qué duda cabe, fue el hombre que representó en un terreno de juego, la irresponsabilidad, frescura, sabor y desparpajo con la que asumimos la vida los colombianos y es por eso que lo queremos tanto.