Es conocido que el odio produce más daño en quien lo siente que en quien es motivo de él; que es un veneno que uno se toma creyendo que le hace mal a la otra persona; que es una enfermedad que carcome en el interior al que se complace en él sin que produzca efecto en quien lo causa.
Es lo que se está viendo y se está padeciendo en un gran sector de la población colombiana.
Gente honesta y decente, normalmente moderada, es inducida a expresar, como elementos de rechazo a un gobierno, el odio y los ataques a las personas que lo representan. Se utiliza como instrumento para rechazar el proceso de cambio que se propone, el multiplicar y profundizar la antipatía por quien o quienes lo lideran, Quienes sienten o ven afectados sus intereses se obsesionan por descalificar a las personas en vez de debatir las politicas que ellas promueven.
Los tropiezos o torpezas gubernamentales se convierten en trofeos como si fueran triunfos para quienes creen que de ello se benefician. Se alimentan de lo que acaba siendo perjuicio para el país. (Por ejemplo, mal sirve al ‘desarme de los espíritus’ el que se presente el error de los indígenas al entrar a la fuerza a Semana como si fuera consecuencia de las arengas del presidente y no del rechazo -así sea en forma censurable- a la línea editorial).
A su turno Petro busca que se le compare con López Pumarejo pero omite que, a diferencia de éste, la forma en que se defiende sirve de justificación y retroalimentación para dar virulencia a esa agresividad; pero pareciera que sus contradictores tampoco aprendieran de la historia y buscaran repetirla pero en lo no deseable.
La oposición a la reanudación de la ‘Revolución en Marcha’ en el segundo mandato (1942) lograron generar un ambiente de rechazo al gobierno que intentó consolidarse con el golpe de Estado de Pasto (1944), hasta que llevó a su renuncia en 1945.
Se había llegado a extremos tales que, al calor de unos whiskys, en reuniones sociales algún personaje representativo de la dirigencia política propusiera el atentado personal, e incluso, tras sugerirlo, ofrecerse como eventual voluntario para adelantarlo.
El presidente López Pumarejo en su dimisión declaró que en ese contexto de odio no sacaría el pueblo a las calles para apoyar su gobierno porque no quería una guerra civil
Dentro de ese ambiente el presidente López Pumarejo en su dimisión declaró que en ese contexto de odio no sacaría el pueblo a las calles para apoyar su gobierno porque no quería una guerra civil.
Pero quienes obtuvieron un triunfo lo fue algo pírrico, en el sentido de que fue más el costo que lo que se alcanzó con ese éxito.
La subida del gobierno beneficiario de la interrupción de ese proceso (que no era sino un ajuste a la modernidad de ese momento) desencadenó la época que llamamos de la Violencia, la más oscura de nuestra historia (hasta la aparición del paramilitarismo como opción para enfrentar la guerrilla).
Hoy los responsables de esta ‘política del odio’ no son solo los afectados por el eventual ‘cambio’ que implica reorganizarse en nuevas relaciones de poder; es la caja de resonancia de los medios la que multiplica los efectos. La que exacerba de lado y lado las pasiones que se manifiesta polarizando incluso núcleos de amistades o familiares.
Pero quienes se dan el gusto de difundir, al igual que aquellos que se limitan a disfrutar caricaturas, videos, memes, etc. en los que se estimula esa agresividad, no parecen darse cuenta de la validez de aquel dicho de “Siembra vientos y cosecharás tempestades”
