Además de la mediocridad en la reportería, la falta de actitud crítica frente al poder está matando el periodismo en Colombia.
El mercenarismo, la abyección ante los ricos y poderosos, la sumisión de conciencia caracteriza lo peor de la prensa nacional.
Estar pegados a versiones y boletines oficiales convirtió a muchos periodistas en amanuenses del sistema, en parlantes del régimen de turno.
El peor periodismo es el que se hace creyendo que objetividad es tratar por igual al represor que asesina y al ciudadano que protesta y reclama sus derechos.
El compromiso del periodista debe ser con los vulnerados, con los segregados, con las víctimas, no con los victimarios en el poder.
La misión del buen periodismo no solo es informar con veracidad, sino denunciar la tiranía y la opresión, para que haya justicia.
En vez de pensar como el dueño del medio, muchas veces extensión del poder, hablemos con nuestra conciencia. Sabremos qué hacer.
Lo más preciado del periodista es su libertad de conciencia, de expresión. Entregarla es traicionarse a sí mismo es lo más indigno.
Afortunadamente se abre paso cada vez con mayor fuerza la comunicación alternativa, desde abajo, de contrapoder, de la gente que sin pedir permiso hace periodismo popular.
Este contribuye a visibilizar a los débiles y los violentados, y a bregar porque no haya impunidad ante los crímenes sociales, políticos, policiales y militares del sistema y del régimen imperantes.
Congratulaciones a los colegas que en Colombia hacen periodismo verdaderamente independiente, sin esperar lisonjas, sin venderse, a riesgo de su estabilidad y de sus propias vidas.
Como dijo el periodista Rodolfo Walsh, asesinado por la dictadura argentina en 1977, “El periodismo es libre o es una farsa”.