En la escuela nos enseñan que Perú se divide geográficamente en costa-sierra y selva, pero la verdad es que el dominio territorial desde la época del Virreinato lo detenta Lima, la ciudad de los reyes en la costa del Pacífico, la cual fue “fundada” por el invasor genocida Francisco Pizarro en el año 1535. Con sangre se ha escrito una historia de explotación y esclavismo que persiste hasta nuestros días, por eso existe una expresión “¡valer un Perú!” que es sinónimo de riqueza extraordinaria.
El Perú es un invento de los conquistadores españoles que a la fuerza quisieron unificar una increíble diversidad de pueblos y culturas indígenas bajo ese nombre ridículo de Perú. Nombre que es una deformación del vocablo virú o birú que los cronistas e historiadores adjudican al reino de un cacique, a un río o a una palabra quechua ¿quién sabe? El hecho es que la Ciudad de los Reyes fue uno de los emporios (político, militar, económico y religioso) más florecientes de la corona española. En menos de un siglo pasó a ser la principal ciudad de Suramérica gracias a la intensa actividad comercial del puerto del Callao. Desde este puerto extractivista se exportaban con destino a la metrópoli y a otros puertos del Pacífico español todas las riquezas expoliadas en las minas de oro, plata, la producción textil o manufacturera. De ahí que el Callao haya sido una de las plazas más codiciadas por los piratas ingleses, holandeses o franceses.
En el siglo XIX tras la independencia de España los padres de la patria (criollos descendientes de peninsulares) fundaron lo que hoy conocemos como República del Perú. Una república de corte occidental, elitista, conservadora, fundamentalista católica, apostólica y romana y militarista (porque el ejército tutela la sociedad civil). Nunca se propusieron liberar de la esclavitud y explotación a los indígenas, negros, zambos, mulatos o mestizos.
El área de Lima metropolitana de 12.000.000 de habitantes es como un imán que atrae a los pobladores de las regiones más remotas que buscan de la tan ansiada redención. La última oportunidad para cambiar el curso de sus vidas. Eso significa pasar del oscurantismo de ese mundo indígena, campesino, artesanal y arcaico a la luz civilizatoria salvadora. Porque en la capital es donde se concentran los polos de bienestar y desarrollo: universidades, escuelas, energía eléctrica, servicios públicos, el 55% del PIB, el 56% de los médicos, 80% de las clínicas, 63% de los abonados telefónicos, el 80% de la inversión privada, 90% de los servicios financieros o la industria. Perú es el país más centralista del mundo. Y nadie puede resistirse a participar de esa sociedad de la prosperidad y el progreso que se publicita a través de los medios de comunicación: televisión, radio, periódicos, revistas y en la actualidad Internet y sus redes sociales. Es el triunfo de la dialéctica postmoderna del consumismo neoliberal.
Los hambreados y empobrecidos también tienen derecho al futuro y quitarse de encima ese estigma de razas inferiores. La migración incontrolada atraída por el espejismo de la metrópoli poco a poco se transformado en una tragedia inconmensurable: los pueblos originarios han sido condenados a la desaparición al ser asimilados por la civilización occidental católica patriarcal y depredadora capitalista. La política del estado es clonar a esos desterrados e integrarlos en el seno de la “patria peruana” bajo una misma bandera, himno, lengua, tradiciones y costumbres. Esa es la mejor táctica para domar y pacificar a esa “escoria” de indígenas, mestizos, negros, zambos, mulatos… y todas las variantes raciales habidas y por haber. ¿reinará la paz en medio de la lucha de clases o la lucha de razas?
Lo cierto es que esas masas de indígenas y campesinas atrasados e ignorantes invadieron los cerros áridos y calcinantes donde levantaron sus tugurios de caña y estera. Los fugitivos huían y huyen de la miseria, la violencia y el despojo de sus tierras creyeron que como por arte de magia iban a ser premiados con un empleo digno, educación, salud, agua, electricidad, paz, justicia y libertad. Pero tuvieron que conformarse con asumir los trabajos más sacrificados y menos remunerados. El estado de perpetua explotación que solo favorece a los amos y patrones.
