Hace poco fui a El Patio y en una de las mesas delanteras estaba María Fernanda Cabal. Me sorprendí. Desde que Jaime Garzón era su cliente más representativo se convirtió en un lugar para intelectuales, artistas y políticos de izquierda. Allí cenan con regularidad el analista León Valencia, el senador Iván Cepeda o el mítico fotógrafo Guillermo Angulo, uno de los mejores amigos de García Márquez, el Nóbel a la que la congresista Cabal condenó al infierno. Me acerqué a ella y le pregunté, sin ambages, que hacía en ese lugar. Cabal, quizás la seguidora más radical del ex presidente Uribe, me respondió con una sonrisa que le iluminó la cara: “A mí no me disgustan del todo los mamertos”
La primera vez que Jaime Garzón visitó el lugar fue acompañado por sus compañeros del programa Zoociedad. Era 1992 y el restaurante estaba recién inaugurado. Fernando Bernal, el dueño del Patio, se le acercó a su mesa y le propuso, entre risas, que si iba seguido al sitio le haría descuentos especiales. Desde ese momento se convirtieron en amigos íntimos. Al Patio iban a comer y a iniciar rumbas Antonio Morales, Yamid Amat o Navarro Wolf. Bernal, como lo llamaba el humorista, fue desde ese momento un confidente y un alcahuete.
Desde esa época Garzón hacía en ese lugar lo que se le daba la gana. Entraba , salía y se metía a la cocina cuando le daba la gana. Incluso, como era un gran cocinero, empezó a meterle mano a los platos. Aún hoy una de las razones para ir a El Patio es el arroz Garzón. La historia del plato la cuenta Bernal a todo el que quiera oírla. Jaime tenía problema con sus dientes. A veces no podía comer nada sólido. Se le ocurrió un día hacer un arroz, todo mazacotudo para que se lo pudiera comer, con vegetales y mariscos muy bien picados. Cuando se sentaba en su mesa, justo al frente de la que se sentó Cabal, el lugar donde hoy Bernal le ha hecho un pequeño altar, a comer el arroz los clientes empezaron a pedir lo mismo. Desde entonces el Arroz Garzón es uno de los clásicos del Patio.
Vivía a cinco cuadras de allí, en plena Macarena, así que el restaurante fue su oficina. Organizaba cenas en donde invitaba, en pleno escándalo del proceso 8000, a Hernando Santos, director de El Tiempo y a Miles Frechette, el polémico embajador norteamericano con el que compartió más de un trago. En ese pequeño lugar – luz tenue, pisos de madera, muebles viejos y elegantes, 15 mesas- Piedad Córdoba, quien también es cliente, le contó a Jaime que Carlos Castaño había dado la orden de matarlo.
Maria Fernanda Cabal termina su segunda copa de vino. Son las tres de la tarde y se despide de unos admiradores espontáneos que están en la mesa contigua, justo debajo del altar a Jaime Garzón. Fernando la mira divertida. El mismo va hasta mi mesa y ralla un poco de queso sobre mis pastas. Le pregunto si está viendo la novela y me dice, con un gesto de rabia, que él no ve eso, que no quiere ver como RCN transforma la figura de Jaime Garzón en la de un “Tumbalocas”. Que a veces invitaba a sus amigas más íntimas, pero, así le haya rociado de pétalos la cabeza de una reina que fue al Patio con su novio, nunca fue el galán que se las quería levantar a todas. Bernal vive todavía al frente y tiene varios locales en la misma cuadra y todavía, casi dos décadas después de que Carlos Castaño le hubiera matado a su amigo, es el rey de la cocina en La Macarena.