Vuelve otra vez a la actualidad nacional el eterno tema de de la homosexualidad, aquel pecado nefando que medio mundo mira con terror, castigando con el desprecio a los autores de delitos abominables e inconfesables que en épocas lejanas o eran quemados vivos, o públicamente castrados, después de lo cual eran suspendidos por los pies hasta que morían.
Han transcurridos siglos y el pecado y el castigo siguen presentes en medio mundo. En gran parte de los países regidos bajo el estricto Islam se usa la horca, siempre en sitios públicos, estadios o plazas, para que sirva de actos ejemplarizantes para los ciudadanos.
Y en pocos países occidentales el homosexual, así como el cojo o el negro, o el alto de estatura o el gordito de barriga, tienen todos los mismos derechos civiles y esas sociedades con el curso de la historia se han acomodado con la peligrosa verdad de que todos somos semejantes y cada cual puede tener su vida privada sin limitaciones diferentes a las consagradas en la normatividad penal. Y el ciego puede votar, así como el homosexual podrá casarse y adoptar bajo el entendido de que no hay pecado o maldad en ello.
Y son conquistas muy recientes llevadas a cabo gracias a siglos de desarrollo mental en donde poco a poco se ha asentado la idea perversa para muchos consistente en pensar que todos somos iguales y por ende tenemos los mismos derechos.
Y hay países, demócratas y abiertos como el nuestro, en donde ni en la legalidad ni en la cultura popular y global se ha logrado que el homosexual sea tratado como uno más.
Poco a poco se logran cosas, se hacen avances puntuales,
pero si se someten a la voluntad popular estos logros,
por una gran mayoría ganarían las posiciones homofóbicas.
Poco a poco se logran cosas, se hacen avances puntuales, teniendo presente que si se someten a la voluntad popular estos logros, por una gran mayoría ganarían las posiciones homofóbicas.
Y por ello no alarman posiciones tan drásticas como la expresada en estos días por la misma Conferencia Episcopal a cargo del cardenal Rubén Salazar cuando afirma sin sonrojarse que todo eso que llaman la ideología de género en la educación “destruye al ser humano, le quita el contenido fundamental de la relación complementaria entre varón y mujer”.
Y tampoco parecen alarmar las verdades oficiales provenientes de la Procuraduría en donde siempre, amparándose en los principios religiosos, expresan sus férreas posiciones donde claramente nos dicen que los pervertidos no merecen nada diferente al castigo social al pervertir con sus conductas a nuestra niñez y juventud.
Y menos alarma Uribe cuando nos dice que todas estas campañas que buscan la igualdad representan tan sólo un “abuso a los menores, un irrespeto a la naturaleza y a la familia”.
Si la Iglesia y la derecha cavernaria pasaron de agache o con activa presencia ante el holocausto nazi o ante cualquiera de las dictaduras militares, no puede alarmar lo que opinan de aquellos depravados.
Tal vez sólo nos queda esperar a alejarnos de discusiones sin sentido con entes o personas que jamás comprenderán aquello de la igualdad de todos, aferrarnos con los contados avances logrados gracias a valientes posiciones adoptadas por la Corte Constitucional y esperar que el curso de la vida logre al fin que la mayoría de los colombianos veamos con ojos normales y total tranquilidad lo que hoy muchos consideran que solo son pecados nefandos que no merecen perdón.
Y poco a poco podremos lograr ser parte de ese pequeño mundo que da plenos derechos a todos por igual, siempre y cuando, desde pequeños se inculque la igualdad como premisa fundamental.
Y hablando de…
Y hablando de cavernarios, inquieta, por decir lo menos, aquella frase suelta del candidato republicano Trump cuando insinúa que los partidarios del derecho a llevar armas podrían frenar a la candidata demócrata. ¿Qué habrá querido decir?