No es ningún secreto que la noble profesión del profesor/a es una actividad de altísimo riesgo en un país como este que, incluso con los enormes y estructurales problemas educativos, no se vacila ni un minuto en dilapidar a aquellas y aquellos que con esfuerzo, tenacidad y entrega por los demás (dejando muchas veces a su familia y lugares de origen) se dedican a ofrecerle a la niñez de Colombia un mejor devenir para sus futuros por medio del conocimiento, el arte y la ciencia; esto en una nación en donde la estela de la muerte, originada por un odio enquistado y casi que primitivo, deja su rastro a lo largo y ancho de la geografía nacional.
Ese odio casi que primitivo le corresponde a aquellos que, sin ningún asomo de autocrítica y cegados por sus obsoletos intentos de idearios y recalcitrantes antivalores, se indignan ante lo digno y aplauden lo indigno. Esto es una máxime de la profunda ignorancia del colombiano que cree en una verdad absoluta, cuadriculada e inamovible. Una mal llamada verdad despojada de toda evidencia científica; por el contrario, muy caracterizada como un acto de fe, algo muy parroquiano y lamentable.
Lo peor de todo es que estas personas, las cuales por lo visto son un caso perdido, pretenden que sus hijos (que los consideran como propiedades) hereden todo lo que no se debe heredar: un dogmatismo y una estrechez mental que les impida discernir, tener criterio y personalidades propias, capacidad de análisis de lo que acontece a su alrededor y del cómo sus acciones cívicas, éticas y morales repercuten en el complejo entramado de la sociedad y el medio ambiente. Los quieren sumisos, ignorantes y sin chispa. Los quieren como ellos han sido toda su vida, y es por eso que, cuando un profesor/a se sale del reducido molde de algunos padres de familia e irrumpe disruptivamente y con fuerza contra esos frágiles cimientos de ignorancia, el docente se convierte inmediatamente en el enemigo. En un adoctrinador.
Quizá estos padres de familia, obrando y pecando desde su profunda y triste ignorancia desconocen u omiten que en este país las palabras matan y son una forma simbólica y cobarde de ponerle una lápida al sindicalista, al periodista, al activista ambiental, al defensor de las minorías, al profesor…
Estos padres de familia que, sumidos en su infinito egoísmo, están más preocupados por no tener la nevera vacía como en Venezuela (como si en Colombia no fuese igual para millones), que por los centenares de asesinados que el fascismo, el narcotráfico y la corrupción de las clases políticas locales y centrales han dejado, y lo siguen haciendo desde hace décadas.
Es entonces cuando el iracundo padre cataloga al docente como “comunista” o “socialista”, o lo que cree entender sobre estos conceptos; y considera todas las cátedras del docente como “propaganda comunista” como “cátedras de ideologización” o como imposición del comunismo en la mente de los niños y niñas. Dicen estas barbaridades sin detenerse a pensar en el peligro al que exponen al docente. Al fin y al cabo, un asesinado más en este país no es gran cosa para estos padres de familia de principios y valores mundanos.
Este es el caso que está padeciendo el profesor, y mi amigo, Carlos Parra Murillo, quien con admirable profesionalismo dicta clases en un colegio privado en San Martín de los Llanos, Meta, lejos de su natal Bogotá, su familia y amigos. Por fortuna la mayoría de los padres de familia de los niños y niñas a quienes Carlos imparte clases desde principios de este 2020 dan cuenta de las cualidades y condiciones personales y laborales del docente, el cual se ha regido del material, currículo e indicaciones del colegio Cofrem San Martín, y así lo hicieron constatar varios padres en una carta dirigida a la rectora del colegio. Sin embargo, un minoritario grupo de padres se ha despachado contra el profesor con gravísimas afirmaciones como: “pondera y vanagloria a los grupos guerrilleros armados ilegales, queriéndolos hacer ver como héroes de la patria”; “adicional a esto exige lecturas con filosofía revolucionaria y comunista”; “desde el inicio de la pandemia… nos dimos cuenta de la doctrina e ideologización que ha querido imponer el profesor…”, entre otras.
Estas irresponsables y desvergonzadas afirmaciones son claramente propicias de una denuncia penal por injuria y calumnia, además de que se está violentando abiertamente la libertad de cátedra. Empero lo anterior, el agravante de la situación se presentó el día 15 de septiembre del presente, (un día después de que los indignados padres presentaran su infundada y panfletaria carta), cuando un desconocido se acercó al lugar de residencia del profesor Carlos, preguntando reiterativamente por él. Ante la ausencia del docente en el lugar de residencia el desconocido lanzó otros improperios y declaraciones relacionadas a la labor del docente en el colegio Cofrem San Martín e incluso afirmando que el tiempo de este docente en el colegio estaba pronto a claudicar, esto según el testimonio de un vecino del profesor Carlos.
¿Quién era este desconocido?, ¿por qué fue hasta el lugar de residencia del docente y qué buscaba?, ¿por qué este hecho aconteció un día después de la irresponsable misiva de cuatro padres de familia en contra del docente?, ¿hay alguna relación entre los hechos? Lo cierto es que desde Bogotá sus familiares y amigos no solo nos hacemos estas preguntas, sino que estamos muy atentos a la situación, la seguridad e integridad del docente Carlos Parra Murillo.
A los padres de familia responsables (a quienes por el momento me reservo sus nombres) de tan desatinadas, esquizofrénicas, ruines e ignorantes afirmaciones me gustaría preguntarles si tan siquiera saben qué es el socialismo, cuál es la diferencia de este con el comunismo; si saben que este es una teoría económico-social ideada desde sociedades industrializadas y para contextos de las mismas sociedades industrializadas; si saben la diferencia entre socialismo utópico y la epistemología construida en el socialismo científico; o tan siquiera los autores de las diferentes vertientes económicas que se han dado a la tarea incluso de ponderar, corregir y superar los desajustes de Marx en términos de plusvalía, en términos del valor intrínseco a la fuerza laboral empleada o si tan siquiera saben de qué trata el materialismo histórico.
Por supuesto que no lo saben, lo de ellos es decirle socialista, comunista, adoctrinador a cualquiera que les haga esforzarse mentalmente por algo. Seguramente son de esos creyentes que no conocen la profundidad de la biblia, ni han leído los tratados filosóficos y teológicos de los exponentes del cristianismo, pero se mantienen en su efervescencia dogmática (¿los verdaderos adoctrinadores?). No, lo de ellos es creer, ir a ciegas por el mundo, ir limitados, reducidos y simplificados ante la vastedad y complejidad del ser humano y su mundo. Está bien por ustedes, pero no les hagan ese mal a sus hijos.