El Periodista Feliz
Opinión

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La moraleja de El Príncipe Feliz es contundente: solo se puede observar al mundo a través de los corazones de los otros

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junio 02, 2019
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Todo privilegio trae como consecuencia cierta ceguera. Así lo revelaba el grandioso y penitente Oscar Wilde, en uno de sus cuentos más famosos. Un gallardo príncipe ajeno a la realidad de su pueblo, disfrutó feliz y dichoso, de sus años de reinado sin saber de qué trataba la condición originaria del mundo: el sufrimiento. Tuvo que morir y reencarnar en estatua de oro, de ojos de zafiros azules, para que desde su pedestal (quedándose sordo por los cumplidos de los muchos que adoraban su bella presencia) pudiera observar -teniendo a una enamoradiza golondrina como cómplice- que más allá de las murallas de su castillo, las personas sobrevivían adoloridas por el hambre, atragantadas por la pobreza y sumisas ante la violencia del más fuerte. Lloró desconsolado al conocer de la atroz realidad que lo circundaba y se dispuso a perder todo brillo y ornamento, despedazándose, para curar, así fuera por un momento, el dolor que aquejaba a los otros. Su amada golondrina lo destrozó, de a poco, con su pico.

No cabe duda que en Colombia -uno de los países más desiguales del mundo- un privilegio incuestionable es haber tenido la oportunidad de tener una profesión universitaria. No obstante, la trampa detrás de esa fortuna, es que para muchos estudiar y graduarse, implica y condena (así como al príncipe feliz del cuento) a una absoluta insensibilidad y desconexión con la realidad allende; y como consecuencia a la inevitable pérdida del sentido y rumbo de su oficio. Dicha carencia, por supuesto, conlleva a cientos de miles de naufragios vocacionales, que han desembocado en diversas crisis profesionales generalizadas y corrupciones voluptuosas. Se ha confundido el ethos del quehacer con sus frutos de plástico y monedas de caucho. La falaz búsqueda de la escueta prosperidad económica trae consigo jueces que venden sus sentencias y abogados que las compran; ingenieros a los que se les caen los puentes por abaratar presupuestos y horas de trabajo, y recientemente; periodistas que ocultan noticias que salvan vidas. Profesionales tomando agua salada para calmarse la insoportable sed, que sonríen felices y satisfechos, con una siniestra mueca.

 

La trampa es que para muchos estudiar y graduarse,
implica y condena (así como al príncipe feliz del cuento)
a una absoluta insensibilidad y desconexión con la realidad

 

Definitivamente, una posible respuesta a estas crisis, debe buscarse en el origen tradicional de las profesiones: la educación. Un sistema que promueve el lucro por encima de los principios constitutivos de cada oficio, ha desencadenado una masiva migración de propósitos del saber hacia el impostor triunfo material. La pretensiosa victoria de bolsillos rotos. Mientras el modelo educativo no priorice el estudio crítico y profundo de las reglas morales detrás de cada profesión y siga persistiendo en perseguir ideas fanáticas del éxito y la prosperidad, formaremos milicias de irresponsables que se venderán al mejor postor. Mercenarios del conocimiento afligidos por la ausencia de horizontes. En toda vocación, primitiva o sofisticada, yace un conjunto de valores subterráneos que le sirven de raíz, y evitan que la mística de cada una se defienda del horror de convertirse en simple comercio y transacción; en vacío y ayuno.

La moraleja de El Príncipe Feliz es contundente: solo se puede observar al mundo a través de los corazones de los otros; y así como la melancólica estatua, el sendero posible -en un mundo improbable- se halla al sacrificar las fortunas propias -incluidas las profesiones- por procurarle al otro una estancia feliz en sus peregrinos días. Solo la mirada del otro nos permitirá ver genuinamente; la paradoja de ser solo cuando se es el prójimo. Al fin de cuentas, el príncipe destartalado y el cadáver de su amada golondrina fueron salvados por un ángel y llevados ante el juicio implacable de Dios, quien les abrió un espacio eterno en el paraíso, el único verdadero, la grandeza de haber servido al otro.

@CamiloFidel

 

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