Digamos que soy una viajera.
(Turista y viajero no son sinónimos. El primero es hiperactivo, chulear pueblos y ciudades sobre el mapamundi lo hace feliz; casi tanto como enarbolar el palito de las selfies en cuanto monumento se cruce en su camino. Y eso está bien. El segundo es sosegado, profundizar en los destinos escogidos, más allá de los perímetros señalados por y para las excursiones es su propósito; va ligero de equipaje y, en muchas ocasiones, con los ojos como única cámara fotográfica. Y eso está bien).
Soy viajera entonces. Y supongamos que extranjera. Y que he visto Magia Salvaje y he oído hablar de ese santuario sobrenatural llamado Colombia —el país más feliz del mundo—, en el cual resuena el estribillo vendedor: “el-peligro-es-que-te-quieras-quedar”.
Y supongamos que investigo por internet todo lo que puedo acerca de este lugar de maravillas, y que empaco y vengo.
Y qué me encuentro. Aparte de Chiribiquete, la Sierra Nevada, Caño Cristales, el Decamerón amazónico, el Tayrona, la multiplicación de las especies, los accidentes geográficos…, muy bonito todo, estamos de acuerdo, me encuentro la otra Colombia. La que no promocionan en Fitur y de la que no hablan por el mundo los embajadores.
Me encuentro la Colombia salvaje, la del escándalo fresco cada semana, la que no ve —o ve borrosa— Luis Alberto Moreno, desde su butaca de platea en la presidencia del BID: “Siempre me impresiona ese contraste entre la buena opinión que hay del país por fuera y la que existe internamente, en donde el pesimismo va otra vez al alza”, le manifestó al periódico El Tiempo. Es que la procesión va por dentro, señor Moreno; para que esa diferencia no lo impresione tendría que vivir, trabajar y sufrir aquí. Para que compruebe que el descontento y las críticas no son meras calumnias de la oposición.
(Y lo peor de este panorama nada mágico —ya entrados en gastos, para qué dorar la píldora— es la certeza de que mientras un nuevo hecho escandaloso sé está descubriendo, otro u otros, de igual o mayor magnitud, se estarán gestando. Un verdadero desafío para el optimismo).
Colombia de los osos de anteojos, sí,
pero también la de un general de la Policía
que apenas ayer se desatornilló de la cabeza de la institución
Me encuentro la Colombia de los osos perezosos, sí, pero también la de un Defensor del Pueblo que perdió su puesto de adalid de la moral por acosar a subalternos. Me encuentro la de los osos de anteojos, sí, pero también la de un general de la Policía que apenas ayer se desatornilló de la cabeza de la institución —a pesar de que las denuncias en su contra por enriquecimiento ilícito, seguimientos a periodistas y red de prostitución llevan meses—, luego de que el procurador Ordóñez le abriera investigación. (Al igual que Otálora, Palomino —que tiene derecho a que la justicia obre— tampoco podía seguir en la cúpula, el deterioro de la credibilidad se lo impedía). La de los pumas, sí, pero también la de la guerrilla del ELN que, mientras se cruza mensajes con autoridades del establecimiento para hablar de paz, organiza un paro armado nacional dizque para conmemorar los cincuenta años de la muerte de Camilo Torres. (Se quisiera Maluma el club de fans que le resultó al cura idolatrado, a la vuelta de los años).
Me encuentro la Colombia de los chigüiros sobrevivientes, sí, pero también la de los niños que en Chocó y Guajira mueren por desnutrición pura y dura, aunque funcionarios del ministerio de Salud y del ICBF desgranen estadísticas que demuestran que hay otras causas en dichas muertes; todas vergonzosas porque evidencian que la corrupción se salió de madre y que el Estado es, cuando es, un bombero amateur. (Además, si se salvan de la desnutrición, ¿qué promesas de futuro esperan a esos adultos de mañana?)
Me encuentro la de los micos, sí, pero también la de los viajes “todo incluido” a Estados Unidos, organizados por Presidencia de la República. (¡Llegó planchón!, gritan en las casas de veraneo de Ayapel cuando caen los vecinos para que los atiendan; así, pero en inglés, le gritó Michelle a Obama cuando el tropel de invitados a los quinces del Plan Colombia invadió la Casa Blanca, tras la banderita del guía apellidado Santos). La austeridad hace milagros…
La de los cocodrilos, sí, pero también la de una refinería que costó el doble de lo presupuestado, sin que —al menos hasta ayer— nadie tuviera la culpa. Ni dos gobiernos, ni varios ministros de Hacienda, ni varios presidentes de Ecopetrol, ni varios miembros de juntas directivas. Nadie, excepto nosotros. Los que al final terminamos tapando los huecos que otros abren.
La del zika, la inflación, los carteles de productos básicos, el Niño…
COPETE DE CREMA: Digamos que soy una viajera… Visto lo visto, el peligro no es que me quiera quedar. Es que me quiera marchar. ¡Ya!
Publicada originalmente el 18 de febrero de 2016