"El poder grande distorsiona inevitablemente la verdad, se dedica a cambiar la realidad en lugar de verla como es" (Yuval Noah Harari).
En río revuelto la ganancia es para los pescadores; pero cuando el bosque está en llamas todos perdemos. La imagen es violenta. Lo primero que se lee es un subtítulo: "Colombia, al borde de la quiebra". En el fondo de la portada, flamas congeladas de un estallido, y en primer plano, una fotografía del senador Gustavo Petro con una intervención digital en la parte derecha de su rostro, donde un observador atento podrá identificar el fragor de manifestantes; de hecho, son fotos superpuestas de los últimos acontecimientos de este país: encapuchados corriendo y arrojando artefactos… Pero si usted mira la fotografía desde lejos verá el rostro del senador como si fuera corroído por una quemadura que lo hace ver como un monstruo al estilo Hollywood; algo así como el siniestro personaje Freddy Krueger de la película A Nightmare on Elm Street. Esa fue la primera asociación que hice. En el pie de página, en mayúscula sostenida, se puede leer: "PETRO, ¡BASTA YA!". Y en cinco líneas se presenta una síntesis de la página editorial de la revista.
Nadie puede ser indiferente ante esta portada publicada por la revista Semana en su edición impresa No. 2036, correspondiente al domingo 23 de mayo de 2021; pero tampoco es honrado quedarnos en silencio ante el hilo argumental de los editorialistas. El editorial hace un análisis de una encuesta realizada por el Centro Nacional de Consultoría, donde expone la manera como el senador Gustavo Petro utiliza las redes. A partir de allí, la revista plantea sus argumentos, el senador: enciende odio en Colombia, plantea que sus expresiones "se convierten en gasolina, y lo único que hacen es encender más el odio", "es la cara política más visible de las protestas", "lo único que ha hecho es seguir apoyando el paro, y sus mensajes son cada vez más radicales", "ha sido incapaz de rechazar, de manera contundente y decidida, los bloqueos, el vandalismo y el terrorismo urbano", "tampoco ha sido capaz de condenar el asesinato a puñaladas de un capitán de la Policía en Soacha", "pero sin duda pagará políticamente por lo malo y lo feo de unas protestas y bloqueos que aún no terminan".
La portada es agresiva. Es evidente su propósito de impactar la emocionalidad del lector, mover sus pasiones, crear escándalo en medio de un país que se moviliza reclamando deudas históricas y que requiere una cuota inmensa de racionalidad para salir de la más grande crisis económica y social de los últimos tiempos. Presenta al senador Petro como si fuera un monstruo o un terrorista responsable del fuego que se vive en Colombia. Lo que subyace en el mensaje de la portada es la idea de que el personaje de la fotografía es el responsable del fuego y del estallido que está en el fondo.
El editorial expone afirmaciones que parten solo de opiniones, mas no de una rigurosa investigación. ¿Cuáles son las fuentes documentales del editorialista para llegar a sus deducciones? ¿Han verificado la información? ¿Qué tipo de investigación realizó? ¿En qué ciudades? ¿Confrontaron pruebas con profesionales especializados en medios digitales? ¿Existe en la actualidad alguna denuncia en la Fiscalía General de la Nación por los hechos que se le atribuyen al senador?…
El editorial deja más preguntas que respuestas, y todas ellas ponen en tela de juicio la objetividad y la imparcialidad de la revista. Vivimos en un tiempo donde es necesario pensar por nosotros mismos, y donde existen miles de herramientas para verificar cualquier tipo de información en el acto. El ciudadano del siglo XXI no aprendió a dudar a través de René Descartes; lo hace cada día por obra y gracia de sus medios digitales a los que está conectado por muchas horas. Vivimos en la época de la información, del foro global y en la época del conocimiento; internet, los sitios web, Youtube, las redes sociales, los foros virtuales, los centros de documentación digital, las autopistas de la información… representan en nuestro tiempo un nuevo siglo de las luces; pero sus resplandores no son producto de las hogueras, sino de una revolución tecnológica que está creando jóvenes nuevos: ingobernables, inamansables, con capacidad para diferir y disentir, que crean su propio criterio y no le repiten la partitura a nadie.
¿Cuál es el propósito del editorial de la edición No. 2036 de la revista Semana? Interesante pregunta para un grupo de estudiantes de Periodismo o Comunicación Social. Arriesgo las siguientes respuestas:
- Deslegitimar la actual movilización social en Colombia. No reconocer que existen causas objetivas de las manifestaciones: Solo basta mirar las estadísticas oficiales, el mal manejo de la pandemia, la injusticia, el hambre, la corrupción, la cuarentena inmisericorde con la juventud, la reforma tributaria, a la salud, la reforma a las pensiones, las desigualdades sociales, la quiebra de transportadores y pequeños industriales y la ausencia de un proyecto que tenga en cuenta a los jóvenes del país.
