Cosas de este país. El anuncio conjunto de los miembros de la Mesa de Negociaciones de las Farc y el gobierno del “acuerdo para el cese al fuego y hostilidades bilateral y definitivo” hecho el día miércoles 22 de junio en La Habana, no sabemos si de manera casual o perversa, en la inminencia del partido de fútbol de la selección Colombia contra la de Chile, disolvió el impacto de semejante noticia de carácter nacional e internacional, para invertir todo nuestro patrioterismo en el resultado, catastrófico por demás, de ese partido más bien mediocre en el que Colombia hizo dos autogoles y el mundo se vino literalmente abajo en forma de una de esas tempestades terribles sobre la ciudad de Chicago, como si se tratara realmente de un castigo.
Pero si parece ser una ley de la naturaleza aquella de que después de la tempestad viene la calma, aquí ninguna calma llegó. Escampó sí; pero el desastre futbolístico no se detuvo. Sin goles, aquella húmeda vergüenza chapaleó los 45 minutos del segundo tiempo hasta que el árbitro, venal en muchas formas comprobables, cerró la agonía con un pitazo cuando ya casi el partido amenazaba con convertirse en una batalla campal por la desmoralización, el desespero y la impotencia de ver derrotadas unas aspiraciones que parecían firmes y seguras. Prácticamente las mismas razones de nuestra guerra de más de medio siglo: desmoralización, desespero e impotencia.
El anuncio trascendental de La Habana, ese que llena de esperanza y odio por igual a uribistas recalcitrantes y a ansiosos aspirantes de la paz, ha empezado ya a hacer objeto de todo tipo de burlas y ridiculizaciones; o de análisis contaminados de toda suerte de mala leche; o víctima de ataques en los que sólo impera la mala intención y el deseo enfático de que todo fracase.
Es una profusa baba guerrerista saliendo de la boca de periodistas mediocres, políticos traquetos, empresarios asustados, generales insurrectos o simples policías amargados que parecieran aliviar su frustración dándoles golpizas desmedidas a infortunados ciudadanos o a humildes vendedores callejeros.
La misma noche del accidentado partido, en un programa de la televisión nacional hablaba un general del ejército, ya retirado, a nombre de la Fundación La Paz Querida, acerca de que de los 500.000 hombres de las Fuerzas Armadas de Colombia, 250.000 podían estar en contra de todo procesos de reconciliación y de alcanzar ninguna paz. Y urgía serena y lúcidamente la necesidad de desarrollar una intensa pedagogía en esos cuerpos armados del estado, orientada a desarmar las mentes de unos efectivos militares que habían aprendido por años que su razón de ser, y la razón de ser de las armas del país, solo tenía sentido si se estaba en función de una guerra en la que había que derrotar a un enemigo. Y ese enemigo era desde luego la guerrilla.
Ahora que ese enemigo llega al punto de decir, en una declaración conjunta con el gobierno: dejamos las armas para luchar contra toda forma criminal responsable de homicidios y masacres; o que atente contra los Derechos Humanos y los movimientos sociales y políticos; en contra de herederos de paramilitares o de sus redes de apoyo; y en contra de toda conducta criminal que atente contra la paz, era apenas lógico y normal que llegue a manifestarse una resistencia en parte del estamento militar, que se queda filosóficamente sin justificaciones para el desempeño para el que fue concebido.
Y agregamos, especialmente si estos sectores armados están siendo azuzados e inducidos burdamente por politiqueros oportunistas, medios de comunicación, altos funcionarios del mismo gobierno, una fuerte élite troglodita con poder económico y por amplios sectores sociales que ven la paz como el advenimiento de un cataclismo.
Este acuerdo de paz chocará con una oposición que lo espera
para despedazarlo en todos los escenarios posibles,
más allá de los apoyos institucionales que estos diálogos tienen
Este acuerdo de paz chocará, desde su primer día, debemos estar todos preparados, con una oposición que lo espera para despedazarlo en todos los escenarios posibles, a través de un movimiento de resistencia civil que intentará deslegitimarlo por todos los medios más allá de todos los apoyos y respaldos institucionales que estos diálogos tienen. Nada importarán los buenos oficios de la ONU, la OEA, los países garantes, los acompañantes, y las voces de una mayoría ciudadana que reclama la paz como necesaria opción de un país posible; porque las razones de la guerra estarán afilando sus cuchillos para impedir la reconciliación.
¿Podrán todos estos inamistosos de la paz lograr que no podamos por fin intentar, después de tantos años de sangre derramada, el ejercicio de un nuevo país reconciliado?
¿Podremos los colombianos replantear este partido de la paz, accidentado y tormentoso, como ha sido y será, para poder sintonizarnos en las mejores jugadas de nuestros mejores hombres y mujeres, y patear todos hacia un mismo lado?
El partido está apenas planteado. Esperemos que podamos tramitar todas sus instancias jugando civilizadamente. Colombia debe salir ganando.