Manuel Antonio Sanclemente (1898-1900) ha sido el mandatario más longevo que ha tenido Colombia. Llegó a la presidencia a los 85 años y solo pudo ejercerla en el papel; antes de terminar su mandato constitucional, fue depuesto por su vicepresidente, José Manuel Marroquín, quien recibió el apoyo de gran parte de los militares y de la rancia oligarquía y dirigencia conservadora de entonces.
Cuentan historiadores que Sanclemente, además de haber sido un títere impuesto por Miguel Antonio Caro —quien luego apoyaría su derrocamiento—, por quebrantos de salud, terminó ejerciendo su mandato desde una finca situada en Villeta, Cundinamarca.
Sanclemente vivió una de las épocas más violentas de nuestra historia y quizás su vacío de poder ayudó a avivar el fuego en la llamada Guerra de los Mil Días, donde murieron miles de colombianos.
130 años después, Colombia eligió a Iván Duque Márquez, uno de los presidentes más jóvenes de nuestra historia republicana, pero tan retrógrado, enfermo y amante de la guerra y la corrupción como Sanclemente. Hoy los papeles se invirtieron: el títere está en la Casa de Nariño y el titiritero mueve los hilos en forma de trinos, desde una finca llamada El Ubérrimo.
Da la impresión de que Duque tiene problemas: no oye, no ve ni entiende a miles de jóvenes que hoy en calles, parques y carreteras reclaman, principalmente, educación, empleo y espacios para dialogar y plantear sus problemas. El presidente ha preferido violentarlos, desaparecerlos y asesinarlos con acciones desmedidas de la Fuerza Pública y con grupos paramilitares o comandos armados respaldados por la Policía, tal como lo muestran infinidad de fotos y vídeos.
Las órdenes —hechas trinos— para incendiar el país provienen de los campos de Córdoba, donde se ha refugiado el titiritero, huyendo de la realidad, pues está convencido que con la guerra le echará tierra a sus procesos judiciales. De ahí la negativa de Duque al diálogo y su empeño por involucrar a los cuerpos uniformados y a civiles armados, para que esto termine en una guerra civil.
Pareciera que el titiritero estuviese copiando la premisa del narcotraficante Pablo Escobar, luego de renunciar del Congreso por las investigaciones judiciales que le adelantaban. El genocida Escobar dijo que prefería una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos; incendió el país para tratar de defender su impunidad... esa misma línea incendiaria es la que promulga el jefe de Duque.
Ser títere de Uribe le puede salir caro a Iván Duque, porque podría terminar en un tribunal internacional de justicia por la flagrante violación a los derechos humanos y la nula acción de la justicia colombiana frente a esos delitos de lesa humanidad. El titiritero también se ha metido en el bolsillo al congreso, a la fiscalía, procuraduría, defensoría del pueblo y la contraloría.
Jorge Noguera, Sabas Pretelt de la Vega, María del Pilar Hurtado, Diego Palacios, Alberto Velázquez y otros más de la corte de Uribe terminaron en la cárcel por cumplir las órdenes criminales del Mesías, y a Iván Duque le puede ir peor, los muertos y desaparecidos del paro suman más de 100 personas.
La mayoría de los jóvenes que protestan están dispuestos a dar hasta su vida por sus ideales, no le temen a nada, les disparan y ellos siguen para adelante. ¿Por qué será tan difícil para Duque dialogar con esos jóvenes? Decían los provincianos de antaño que “hablando es como se entiende la gente”. Por favor señor Iván Duque, en los 14 meses que le faltan, deslíguese de El Ubérrimo y dedíquese a gobernar usted mismo.