Se llama Fito. Lo conocí ayer en la mañana. Yo estaba en un parque de Montevideo en plena meditación. En cierto momento me distraje y miré hacia un costado. Me conmovió observar un perro, con las caderas deformes y delgadas.
Las patas traseras temblorosas denotaban la fragilidad de una rama que se dobla con el viento. Daba unos pasos y caía. Caía una y otra vez, pero volvía a levantarse. Siempre avanzando. Siempre retomando el camino y la postura erguida, natural, de un animal que está sano y alegre. Era llevado de una traílla por su dueña.
Fito se reunió con otros perros que gozaban de buena salud. Socializó con ellos. Ninguno lo descriminó. Obviamente estaba en desventaja en los juegos, pero intentaba correr y saltar con ellos. a pesar de que sus patas traseras trémulas y frágiles no le respondían... hacia un lado y otro caían fuera de control. Incluso a veces por unos segundos permanecía sobre el césped patiabierto en una grotesca y lamentable, por no decir postrada, postura.
Su dueña no le ayudaba, él mismo lograba resolver el drama momentáneo. Le pregunté a la señora, de nombre Graciela, si me permitía acariciar a su perro y hablarle. Este hermoso animal es un guerrero de la luz, le dije. Es admirable su actitud. Me está dando un mensaje increíble. Tiene carácter, amor por la vida, es valiente y su determinación es inmensa. Parece invulnerable. Es un ganador. Realmente es admirable su fortaleza.
Doña Graciela me sonrió y me dijo: "Gracias por sus palabras. Tan lindo usted. Los veterinarios le diagnosticaron una enfermedad degenerativa del sistema nervioso. Me dijeron que solo viviría un par de meses. Hace año y medio fue ese diagnóstico. Actualmente está siendo tratado con acupuntura, pero su actual veterinario dice que es la actitud del perro lo que lo mantiene vivo. Es una excepción, un milagro".
Acaricie a Fito le di las gracias. Le dije especialmente que era un guerrero, un guerrero de Dios. Lo bendije, y mi alma se conmovió al contemplar sus ojos: eran brillantes, puros, prodigaban inocencia, humildad, vida y fuerza.
Retomé mi camino, y no me importó que la gente reparara en un sencillo caminante que iba llorando a borbotones. No de tristeza sino de amor y de gratitud hacia la vida. La vida me había dado una gran lección. Te amo, Fito.