“Lo que yo no entiendo Laura, lo que tú me conoces a mí. El cuento del tigre, el tigre hay que dejarle una salida porque, si no, se tira encima de las personas. Y tú sabes que yo soy tigre, que, sin salida, de pronto me tiro encima de las personas”. Y el tigre saltó sobre todos aquellos que le negaron una salida. Así anuncia el exembajador en Venezuela Armando Benedetti su santa ira ante el incumplimiento burocrático del presidente Gustavo Petro Urrego y de su nueva socia política, Laura Sarabia, examiga de Benedetti y ahora persona de confianza del presidente de los colombianos, jefe de gabinete y consejera de cabecera.
Y todo indica que Benedetti tenía razón, a los tigres hay que dejarles una salida, no acorralarlos, no utilizarlos para luego despreciarlos; esta clase de tigres conocen de madrigueras, saben de movimientos de caza y llevan en sus garras los secretos más guardados de su manada. La sangre de unos es la sangre de todos.
Con este capítulo de la historia política nacional bien podría anexarse un nuevo apartado al libro de Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, un tratado de intrigas, maquinaciones, soberbias y felonías. Podría titularse Déjale una salida al tigre y recomendar en ello que a los viejos socios no se debe traicionar.
Ocurre que al gobierno de Gustavo Petro Urrego lo están encerrando sus propios copartidarios, los mismos que lo ayudaron a elegir. No sé si por inexperiencia política, ambición burocrática o electoral o simplemente por la soberbia que envuelve a todos aquellos que no teniendo llegan a tener. Aquellos que una vez elegidos se sumieron en el más profundo de los sopores económicos y sociales, que abandonaron a su pueblo encerrándose en sus propias jaulas de bronce. Acontece en Nariño y en otras regiones del país, candidatos surgidos casi que de la nada o impuestos por viejos caciques electorales que no entendiendo el momento histórico se coronaron de indiferencia y altanería hacia su propio pueblo. Benedettis con traje de Pacto Histórico pero que en realidad son los mismos Sarabias ultrajando la confianza de su gente, frustrando sus esperanzas, matando la poca credibilidad por un futuro mejor. Chacales que pretenden posar como redentores en un sanedrín de contubernios y traiciones.
No podemos fingir que nada pasa, que todo es cuestión de edición de audios. Vemos y percibimos a una Laura Sarabia confundida, callada, silente, sumisa, apocada y hasta temerosa. Y a un Benedetti arrogante, soberbio, seguro y conocedor de lo que dice e insinúa. Peleas de comadres en las que no solo se sacan los trapos al sol, sino que se encaran las promesas incumplidas, los dineros mal habidos y las cuotas burocráticas ignoradas. Un asunto que golpea en el rostro de la credibilidad pública y la deja indefensa ante tanta andanada de sinvergüencería.
Estamos frente a una opinión pública desconcertada y desilusionada. Dirán algunos que manipulada por los medios de comunicación en franca oposición al gobierno nacional, pero no, la verdad franca y lironda es que se percibe con claridad aquello que muchos insinuamos o sospechamos sin que se no entendiera. La presencia de Benedettis y Sarabias en las altas esferas del gobierno nacional dejaban por sentado que nada bueno nos esperaba a los colombianos. Era una nueva versión del TODO VALE mientras se alcanza el poder, o como explicó el escudero Gustavo Bolívar que como lo dijera Galán es necesario untarse para alcanzar el poder. Algo así como untarse de excremento para luego bañarse con perfume.
Cambia el panorama electoral, ahora la bendición de Petro llevará consigo el estigma Benedetti, la presencia de entuertos en los sótanos de Palacio, las torturas y secuestros de niñeras que si hablaran dirían algo más que infantiles chapucerías. No bastaría un polígrafo para entender tanta majadería de unos gobernantes que parecen adictos a la poesía de Rimbaud y su permanente diatriba de un Barco Ebrio y sin capitán, que se hunde inexorablemente en los procelosos mares de la ingobernabilidad.
Volveremos a lo mismo, al comienzo de los inicios, a la cueva de Platón en la que únicamente se perciben sombras electorales. Y vencidos otearemos el viejo horizonte en que los escándalos por ser normales ya eran hasta aceptados y perdonados por una opinión pública ávida de escándalos y corrupciones. Todo indica que la democracia en Colombia se hace con tigres enjaulados y bien amarrados, con fieras con garras cubiertas de sangre, pero lleno el hocico.
“Lo que yo no entiendo Laura, lo que tú me conoces a mí. El cuento del tigre, el tigre hay que dejarle una salida porque, si no, se tira encima de las personas. Y tú sabes que yo soy tigre, que, sin salida, de pronto me tiro encima de las personas”. Vaya fiera que sintiéndose tan sin salida prefirió y optó por una especie de Hara Kiri; o como Sansón ante los filisteos que no dudó en utilizar sus últimos vestigios de valor y fuerza para llevarse consigo a quienes calificaba como sus enemigos.
¿Qué nos espera? Vaya uno a saber. Cuando las jaulas quedan abiertas las fieras salen solas, los efluvios de su aliento se vuelven peligrosos y su proximidad es un nuevo anuncio de desastres y alevosías. Sansón Benedetti escribe con sus secretos a viva voz la caída de un régimen que apenas nacía y que se hunde por el estúpido descuido de un guardián que se olvidó de dar comer al tigre y lo encerró con un puñado de heno y estiércol. Error imperdonable en un país donde todas las jaulas estaban acostumbradas a encerrar a simples palomas o colibríes.
Consejo para gobernantes y aspirantes a serlo: a los tigres no se les abre la jaula, se los encierra con prebendas y lisonjas. De esa jaula no quieren salir ni las fieras más temibles. Pero muchas veces ese encierro hace hasta de los mismos palomitos unas tremendas bestias que ni el domador más grande puede aplacar. Si tienen corderos, no los obliguen a convertirse en leones. Aprendan de Benedetti el Nuevo Príncipe de los Ingenios.