Lo paradójico del caso es que después de décadas en que se ha venido desarrollado este fenómeno social hasta el propio indígena migrante “limeñizado” o blanqueado por quien sabe que extraño sortilegio hoy vestidos de traje de paño y corbata son los capataces o “felipillos” de sus propios hermanos. El indígena o mestizo “apitucado”, que han asumido la personalidad de los “wiracochas”, sufren un feroz complejo de inferioridad que los lleva a adorar los fenotipos europeos o norteamericanos.
Como resultado de este proceso migratorio el Perú ha dejado de ser un país campesino para transformarse en unos 60 años en un país básicamente urbano. Este es un trauma que afecta profundamente el espíritu comunitario indígena destruyendo así su raíces e identidad. Si se les reconoce algún valor es como payasos del circo folclórico para entretener a los turistas.
Tendríamos que hacer una regresión en el tiempo para comprender mejor lo que ocurre a estas alturas del siglo XXI. Estamos presenciando un enfrentamiento entre los pitucos limeños realistas o godos contra los cholos andinos o las comunidades selváticas ashaninkas, aguarunas, shipibos, machiguengas… son más de 185 sin voz ni voto; también los descendientes de los esclavos negros, los mulatos, zambos que ni siquiera cuentan en las estadísticas. La alternativa que propone el etnocacerismo o etnonacionalismo de la familia humala (cuyos incondicionales son reservistas y licenciados de las fuerzas armadas) es la de revivir tahuantinsuyo incaico, glorificar y sublimar la raza cobriza y la exaltar la figura del caudillo Andrés Avelino Cáceres, héroe de la guerra del Pacífico.
La denominación de razas inferiores sirvió para de expansión y conquista del occidente blanco. Había que demonizar por completo al indígena atribuyéndole el carácter de vago, degenerado, sucio, alcohólico, analfabeta, primitivo, y supersticioso. En realidad, lo mejor era implementar un proceso acelerado de limpieza étnica. Hasta el punto de esterilizar mujeres indígenas para que dejaran de parir (según su lenguaje racista) camadas de “cuyes”. El gobierno del general Ramón Castilla tenía la idea de blanquear el Perú y en 1853 firmó un decreto para fomentar la migración de europeos, especialmente alemanes, austriacos, suizos italianos o españoles. Y encima el estado les patrocinaba el viaje y les donaba las tierras. El Perú necesitaba un impulso civilizatorio que lo condujera a la modernidad.
El 40% de los hablantes de lenguas indígenas en el Perú sobreviven en la pobreza extrema, la exclusión y marginación. La discriminación, la xenofobia y el apartheid son el origen de la “guerra popular” iniciada por Sendero Luminoso a finales de la década de los años setenta y que rememora la rebelión de Tupac Amaru en el siglo XVIII (1780-1783) La primera gran revolución continental dentro del proceso emancipador desarrollado en el Virreinato del Perú y precedente de las guerras de independencia que se desataron en el siglo XIX.
El gamonalismo era contrario a la educación de los indígenas porque lo que pretende es mantenerlos hundidos en la ignorancia y el alcoholismo, como lo escribiera Mariátegui. Hace 100 años el cultivo de la tierra ocupaba a la mayoría de la población nacional. La crisis económica tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra y mientras persista nunca se apagará la lucha campesina. Y el mejor ejemplo es lo sucedido en los años sesenta con la toma de tierras en el valle de la Convención y Lares por parte del FIR liderado por el guerrillero Hugo Blanco, que encarnó la rebelión de los sin tierra “¡tierra o muerte!” que reclamaban una Reforma Agraria real y efectiva.
