Hace un par de años el escritor, periodista e investigador Daniel Samper Pizano puso el dedo en la llaga del mundo vallenato cuando escribió una columna sobre el suicidio y muerte de este género por haber abandonado su vocación narrativa. Hoy se puede decir que la polémica continúa y que tal vez nunca terminará por la sencilla razón de que el ritmo lo define el mercado y no el sentimiento de los compositores.
Las nuevas producciones como “La yuca y la taja” de Iván Villazón de la autoría de uno de los compositores más emblemático como es Romualdo Brito y el “Glu glu, glu” lo nuevo de Silvestre Dangond escrita por el sanjuanero Luis Egurrola con una letra ‘Ya lloré una vez / cuando te fuiste tú / y cogí una botella / y glu glu glu glu glu’, es una muestra que la letra ya no tiene importancia en el vallenato, cuando se le añade un arreglo musical para volverla más pegajosa, son producciones instantáneas que a duras penas se mantienen 90 días y después pasan al olvido, al cesto musical que no dan ni para reciclar.
Ese es el nuevo vallenato comercial jocoso que para hacer parrandas no sirve si acaso fiestas para discotecas, al que han obligado a los legendarios compositores para poder grabarle teniendo que abandonar el exigente género narrativo y optar por temas de amores fáciles y sin emoción. Se limitan a repetir palabras “bonitas”, metáforas gastadas, cantos vacuos al terruño, elogios del folclor y melodías planas. Se acabó la inspiración y con ella la métrica de los versos de muchas composiciones.
Alguna vez lo dijeron compositores tradicionales como Gustavo Gutiérrez quien dijo que faltaba poesía; Sergio Moya, Rosendo Romero, Rita Fernández, Beto Daza y Marciano Martínez, tampoco les gusta la nueva propuesta; entonces algo estaba pasando. Los compositores nuevos, que son la matriz, no están haciendo la tarea, todas las canciones se parecen, no tienen recordación y no está presente la poesía, ese atajo barato y fácil de lo comercial le falta escuela, una escuela de compositores que ayude a recuperar el rumbo, porque los artistas graban pensando sólo en el objetivo comercial, carentes de contenido, marcando una brecha muy lejana con otros tiempos cuando se hacían cantos en honor a los amigos, a la naturaleza, a los hijos, al amor, entre otros. Esos temas del ayer se ven desplazados por canciones carentes de riqueza literaria e interpretativa y que a la larga favorece es a los viejos juglares como los Zuletas, Jorge Oñate, Silvio Brito, Diomedes Díaz, Los Betos y los cantos inolvidables del Binomio de Oro que en toda parranda siempre van a estar presente de esa generación que le aprendió mucho a esa estirpe de cantantes y acordeoneros que solo lo hacían por el talento innato de interpretar una melodía. Al parecer los nuevos no lo han podido interpretar, y los que ya están como Villazón se han dejado llevar por las fluctuaciones del mercado. Razón tiene Silvestre Dangond cuando asegura que el artista se ha dedicado a polemizar, en lugar de fortalecer su labor; una realidad que va a llevar a no dejar nuevos juglares.
¡Qué tanta falta le hace a esta “Nueva Ola” Kaleth Morales!
La maldición del vallenato está en las casas disqueras que buscan más en cantidad que en calidad, una crisis que ha contagiado a los compositores que quieren ser famosos cantantes dando como resultado a poner el vallenato a tono de otros ritmos como la salsa, el merengue y el reggaeton y tristemente lo están tropicalizando.
El vallenato es una expresión cultural que evoluciona al igual que todo género pero esa evolución basada en el negocio no puede ser degenerativa.