Es lamentable, pero cierto, que muchos quieren llevar sus resentimientos del presente al pasado con el propósito de solo hablar de lo que les conviene. Así, mientras los judíos solo quieren contar lo que sufrieron durante el fascismo, a los palestinos sin grandes recursos mediáticos les toca enterrar silenciosamente a las víctimas de esa enorme prisión llamada Franja de Gaza. Para los uribistas los únicos que sufrieron la violencia fueron sus amigos paras o militares, y como en la guerra fueron incapaces de exterminar a las Farc, no quieren hablar de procesos de paz ni de la Comisión de la Verdad, pues solo les interesa su única y exclusiva visión sobre lo que pasó en este país.
Por supuesto que la verdad no existe para ser descubierta como quien se tropieza con una manzana o una isla perdida; es algo que se construye y reconstruye en un proceso de búsqueda infinita. Hasta hace unas décadas llegó a pensarse que solo los historiadores oficiales podían reconstruir con precisión y objetividad los hechos del pasado, pero eso ha cambiado, porque han surgido personas que sí tienen escrúpulos y otros que, en su afán de ascenso social, se prestan para todo. Ahora hay historiadores serios que intentan ser autónomos y críticos, aunque también aparecen por doquier profesionales que con sus ademanes de sabios quieren posar de historiadores para ganarse un puesto. A nadie se le ocurriría poner como director de un hospital a un albañil, pero en cambio muchos si creen que cualquiera puede ocuparse del pasado por pura ignorancia de lo que significa estudiar historia.
Digámoslo de otra forma. A lo largo de nuestras vidas vamos sufriendo lo que son las enfermedades y a pesar de lo que conocemos de ellas, la mayoría aprendemos a respetar a los médicos. Digo que la mayoría porque no sobran los atembaos que por darse aires de entendidos andan por ahí predicando sus propias fórmulas de sanación y la no vacunación. Sobre las cosas del pasado pasa exactamente lo mismo, todos a cada instante estamos acumulando experiencias e información sobre él y vamos construyendo una memoria (individual o colectiva), pero no por ello cualquiera puede hacer lo que hace un historiador porque es otra disciplina con características específicas.
La confusión se da porque desde que nos trajeron de Europa la idea de la “memoria histórica” se ha producido un cambio interesante. Por una parte, luego del periodo de recuperación de la historia oral como herramienta de conocimiento, se ha llegado a la idea de que todos tenemos la posibilidad de interpretar o valorar el pasado. Ya los historiadores no son los propietarios del pasado, y eso es un avance, pero de ahí a que cualquier charlatán quiera darnos cátedra porque se aprendan algunas fechas y unos cuantos relatos, hay cierta distancia. No se trata de defender una parcela del conocimiento o de poder sino de diferenciar hasta donde es entendible llegar.
El proceso de paz nos trajo la posibilidad de empezar el camino de reconstrucción e interpretación de los hechos violentos del pasado; aunque unos tienen el afán de que no se vuelvan a repetir, otros están interesados en seguir su guerra contra las víctimas. Los uribistas, por ejemplo, no comprenden que aparte de los “emprendedores”, militares y los mafiosos, también sufrieron los campesinos, las miles de personas que militaron en la UP, los sindicalistas e incluso muchos de los guerrilleros que no se fueron al monte por mero gusto o espíritu de maldad. Claro, no lo entienden porque ellos pusieron el Estado al servicio de sus intereses.
Resulta contradictorio y lamentable que en este afán por la memoria los discursos y textos que afloran por doquier con ese palabrerío de los “expertos” lo que se están haciendo esas personas es distanciarse de la población que debiera ser objeto de sus preocupaciones. En lugar de llegarle a las víctimas para ayudarles a entender las dinámicas sociales y políticas, lo que están haciendo es escribiendo para descrestar a otros “expertos”, y por esa vía no lograremos nada. Para constatar lo que les digo solo basta visitar las páginas web, mirar los libros y escuchar lo que dicen los memoriólogos.
Por lo tanto, creo que los centros de memoria no deben ser transformados en museos para oficializar una verdad mediante exposiciones distanciadoras ni para reproducir estos vicios pseudoacadémicos. La memoria y la interpretación del pasado no debe basarse en estadísticas ni discursos de pacotilla plasmados en frías paredes que lo único que muestran es el gusto por el despilfarro de los recursos técnicos y multimediáticos tan en auge en las artes ultramodernistas. La preocupación por la memoria no surge para implementar pedagogías sanatorias, como hacen los intermediarios con el más allá o los curadores del alma*, es para el encuentro, el relacionamiento con las víctimas, el diálogo político y la proyección de imágenes de fácil comprensión. Evidentemente, esto último corresponde a una visión particular sobre lo ideal, ya que el lector conoce que eso no sucederá por una razón muy sencilla: en este país las cosas funcionan sobre la base de intereses personales (económicos, políticos y simbólicos) y no sobre asuntos ideales.
*(Véanse los planteamientos de Pierre Bourdieu)