Perversamente se acusa a esas masas de “guacos cobrizos” de “terrucos comunistas-maoístas” de abrazar el pensamiento del “presidente Gonzalo” Abimael Guzmán “la tercera espada del marxismo” Profesor la universidad nacional San Cristóbal de Huamanga denunció en sus escritos el histórico abandono de las comunidades andinas. Y el mismo como miembro del partido Comunista Bandera Roja, prochino o maoísta, “lanzó el manifiesto por el “Sendero Luminoso de Mariátegui”: “la violencia revolucionaria está justificada para liberar a nuestro pueblo de tanta humillación”. La iglesia católica se encargó de adoctrinar desde el púlpito a los parias hambreados en la obediencia debida a la jerarquía para que de este modo no se rebelen contra sus opresores. Y mientras se mantuvieran mansos y sumisos arrodillados en los altares rezando el rosario alcanzarían la gloria junto a nuestro señor Jesucristo. Ese mundo indígena que a latigazos cargó el yugo durante siglos de repente toma conciencia y enfrenta el sistema feudal de siervos y señores (heredero de los encomenderos coloniales) Empuñando las armas había que hacer justicia con sus propias manos. Oficialmente se ha ocultado el terror y la violencia sufrida por la sociedad andina víctima de las incontables masacres causadas por el terrorismo de estado y los paramilitares al mando de la gloriosa Marina de Guerra del Perú. La memoria no existe y hoy esos verdugos son considerados “héroes de la patria”.
En los años ochenta Belaunde Terry y Alán García ordenaron a las FF. AA exterminar a esos insurgentes senderistas o tupacamaristas marxistas-leninistas. Entonces, se desató la llamada “guerra popular”. El régimen cívico-militar peruano decretó el estado de sitio y de emergencia. No cabía otra solución que aplicar el terrorismo de estado (la tortura, la desaparición forzada y los ajusticiamientos): el genocidio de miles de indígenas y campesinos pobres de Ayacucho, de Ancash, la Libertad, Andahuaylas, Cusco, Apurímac, Puno, Huancavelica… El 90% de los soldados peruanos son indígenas, mestizos de origen obreros o campesinos obligados a cumplir el servicio militar o a ingresar en el ejército ante la falta de oportunidades o un puesto de trabajo. O sea, que estamos asistiendo a un enfrentamiento fratricida azuzado por la burguesía “pituca” dominante.
Esta eterna crisis social es una herida que nunca ha dejado de sangrar. Ya en los años noventa la guerra sucia continuó en el gobierno de Fujimori y Montesinos pues les dieron carta blanca a las FF. AA. y a los grupos paramilitares como es el caso del grupo Colina para arrestar, secuestrar, torturar y desaparecer a los elementos “terroristas” ligados con Sendero Luminoso o el MRTA. Las víctimas (muchas inocentes) de esta barbarie se cifra en 70.000 peruanos (70% quechua parlantes de las zonas rurales del interior del país) Este conflicto no ha terminado pues las razones de la “guerra popular” aún sigue latentes y las estructuras de opresión colonial intactas: el estado monocultural, monolingüe que margina a los indígenas. Las leyes segregacionistas dictaminan que hay peruanos de primera, segunda o tercera.
El fracaso de la reforma agraria de 1969 a raíz de los paupérrimos resultados económicos trajo como consecuencia el triunfo de una contrarreforma agraria (privatización) que ha condenado al campesino a la total indigencia (40% son pobres de solemnidad) Aparte hay factores externos como es el cambio climático, la sequía, la deforestación o la contaminación que han agudizado aún más el drama.
Perú es un país depredado por las grandes potencias, carece de un desarrollo industrial y su economía es informal. en buen porcentaje una narcoeconomía. Más de 20.000.000 millones de peruanos no generan plusvalía y esto es una de las principales causas de su retraso. Encima los trabajadores informales no toman conciencia de su condición de explotados porque están más preocupados en sobrevivir. En general el pueblo está desorganizado y no representa una amenaza para el sistema.
