Solía ser un activista de esos que proclaman en sus redes sociales el apoyo a la comunidad LGBTI, pero al momento de vivir en la realidad junto a ellos era distinto. ¿Estamos preparados realmente para hacerlo?
Hace un tiempo uno de mis amigos se enamoró de mí. Sí, un hombre, amigo mío, cercano y siendo yo heterosexual. Pero así fue como ocurrió y no estuve preparado para ello, a pesar de que en mis redes sociales manifestara una percepción totalmente contraria. Cuando me lo contó empecé a actuar desigual con él, a tratarlo distinto y verlo de otra forma, aun cuando yo supuestamente lo respetaba y apoyaba. Luego de un tiempo me di cuenta de que yo también alimentaba ese mundo perverso de discriminación y homofobia, que si hubiese sido una mujer mi forma de responder habría sido totalmente distinta y entonces reflexioné que estaba siendo también discriminador y homofóbico como el resto, porque al fin y al cabo ¿quién soy yo para decirle a los demás a quién amar y a quién no? O ¿quién era yo para negarle un amor a esa persona por el simple hecho de ser hombre? ¿Se lo habría negado si la noticia me la hubiera dado una mujer? Estoy seguro de que la respuesta a la última pregunta sería distinta.
No se trata de que usted se vuelva también homosexual, si no lo quiere hacer no lo haga, pero se trata de aceptar y respetar al que sí lo hace, como realmente es lo normal en una sociedad tolerante y diversa. Actuamos mal señores lectores, actuamos muy mal y lo hacemos sin siquiera fijarnos en el daño que podemos causar. A veces solemos predicar mucho más de lo que podemos aplicar y no existe mayor incongruencia que esa, es por eso que desde entonces mi forma de pensar y actuar cambió de forma drástica, pues ya no me quedo solamente con las publicaciones en mi Facebook para sentirme bien, sino que siento la necesidad real y efectiva de aplicar todo eso que pregono en las situaciones de cotidianeidad de mi vida.
Las personas diariamente somos tan hipócritas como el buen cristiano que fielmente asiste a su iglesia para amar al prójimo y defender la vida del feto, pero que al momento en que ese feto sale “marica” lo llamamos descarriado y lo rechazamos con violencia. Esa evidente violencia no solo física sino psicológica que aplicamos cuando decimos que debemos rezar para sanar la enfermedad de los homosexuales, o al rechazarlos y hacerlos sentir menos que un heterosexual. Las personas necesitamos entender que en todas estas situaciones estamos afectando un ser humano igual que todos nosotros.
Cuando se alega igualdad y equidad sonaría ilógico en consecuencia que la comunidad LGBTI se aparte de los demás un día al año y salga a las calles a marchar vestidos de forma inusual y con la bandera de los colores, sonaría ilógica la propuesta de Juan Pablo Jaramillo y Christian Castiblanco para distinguir los lugares “pro gais” y sonaría ilógico promover normas jurídicas para ellos cuando lo que se busca es ser cada vez más aceptado dentro de la sociedad. ¿Qué acaso todo lo anterior no los aparta de esa equidad que proclaman? Probablemente sí, y yo estoy de acuerdo con esa idea. Sin embargo, cuando veo que a otro de mis grandes amigos lo llaman “enfermo” en la iglesia de sus padres por ser gay o cuándo llevaron al suicidio de Sergio Urrego en su colegio por enamorarse de uno de sus compañeros soy testigo de una clara necesidad de especial protección a un grupo que claramente fue y sigue siendo marginado por el resto. Me convenzo luego de que existe en medio de nosotros una necesaria determinación diferente frente a estos casos, así como se hizo tiempo atrás con la ley que castiga el homicidio contra la mujer de forma diferente al homicidio contra el hombre. Y eso no declara obligatoriamente una falta de equidad, pues en dichos casos existe una discriminación histórica socio cultural que agrava la situación de aquellos grupos marginados.
Aunque la sociedad ha logrado comprender más allá de los estigmas y es común observar parejas del mismo sexo caminando de la mano por el centro de las ciudades, nos sigue faltando muchísima cultura y tolerancia por aprender y allí es cuando entiendo el espíritu de iniciativas como #AquiEntranTod@s porque contrario a no generar igualdad promueve y representa un apoyo de la sociedad en general para con los integrantes del grupo LGBTI, apoyo que quizás logre transformar la forma en la que ellos se cohíben de amar como quieran y realizar un proceso de inclusión mucho más amplio y efectivo. Por supuesto que es sólo una de las tantas propuestas y proyectos que deberíamos llevar a cabo, pero un pequeño paso es un gran paso y éste podría ser uno de esos.
Usualmente escucho a las personas decir cosas como “Yo los respeto, pero no me gusta que se besen en la calle, que se tomen de la mano ni que se acerquen mucho” y entonces viene siempre a mi mente el lema que en Estados Unidos se usó para hacerles creer a los negros que tenían los mismos derechos que los blancos pero que solo fue un contentillo: “Separados, pero iguales”. Sí señores, eso es lo que estamos haciendo evidentemente cuando las personas dobles argumentan una frase como esa, estamos siendo discriminadores con nuestros semejantes y les estamos negando el derecho natural que toda persona tiene de amar como le venga en gana.
Nos ha faltado el sentido humano que debería caracterizarnos, pero soy consciente de que existen muchas personas en el mundo como lo era yo antes y soy consciente de que apenas estamos aprendiendo a mejorar todos nuestros errores. Por eso querido lector, la próxima vez que vaya a criticar o denegar el derecho al amor de cualquier persona piénselo mejor, pues esa persona podría estar siendo su amigo, su hija, su hermana o usted mismo.