Alejandro Durán se habría terciado su acordeón al hombro en la fiesta que Lisandro Meza armó para celebrar el cumpleaños de su primer nieto. El Negro, empecinado, volvía a cantar una y otra vez la misma canción. Con cuatro versos de arte menor, parecía rezar:
Este pedazo de acordeón/ Ay!, donde tengo el alma mía (Bis)
¡Ay!, yo tengo mi corazón / Y parte de mi alegría.
Lisandro se alarmó y le preguntó por qué la repetía, y habría contestado:
—Porque estoy seguro que esta va a ser mi última parranda.
Lo que Lisandro nunca supo fue porqué su maestro, de quién con mucho honor fue juvenil guacharaquero, estaba tan seguro de su último concierto. Y es que Durán había regresado hacía pocos días de una exhaustiva revisión cardiovascular en Antioquia adonde le habrían dicho sus médicos.
—Maestro Alejandro, si usted quiere seguir viviendo, no puede seguir tocando acordeón.
Dicen que la voz de Alejandro se aquejumbró en uno de sus bajos:
—Médico. Pero es que si no toco, me muero más rápido.
—Maestro, le habrían espetado perentoriamente: ¡no toque acordeón porque se muere!
El médico podía augurar un ataque fulminante al miocardio, precedido de alguna angina espantosa.
Dicho y hecho. Con esa sentencia a cuestas Alejandro Durán habría acudido a complacer a su amigo, compañero de trabajo y émulo, Lisandro Meza Márquez.
¿Quién pudo haber asociado que así como se estiraba el pedazo de acordeón de Alejandro Durán, se desplegaba en Moscú minuto a minuto el partido que Colombia perdía ante Inglaterra y que finalmente lo eliminó de la contienda mundialista?
Invocando lo más sagrado desde el mismo momento en que se pitó ese tiro de esquina cualquiera hubiera podido imaginar un gol de Yerri Mina. Obviamente, la intuición ni es conocimiento ni es ciencia. La intuición es un deslizadero de locos. El cobro fue tan vertiginoso que nunca pudo saberse dónde estaba Mina a pesar de abrir los brazos. Era obvio que después de dos goles anteriores los ingleses lo tenían más referenciado que lo que cualquiera pudiera hacerlo. Mina se coloca muy cerca del segundo palo e induciendo todavía más al error simula estar desapercibido subiéndose las medias. Davinson Sánchez coime astuto finge susurrarle algo a Wilmar Barrios, mientras Mina tiene el ojo avizor en el cobro. Mina se desprende y echa por delante a Sánchez que bien pudiera haber parecido el Lazarillo de Tormes. Mina se agazapa tras Davinson que precede el tren y hace de escalera. A tres cuartos de trayectoria de la parábola todavía Mina aparecía tapado. La escalera fue tan endeble que luego Davinson trastrabilla y cae. Después de revisar el salto de Santiago Arias podría decirse más bien que el balón localizó a Mina:
—¡Aquí estoy, conviérteme en gol!
Le habría susurrado fantasiosamente al oído cuando ya era objeto volador no identificado yendo solícito hacia la malla.
“(…) el análisis de las variables cinemáticas de un cuerpo humano no es tan simple como el de un cuerpo rígido. La propia definición de la altura de un salto no es sencilla, pues siendo razonable referirla al centro de masas del cuerpo del saltador, dicho centro de masas no se puede determinar pues es diferente en cada instante, dependiendo de la postura del sujeto; incluso dicho centro de masas podría estar fuera del cuerpo del saltador. Para complicar más las cosas, el centro de masas para cada individuo se encontrará en distintas zonas de su anatomía, según su estructura y distribución de las partes de su cuerpo”. Esto quiere decir que ni siquiera Mina pudo haber determinado en su aventura cuánto debía saltar para coincidir verticalmente con el balón. Y sin embargo lo hizo.
El cabezazo una vez más había sido impresionante: reventado contra el piso la trayectoria de un balón es imprevisible y pareciera rebotar con más violencia y velocidad. El disparo subió tan alto porque según la ley de conservación de la energía debería volver a la altura de donde partió menos las pérdidas debidas a la fricción. Es evidente que la altura lograda por Mina es menor a 2,44 m, que es la altura oficial al travesaño. Pero el portero incluso hubiera tenido que gaznatear a su propio defensor para salvar su valla. ¡Tamaño imposible! Cualquier brujo podría decir más bien que precisa-mente era imposible porque nos lo merecíamos.
A partir de allí el pedazo de acordeón siguió estirándose. Alejo sabía la cercanía de su destino postrero, en cambio la selección no intuyó jamás que esa sería su última cantata en tierras de los zares.
Alejandro Durán fue llamado y reconocido como El Negro Grande de Colombia. En efecto, medía 1,96 metros y más allá de su estatura siempre sostuvo su estirpe mundana de Hombre. Muerto Alejo, Yerri Mina, 1.95 metros, podría heredar tal adjetivo por la forma como extendió el pedazo de acordeón en que se convirtió el partido de Colombia ante Inglaterra.
Pero hay algo de sorna complaciente a propósito del partido que he escuchado, cual forma de alejar, Alejandro, el dolor. Según parece, Yerry Mina no pretendió jamás hacerle un gol a Inglaterra. Dicen los que lo conocen que Mina tendría habilidades de sastre y lo que quiso fue tomar medida de la estatura para un vestido que piensa regalarle al defensor inglés, amigo de Davinson, que se dañó porque el tipo se empeninó. Es de resaltar que el defensor inglés hizo honor a la Guardia de Honor del Palacio de Buckingham: sobrevivió a todas las tentaciones sin manotear el balón. La intención de Mina no es rara pues ya habría pretendido hacer cosa parecida cuando alguien, estatua en el paral, vio cómo cosía el gol contra Senegal.
La sorna da para mucho más: ahora la gente se pregunta si la próxima opción de Mina es seguir jugando para el Barcelona F.C., o si más bien opta por trabajar con Givenchy o Christian Dior.
Notas: De la última parranda de Alejandro Durán, novela Lisandro, del autor sucreño, Amaury Pérez Banquet, recientemente aparecida. Edit. Torcaza.
Extraído de internet. Intento de buscar calcular el salto en altura a partir de la estatura humana. Las comillas del texto llevan a la fuente.