El presidente Pedro Castillo (en un calco de lo que hiciera Fujimori en 1992) decidió cerrar el Congreso ante la imposibilidad de realizar una reforma constitucional para que la población decida si autoriza una Asamblea Constituyente. Aduciendo que había un complot en su contra no calculó bien la jugada y fue abandonado por sus partidarios. Entonces, quiso asilarse en la embajada de México y escapar al exilio dorado que le ofrecía el presidente AMLO, pero fue capturado por las fuerzas policiales y su propia guardia personal. Este fue el detonante del estallido social que estremece los cimientos del Perú. Castillo prefirió entregarse a las autoridades (detenido por rebelión, conspiración y malversación por el fallido autogolpe) que pasar a la clandestinidad y organizar la resistencia.
Perú es un estado neoliberal burocrático de economía saqueadora entregado por completo a las transnacionales. Así que realmente quien toma las decisiones es el BID, Banco Mundial, FMI, el G7 y el Club de Paris y las grandes corporaciones anglosajonas, japonesas, chinas, europeas, norteamericanas o canadienses. La deuda externa peruana es de 69.401 millones de euros, o sea, el 43,6 % del PIB. Sus acreedores le exigen pagar anualmente en Bonos Brady a un alto interés. Los prestamos recibidos se dedican a actividades que no benefician para nada al pueblo llano. Perú es una ficha clave que la geopolítica imperialista (Alianza Asía-Pacífico) no está dispuesta a perder pues posee grandes riquezas mineras, de hidrocarburos o la producción de alcaloides (pasta de coca o cocaína).
El ejército peruano tiene una profunda tradición reaccionaria, simpatizantes del fascismo italiano y del nazismo hitleriano. Las FF. AA encarnan el honor nacional y han sido entrenados en las academias como carniceros y agentes de la muerte. Sus mandos han sido formados en la escuela de las Américas bajo la doctrina imperialista y anticomunista. El ejército peruano ha ganado todas las batallas contra su propio pueblo, pero ha perdido la guerra contra sus enemigos chilenos en el siglo XIX (cobardemente tuvieron que firmar un armisticio en el que cedieron Tacna, Arica y la provincia de Tarapacá) De 1827 a 1844 gobernaron Perú los caudillos militares que lucharon por su emancipación porque sencillamente las armas se imponen por encima de la razón.
La presidenta ilegítima Dina Boluarte, “salvadora de la patria”, cabecilla de un régimen cívico-militar, sus ministros y el Congreso (integrado mayoritariamente por congresistas traidores y corruptos) intentan criminalizar las justas protestas de las organizaciones indígenas y campesinas que han dejado docenas de muertos y heridos de diversa gravedad. “No permitiremos que los delincuentes generen anarquía” y “nadie puede hacerse del poder en medio del caos” declara la presidenta, que además acusa a los manifestantes de ser afines a Sendero Luminoso. “Son unos terroristas”, “narcoterroristas y cocaleros”. Porque existe un estigma maldito sobre la palabra terrorista-cuyo único fin es destruir el sistema democrático”. “Es una conspiración de elementos castro-chavistas dirigidos por Evo Morales”. El objetivo de Boluarte y su camarilla es desacreditar a los que participan en las protestas para justificar la represión policial y militar fascista. ¿Acaso se puede hablar de paz cuando sistemáticamente se violan los derechos humanos?, ¿es posible sentarse en una mesa de negociación? “Estamos llamado al diálogo para satisfacer sus demandas” dice el ministro del Interior Vicente Romero. Lamentablemente no existen interlocutores ni nadie que tenga la capacidad de servir de intermediario entre las autoridades y los manifestantes. Pero el gobierno ha elegido instaurar el estado de emergencia, el toque de queda y represión indiscriminada. Como es tradicional en el discurso de los pitucos limeños el “cholo” es un salvaje inadaptado y sectarista al que hay que meter en cintura antes que levante la cabeza.
“Los indígenas quechua-aymaras y sus aliados son traidores a la patria pues pregonan el separatismo”. Por eso con toda contundencia el gobierno debe preservar el orden establecido y el estado de derecho. Privilegios heredados por las oligarquías nacionales, las mafias institucionales, los poderes fácticos y su aparato de represión, judicial, fiscal, policial o militar. Las organizaciones indígenas, sindicatos, estudiantes, trabajadores, obreros representan el enemigo interno y el principal factor de desestabilización del país.
