El paseo del terror

El paseo del terror

Por: Darlin Johanna Ramírez Leiva
marzo 31, 2015
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El paseo del terror
Passengers ride a Transmilenio system bus during rush hour in Bogota, October 27, 2014. A Thomson Reuters Foundation survey of 15 of the world's largest capitals and New York found Bogota in Colombia ranked as having the most unsafe public transport, with women scared to travel after dark, followed by Mexico City, Lima, then Delhi. Picture taken October 27, 2014. To match Thomson Reuters Foundation story WOMEN/POLL REUTERS/John Vizcaino (COLOMBIA - Tags: SOCIETY TRANSPORT TPX IMAGES OF THE DAY)

Nunca pensó que empezaría a sufrir de claustrofobia, todo por subirse a una buseta, y menos a una que en realidad es del tamaño de un bus. ¿Han visto esas Guasimales enormes? Bueno, así.

Los humoristas suelen tratar el tema del transporte público y es tan normal escuchar expresiones como: “¡Qué bus tan lleno!”; “¡No le cabe ni una mosca!”; “¿Me va a llevar a la casa de su madre, o qué?”; “Pero señor, ¿dónde va a meter más gente?”. Y es que a veces es increíble que las personas se sigan subiendo, aunque parezca que los pasajeros se van a salir por las ventanas.

Daniel tiene carro, pero para él resulta toda una tortura subirse a una buseta cuando le toca. El día de pico y placa, o cuando debe ir al trabajo, porque no hay donde parquear, es necesario usar esos medios de transporte. “Gracias a Dios sólo trabajo los fines de semana”, pues después de aquel día, no puede ir un sábado a un centro comercial. Aquella experiencia claustrofóbica le desató un miedo impresionante por las multitudes. No soporta ir a un concierto, le aterran los estadios, nada de ferias o fiestas, no quiere vacaciones en diciembre o en semana santa y ni siquiera le interesan los eventos en su universidad.

Para este estudiante de Arquitectura, las vivencias en los buses lo trauman, pero los tres accidentes automovilísticos que ha tenido y donde se ha salvado de milagro, no causan nada en él. “Lo más terrible que pasé en los accidentes, fue que me tocara andar en bus”. Y así de extremista es, y hasta cómico, bastante cómico, pero a veces califica la experiencia como mortal y al fruncir el ceño, permite dar a entender que para él, eso no es un chiste. Al ver la seriedad del asunto, le propongo buscar ayuda, pero dice que la única ayuda son los carros. Su padre le regaló el primero que tuvo, y desde allí no se imagina la vida sin ellos, “una cosa es un carro y otra muy, pero muy diferente es una buseta”. ¡Y es lógico! La lentitud, las paradas, la multitud, los olores, los golpes, y todo lo que conlleva ir en una vaina de esas, no es nada agradable para nadie, y Daniel está seguro que para él es todavía peor.
Al recordar ese fatídico día, Daniel se expresa como contando una historia de terror.

Era temprano, alrededor de las siete y media de la mañana. Esperaba la buseta porque tenía que ir a la universidad a presentar un examen, de por sí ya iba bastante estresado. Vio de lejos la buseta, estaba totalmente llena y no la podía dejar pasar, porque estaba sobre la hora para llegar puntual. “Que las busetas estén llenas me fastidiaba, pero ese día fue un horror”. La buseta venía lenta y aunque un hombre se salía por la puerta, él pensó que podía meterse, aunque significara quedar completamente ‘ensanduchado’. Estaba seguro que podía soportarlo, que era algo normal. “La mayoría de gente pasa por esto y no se quejan tanto, pensé”, allí tomó el impulso que necesitaba. Parece que es extenso un momento tan veloz en la vida cotidiana, pero la verdad, fue así. Daniel dice que fue tan lento, que sintió que había perdido un día completo de su vida. Él solamente alcanzó a subir uno de los tres escalones que tenía aquella gran buseta de Guasimales. El señor que iba en la puerta quedó detrás de él y adelante venía una señora alta, que le ponía el trasero en la cara cada vez que el conductor frenaba. La gente seguía subiendo y entraba, y Daniel no entendía por qué no encontraba manera, ni podía coger bien los barandales. Se volteaba, se movía, intentaba acomodarse, pero no lo lograba. Una muchacha estaba tan cerca de él que sentía que le aprisionaba el pecho. Literalmente, se estaba ahogando, pero no podía permitirse hacer el oso. “¡Qué boleta hacer ‘show’ delante de toda esa gente! Yo, de verdad, quería bajarme, pero no podía. Cuando estamos en parciales no puedo llegar tarde”, así que resistió esa gran batalla para llegar a la universidad. Cuando pudo bajarse, Daniel salió como un volador, “la buseta me escupió, tal cual”, y justo allí sintió el soponcio. No fue que quedara tirado, completamente desmayado después de ese viaje infernal, pero se le fueron las luces de tal manera que tuvieron que auxiliarlo. Este joven de 19 años, suda contando la historia, se para de la silla, manotea, hace gestos, mejor dicho, se puede volver a vivir su historia, la cuenta con lujos de detalles y también recuerda que le fue bastante regular en el parcial que tenía que presentar, llegó pálido y no fue susto pre-parcial, ojalá lo hubiera sido.

Todo esto sucedió unos días después de su segundo accidente. Como el carro estaba en el taller, y se demoraba todavía un poco por salir, tenía que seguir viajando “a lo pobre” como le dicen sus amigos. Al volver a montarse en una buseta, empezaron pequeños ataques de pánico. Así que Daniel decidió tomar taxi, pero el presupuesto no le alcanzaba, entonces tuvo que continuar y soportar. “Echar pa’ lante. Yo trataba de ver eso como una prueba, tenía que valorar mi vida, mi carro, por pendejo era que estaba pasando por eso. Era mi culpa, debía asumir mi error y soportar las torturas del transporte público”. Tal vez suene materialista, pero sinceramente no imagina la vida sin carro.

Ahora, hace todo lo posible por esquivar las busetas y por cuidar su “niño”, asegura que no desea volver a accidentarse y no le da tanta importancia a perder la vida, no lo menciona, ni lo imagina. “Tener que volver a montarme en una buseta todos los días, y volver a pasar por un momento tan horrible como el que pasé, sería para mí, una completa desgracia”.

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