A la orilla del río Guatapurí, Rafael Escalona le cantaba serenatas a Aníbal Martínez Zuleta, hasta le compuso varios versos en los que lo llamaba el futuro presidente de Colombia. Lo más lejos que llegó Martínez en política fue a la alcaldía de Valledupar en 1990. Aníbal, o el Negro grande del Cañaguate, como popularmente lo conocían en las calles de Valledupar por haberse criado en el Callejón de Purrututú del barrio Cañaguate, fue el primero de su cuadra en estudiar en una universidad.
Abogado de estirpe liberal, Martínez comenzó a cosechar las relaciones políticas desde que inició su carrera como juez en Bogotá. Sin embargo, mantenía el ojo en la política de su tierra, y cuando vio la oportunidad respaldó y se unió a la causa de Alfonso López Michelsen para crear el departamento del Cesar en 1967, una movida que lo acercó a su círculo cercano, a tal punto que cuando López fue nombrado como el primer gobernador del departamento, le aseguró un puesto en su despacho. Fue tanta la confianza la que López le tomó a Martínez que en 1975, cuando el dirigente liberal ya ocupaba la Presidencia de Colombia, le dio un empujón en el Congreso para que saliera elegido como Contralor General de la Nación, un cargo en el que se reeligió durante el gobierno de Julio César Turbay.
Desde la Contraloría, Martínez Zuleta se dio a la tarea de pavimentar el camino para llegar a la presidencia. Muchos fueron sus contradictores, que lo señalaban de ser el “símbolo de la corrupción nacional”. Incluso en 1982, último año en que estuvo en el cargo, formaron un debate político para destapar las movidas que Martínez Zuleta hacía desde la Contraloría. No fue para menos, apenas tres años más tarde, la Corte Suprema de Justicia lo condenó después de comprobar que el entonces contralor había dado la autorización para abrir una cuenta bancaria con fondos de la entidad y luego girarse ese dinero como préstamos personales. Aunque fue condenado a tres años de cárcel, el Negro grande del Cañaguate pagó la pena en su casa ubicada en el barrio Novalito de Valledupar.
Después de pagar su condena, Martínez regresó a las correrías políticas, aunque ya sin muchas fuerzas. Aunque en 1992 fue elegido alcalde de Valledupar con el respaldo de la maquinaria liberal, su carrera terminó con el fin de su mandato. Desde entonces se enfocaría en formar a su heredero.
Solo una de sus hijas le siguió los pasos. María Cleofe llegó con el respaldo liberal al Concejo de Valledupar y en 1994 pegaría el salto directo al Senado. Aunque mantuvo durante 9 años su curul, tras su salida en 2003 la casa política de los Martínez se quedó sin un alfil político.
Sin embargo, el excontralor ya tenía un nuevo plan. En Daniel Palacios Martínez, su nieto y quien apenas llevaba un par de años en el país desde que había regresado de Estados Unidos tras terminar sus estudios, vio la vena política de la familia. Cuando Álvaro Uribe llegó a la Presidencia, Aníbal Martínez forjó una entrañable amistad con este y se convirtió en su gran anfitrión durante sus visitas a Valledupar. En uno de esos viajes, Aníbal tendió los puentes para que Uribe le pusiera el ojo a su nieto. El compromiso fue inmediato. Daniel Palacios, un joven aplicado y silencioso, terminó dirigiendo las filas de las juventudes uribistas al lado de Tomás y Jerónimo, los hijos del presidente.
Aníbal Martínez falleció en 2014, pero Uribe lo acogió bajo su ala y ese mismo año lo nombró como su secretario privado en el Senado. Desde entonces, Palacios no se le despegó ni un instante al expresidente y se convirtió en el todopoderoso de su agenda privada, lo que le ayudó a acercarse a dirigentes del uribismo tan importantes como Óscar Iván Zuluaga. Fue, precisamente este, quien lo recomendó para hacer parte de la lista del Centro Democrático al Concejo de Bogotá en 2015, lista que encabezó Diego Molano, hoy ministro de Defensa.
Su paso por el concejo estuvo marcado por su obsesión con los temas de seguridad. Incluso, cuando llegó a ser presidente de la corporación, inspirado en Uribe armó unos consejos comunitarios a los que llevó al comandante de la Policía de Bogotá y a funcionarios de la alcaldía de Enrique Peñalosa.
Cuando Iván Duque llegó a la presidencia, Palacios ya sabía que tenía un puesto asegurado en su gobierno, por lo que no tuvo ningún inconveniente en renunciar a su curul para aterrizar en el Viceministerio del Interior. Y con la renuncia de Alicia Arango como jefa de la cartera, Palacios tuvo el camino despejado para asumir la dirección del ministerio con el respaldo completo del presidente Duque. Su poder se volvió enorme.
Con el viaje de Iván Duque a Corea del Sur, Daniel Palacios, quien ha demostrado que el legado de Aníbal Martínez Zuleta sigue vivo en él, asumió como presidente encargado y cumplió el sueño de su abuelo, ocupar el despacho presidencial de la Casa de Nariño, así sea apenas por una semana.
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