“La presidenta Dina Boluarte no tiene otra salida que renunciar pues sus manos están manchadas de sangre” es un titular de la prensa izquierdista. En las calles de Lima los manifestantes gritan enfervorizados: “¡Honor y gloria a los mártires de Juliaca!”, “¡Dina renuncia ya!”. Este es un fracaso más de la clase dirigente que se suma a la incompetencia y al fiasco absoluto de los mandatarios elegidos en los últimos años. Seguimos en caída libre y todavía no hemos tocado fondo.
“Porque sea como sea deben preservarse los intereses de una minoría o elite dominante”, “Para mantener la paz social se tiene que aplicar el terror como método” (tal y como lo afirmaba el líder del APRA Haya de la Torre).
Si se desea rebajar este inusitado clima de “guerra de castas” es necesario que se convoquen inmediatamente elecciones anticipadas y una Asamblea Constituyente que anule la constitución fujimorista del 93. De lo contrario el Perú corre el riesgo de que estalle una conflagración armada de impredecibles consecuencias. El mito de “Inkarri” o el renacimiento de la raza cobriza es una esperanza milenarista con matices mesiánicos: el cuerpo martirizado de Tupak Amaru descuartizado por orden del virrey Francisco de Toledo se volverá a juntar para liberar a su pueblo (a partir del trabajo del escritor y antropólogo José María Arguedas)
Ha sido un error táctico la “Toma de Lima” porque lo importante aquí es desconocer el poder centralista y atrincherarse en las fronteras naturales. En este caso la emancipación del mundo indígena y la construcción de un estado pluricultural que resucite la soberanía del antiguo Tahuantinsuyo con su propia lengua, tradiciones, costumbres y símbolos ancestrales. Es la hora de proclamar la República Popular Quechua-Aymara donde ondee a los cuatro vientos la bandera Wiphala. Porque la sistemática exclusión de las regiones, comunidades originarias y población indígena es la que nos ha conducido a esta catástrofe.
El epicentro de la insurrección se sitúa al sur de Perú justo en la frontera con Bolivia (antiguo alto Perú), mejor dicho, donde todavía los nativos están inmersos en ese supuesto proceso “civilizatorio” que se inició con la llegada de los invasores españoles. No queda otra alternativa que someter a estas masas de indígenas quechua parlantes o aymara parlantes para que asuman la identidad de “mestizos peruanos”. En Perú se repite esa historia cíclica de explosiones sociales que comenzaron con Tupak Amaru y Bartolina Sisa en el siglo XVIII y que se replicaron y se replican en el siglo XIX, el siglo XX y el recién iniciado siglo XXI.
La Toma de Lima y el paro nacional convocado por la CGTP va a reunir en estos días a miles de manifestantes de todo el país exigiendo la renuncia de la dictadora Dina Boluarte. Igual que en la marcha de los Cuatro Suyos que se realizó en el mes de julio del año 2000 para derrocar a Fujimori. Al no escucharse la voz del pueblo se han bloqueado carreteras y aeropuertos logrando paralizar todas las actividades económicas, comerciales, mineras, los mercados agroalimentarios, y los insumos básicos, etc.
Si llegara a renunciar Dina Boluarte (vicepresidenta de Pedro Castillo) tendría que ser reemplazada constitucionalmente por un congresista que obtenga mínimo 66 votos. Los únicos partidos capaces postular un candidato que sume tal número de votos son los de derecha y ultraderecha, o sea, una coalición de Fuerza Popular, Avanza País, APP, Renovación, o Acción Popular. Así que sería aún más radical y reaccionario el nuevo gobierno pues lo más seguro es que convoque a las FF. AA, especialmente a la gloriosa Marina de Guerra del Perú, para que tomen el control del país declarando el estado de sitio. El Plan Cóndor aún no ha caducado, sino que se mantiene latente.