- Semana enfila baterías contra el senador Gustavo Petro para frenar su ascenso político iniciando una campaña de desprestigio. Es evidente la intensión de afectar la buena imagen del senador y probable candidato a ganar la presidencia en las próximas elecciones, al responsabilizarlo de todo lo malo que ha sucedido en Colombia durante la actual movilización social. Para la revista no cuentan la vandalización de la protesta, la brutalidad policial, los muertos, las torturas, los desaparecidos, los bloqueos, el abuso sexual, la paramilitarización de la "gente bien", la indiferencia del Congreso, la tozudez del Ejecutivo, el menosprecio a los campesinos y a los indígenas que fue evidenciado en Cali y Medellín, la aporofobia que se multiplica en las zonas residenciales de nuestras ciudades. Nada de lo anterior se tuvo en cuenta, solo era importante hacer aparecer a Gustavo Petro como una especie de pirómano social con una inmensa capacidad para propagar llamas por todos los rincones del país.
- Sin pudor, la revista le pone el sambenito al senador de la Colombia Humana; lo convierte en un blanco móvil en un país en guerra. Son irresponsables al afirmar que es la cara visible de las protestas. A lo largo de su vida pública, Gustavo Petro ha soportado infamia tras infamia, pero en este momento han llegado al extremo, porque ya están sueltos los procesos de represión y muerte que suelen aflorar en medio de estas protestas: Pereira, Cali, Tuluá y Bugalagrande lo demuestran. Los periodistas, en tiempos de guerra, deben ser agentes de paz, pacifistas por naturaleza; sus palabras deben ser banderas blancas ondeando en los campos de batalla. En las actuales circunstancias, la revista no está al servicio de la reconciliación; en realidad, está atizando la hoguera de su propia portada.
Cuando se han mezclado la ignorancia, el fanatismo y la desinformación, nuestro país ha cosechado crímenes execrables. Aún no hemos olvidado la muerte abominable que tuvo a inicios del siglo XX el general Rafael Uribe Uribe; todavía duele el magnicidio no resuelto de Jorge Eliécer Gaitán; aún no cicatrizan las heridas que dejó el asesinato de Héctor Abad Gómez; todavía conmueve el llanto por el sacrificio de Luis Carlos Galán Sarmiento; nos perturbamos por la alevosía hacia los muertos de la Unión Patriótica; ¡cómo no llorar a Bernardo Jaramillo!; duele el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado y el magnicidio de Jaime Garzón… ¡Cuánto dolor hay al mirar hacia atrás! En todas estas muertes hay un común denominador: fueron hombres preocupados por el país, con un liderazgo luminoso en momentos oscuros de nuestra historia; nunca pudieron llegar al poder porque señalamientos irresponsables los hicieron aparecer como causantes de las crisis. La historia siempre está ahí para darnos lecciones de vida.
Lo que más le conviene hoy a Colombia es la verdad. La verdad no debe ser solo el patrimonio de la ciencia, la lógica, la matemática y la filosofía. Necesitamos la verdal al servicio de nuestra historia, de la justicia, de la política y, desde luego, al servicio del periodismo. Necesitamos la verdad para poder conocer, el conocimiento para comprender y la comprensión para cambiar el curso de la existencia. Claro es que un periodista tiene el derecho de expresar su propia opinión, pero ese derecho tiene límites, tiene responsabilidades y la más noble es sumarle a la paz de su comunidad. Dicen los narradores de ficciones que el tiempo salva a la verdad de la falsedad y de la envidia, pero Colombia no se puede dar el lujo de esperar que el tiempo lo remedie todo; cada quién debe hacer lo suyo. Uno espera de los periodistas colombianos que sean imparciales y consecuentes con toda la población, con toda; que sean apasionados de su oficio, que tengan sensibilidad social, que verifiquen los hechos y que lleven al papel, a los micrófonos y a la televisión lo que acontece, no lo que imaginan, menos lo que les gusta, tampoco sus intereses personales. Bien vale la pena recordar las palabras del escritor español Camilo José Cela, quien también ejerció el periodismo: "La mentira no es noticia y, aunque por tal fuere tomada, no es rentable". Periodista que en sus argumentaciones ilustre con una mentira, no solo acaba con su reputación, sino que demuestra una desconexión total con la realidad global y con su comunidad.
La verdad va desnuda por la vida, dice la fábula, porque la mentira, en un descuido, le robó la ropa. La verdad tuvo la posibilidad de vestirse con las prendas de la mentira, pero prefirió la desnudez. Entonces, si te encuentras la verdad desnuda, no te escandalices; te debe ruborizar ver una mentira envuelta en papel de regalo o engalanada con ropajes que no le pertenecen. Un pedagogo cartagüeño, Benjamín Agrado Mazuera, escribió en la década del cincuenta que "un irresponsable con un micrófono en la mano es más peligroso que un loco con un taco de dinamita encendido". Aún son válidas sus palabras. Desde Cartago, Valle del Cauca, la ciudad de los confines, hago un llamado a todos los periodistas de mi país a utilizar toda su inteligencia al servicio de la paz. El periodismo no merece seguir alimentando la guerra. El país debe tolerar y proteger la diferencia como un camino válido para avanzar; la diversidad, como un tesoro. La oposición debe tener todas las garantías; los opositores aportan más que los aduladores.