Alberto Carrasquilla le puso un punto aparte a la rutina académica de un doctor economía para asumir el desafío de ser Ministro de hacienda de Álvaro Uribe. Sin experiencia en el sector público había sido llamado a reemplazar nada menos que a un peso pesado: Roberto Junguito (qepd)quien alcanzó a completar solo un año en el cargo. Tenía 42 años y Alberto Carrasquilla estaba listo con toda la energía y conocimientos
Después de un exitoso primer año con la economía del país encarrilada y la popularidad del Presidente Uribe por las nubes, enfrentado a las Farc y una opinión pública hipnotizada con sus éxitos de guerra que le daban un 80% de favorabilidad, el 2004 prometía ser para Alberto Carrasquilla, su año. No solo profesional sino para la familia. Junto con su esposa, la economista de la Universidad de Los Andes Clara Parra, esperaba su tercer hijo a quien le pondrían Lucas. Sin embargo todo cambió. La alegría de su nacimiento poco a poco se fue transformando en una tensión, en un ahogo, en una angustiosa lucha por la vida: Lucas había nacido con cáncer. La amenaza, los médicos, las carreras a la clínica, fue el nuevo escenario para la familia. Carrasquilla en su despacho de Ministro y Clara, quien ahora respira tranquila y es una de la consejera presidencial de Duque para la Competitividad y la Gestión Pública, en sus exigencias de mamá.
Alberto Carrasquilla es un celoso de su mundo privado. El público conoce sus logros como economista, algo que se puede enumerar con la facilidad en la fría versión de Wikipedia: Decano de la Facultad de Economía entre 2.000 y 2002, viceministro de Hacienda ese mismo año, asesor Económico de la Contraloría de Carlos Ossa Escobar, Investigador en Fedesarrollo. Si bien ese hermetismo le ha granjeado una imagen antipática y distante para el común denominador de los colombianos, quienes los ven, aunque no de la cara, como el arquitecto de una Reforma Tributaria que golpearía, según sus detractores, a la clase media colombiana en plena pandemia, le ha servido para protegerse él y su familia del foco mediático. Logró que en los años más duros, cuando la supervivencia de Lucas, era casi un imposible, no se hablara del tema. Cumplía con su deber al lado del Presidente Uribe, como si nada.
En el 2007, cuando apenas despegaba el segundo período de Uribe, cuando la expectativa de la reelección aún no había marchitado, Carrasquilla renunció al Ministerio. En la decisión pesó la enfermedad de Lucas. La familia se trasladó durante a Londres, donde permaneció un año. Buscaban alternativas para tratar la complicada enfermedad de Lucas. Tuvo que ampliar la hipoteca de su apartamento al norte de Bogotá para costearse los gastos del tratamiento. Regresó para trabajar en el sector privado y en el 2008 creó una empresa junto a Andrés Flórez, quien fue su director de Regulación Financiera en los cuatro años que duró su ministerio a la que bautizó Konfigura Capital. Su objetivo era prestar servicios profesionales de asesorías y consultorías en temas financieros, de salud, educación, telecomunicaciones y de construcción de infraestructura de la que resultó la asesoría para la estructuración de los Bonos Agua, adquiridos por más de 100 alcaldes que llevaron a la quiebra a varios municipios y que pasaron a ser conocidos como los Bonos Carrasquilla.. Este es uno de los lunares de Carrasquilla que se la han cobrado en el escenario político y ha estado en la mira de la prensa.
En septiembre del 2018 Alberto Carrasquilla tuvo que responder 23 preguntas del Congreso referente a sus bonos. El cuestionario lo formuló el senador del Polo Democrático Jorge Enrique Robledo. Mientras se defendía Carrasquilla dio su versión de los hechos y, por primera vez se refirió públicamente a la situación de su hijo: “Desde el día de mi retiro como ministro en marzo de 2007 hasta marzo de 2008 tuve muy poca actividad comercial, por lo cual me vi obligado a ampliar la hipoteca de mi apartamento, dado que mi principal foco de atención fue acompañar una emergencia médica derivada de la recurrencia de una enfermedad muy grave en mi hijo”.
La recurrente enfermedad de Lucas que tanto angustia ha traído, parecería haber dejado de ser una sombra en la familia Carrasquilla. Una vez termina el trabajo en el centro de Bogota, diagonal a la Casa de Nariño, al final del día, de regreso a la casa, encuentra en la cocina el refugio para lamerse las heridas. Su acompañante casi siempre es Lucas quien ha resultado ser un aventajado alumno en las artes culinarias. El secreto para la sazón de cada plato es el frasquito de polvos de ají del amazonas que no abandona, como si fuera una pócima mágica.
Otra pasión que comparte con Lucas es la música. Carrasquilla es un melómano feroz, un coleccionista ecléctico que puede combinar en una misma noche las rancheras del Trío Calavera y la fuerza salvaje de un solo de Jimmy Page. Le gusta comprar vinilos, considera un ritual quedarse viendo el arte de la portada, destapar el objeto, un placer de fetichista desnudar un disco nuevo. También están las biografías del que es un lector insaciable. Walter Isaacson, el monstruo que supo plasmar a genios como Einstein, Steve Jobs y Da Vinci, es uno de sus autores de cabecera.
Estos son sólo pequeños oasis para un hombre que vive abstraído en sus problemas. Pero más allá de las columnas de opinión que aunque nunca lo han perdido de vista, ahora lo tienen de nuevo en el centro de la tormenta por el proyecto de reforma tributaria está, por supuesto, Lucas, el tema que más se escucha en esa casa.