La escena fugaz, pero fija en el espacio y el tiempo por el arte de la fotografía, logra conmoverme. Revela un panorama desolador a causa de los infames bombardeos sobre suelo ucraniano.
Quisiera compartir aquí la impactante instantánea, pero no puedo hacerlo por tema de derechos de autor. A cambio, ofrezco un boceto pincelado con palabras para recrear un paisaje desoladamente bélico.
Me habla de un perro que deambula por las calles de una ciudad devastada. El rostro quebrantado del noble animal denota determinación. Avanza. Erguida la cabeza. La mirada digna del canino a su vez enfoca a quien lo registra con la hábil oportunidad de su cámara. Sus ojos expresan desamparo, y un toque de vaga indiferencia.
Ahora mi corazón enfoca al perro. La imagen hiere como una daga. Y, a pesar de mis lágrimas, gana más terreno la admiración por ese valiente animal que afronta con el coraje de un guerrero la adversidad.
La guerra es cruel y sus autores son bestias humanas, monstruos. Ni un solo disparo que asuste a un pájaro inocente tiene justificación. ¿Entonces, qué decir de la pesadilla que deben asumir millones de seres humanos por culpa de la guerra? En estos precisos momentos hay miles de criaturas, humanas y animales muriendo también de hambre. El futuro próximo de la humanidad se vislumbra como un océano de sombría incertidumbre.
El corazón soberbio del hombre no puede evadir la responsabilidad: el mundo padece una profunda crisis de liderazgo. Por eso la humanidad necesita estadistas sabios, cuyo nivel de consciencia les permita experimentar compasión y empatía frente al dolor de los demás. No pierdo la esperanza: todavía contamos con personas luminosas que no dudan en arriesgar sus propias vidas para ayudar de alguna manera a quienes padecen el azote de los tiranos.
Desde niño odio la guerra. Jugaba a la guerra todos los días. Pero en el mundo real nunca soporté el dolor de ninguna criatura. Todas las guerras de la historia no tienen justificación. Rechazo a los regímenes totalitaristas de cualquier color o ideología. No justifico ningún conflicto. Ni el de ahora, ni el de ayer ni el de mañana. Ni el de aquí ni el de allá ni el de acullá.
Quizás en el actual contexto de intransigencia ególatra, las cosas lleguen a salirse de control. ¿Acaso el caos se perfila como una nueva y enferma forma de concebir un orden programado para la autodestrucción?
Es lamentable el punto de no retorno hacia el que nos dirigimos timoneados por la egolatría del ser humano, o inhumano, ya ni sé. Aclaro que no hay homicida bueno ni homicida malo. Todo homicidio es perverso. Todo terrorismo es psicópata. Todo totalitarismo es monstruoso. Ese perro valiente me partió el corazón. Pero su fortaleza me deja una gran enseñanza, porque esa actitud demuestra que debemos perseverar en la buena lucha hasta el final.
Levanta la cabeza. Pase lo que pase y suceda lo que suceda. Adáptate a esta nueva realidad. Sobrevive entre escombros. Ten la convicción de que después de la noche oscura viene el sol. Esta pesadilla pronto terminará. Cruzando el umbral del sufrimiento, vendrá la iluminación de la consciencia.