En el ajetreo político vivido por el presidente Sánchez de España define lo que es la extrema derecha de su país que virtualmente se vierte a Colombia no solamente como verdad sino como certeza, que la extrema derecha “es aquella que se opone sistemáticamente a cualquier avance social.” En Colombia hoy fuera de resolver problemas ancestrales, se percibe en el ambiente que el denominador común es la frustración. Flota entre nosotros una rabia irracional que no alcanzamos a calificar como todo es no. Nada es posible. Menos, revertir. Pareciera como si lo que nos oprime fuera parte de un destino funesto. Es precisamente la suerte de una realidad que no tiene ni reversa, ni remedio. Si las cosas son así... es porque así son. Si nada cambia y todo sigue igual, es destino y permanencia.
Un presidente electo en su ideario social piensa en una Nación la que puede ser imaginada, deseada, teorizada, idealizada y no como farsa: el empoderamiento progresivo de una burocracia, que, frente a las dificultades de la política, terminaron entendiendo el cambio como una suerte de aventura.
Las arremetidas y maniobras asfixiantes desplegadas por la diarquía conformada por la Fiscalía y Procuraduría contra el resultado de un consenso mayoritario expresado democráticamente en las urnas, como resultado de un programa de gobierno el que hay que materializar por mandato del pueblo ,el que es virtualmente democracia a la larga en el desarrollo de esa anormalidad, resultó un Estado ineficaz, cooptado y desarticulado en su núcleo esencial --de control y normatividad-- y convertido en botín de distintos grupos prebendarios y excluyentes. Que adquieren sus formas propias con la cereza de culpar a los demás de los desastres sociales que le dejan al país
Barbosa y Cabello funcionarios que despliegan una alta densidad cultural jurídica han actuado al margen del republicanismo engarzado en la división de poderes, no sólo han desconocido la prohibición expresa y directa del uso del recurso de controversia para atacar programas de gobierno mediante mítines y simposios internacionales, sino que también borraron de su mente otros textos de la Carta que, al establecer otros recursos, el de acción de inconstitucionalidad de la ley, es la única vía para plantear la no conformidad de las leyes en virtud del control de Constitucionalidad es el previsto en la Carta.
Por eso nos encontramos en una especie de aceleración estacionaria que se manifiesta ostensiblemente, guardando la simetría de Gramsci , “en la que no muere lo viejo ni nace lo nuevo” por el miedo al futuro , lo observamos expresa y particularmente en las protestas y contraprotestas del siglo XX y las recibimos en el XXI por el sistema de semifeudalidad que señalaba Fals Borda y Umaña Luna a finales del siglo XX recién comenzó a desintegrarse en los años 60 y 70 bajo los mismos estándares , del poder de las antiguas clases terratenientes que se resistieron al cambio socioeconómico capitalista del siglo XX.
¿Qué se pretende explicar? la escasa o nula capacidad de maduración de la sociedad colombiana, al fracaso en la administración del patrimonios de la naturaleza recibidos les asignan una responsabilidad moral colectiva en el contexto de una cultura política esquelética, que impulsa "la fábrica de pobres" para justificarse y subsistir.
Y al rompe se ambientizó el paulatino desmantelamiento del Estado de Bienestar en la economía, en marcha paralela con un debilitamiento progresivo del Estado de Derecho y es cada vez mayor el divorcio entre el ideario liberal clásico y las políticas concretas que rigen la vida cotidiana. ¿Se asiste a un renacimiento del crudo autoritarismo? Por doquier una economía de guerra se justifica por la necesidad de combatir un supuesto enemigo externo de dimensiones apocalípticas (el comunismo, guerrillismo ahora, el castrochavismo) y se afianza un orden social que promueve al mismo tiempo un individualismo feroz y el gregarismo alienante, melosidad, zalamería, subalternada instaurando el reino del más fuerte, la ley de la selva , la competencia feroz y el principio utilitarista según el cual el fin lo justifica todo. Es la cara amarga de la sociedad capitalista y, sin duda, lo más parecido al orden utilitarista tradicional que se trasluce y materializa en los latiguillos que utilizan los defensores de las grandes corporaciones que se esconden bajo el eufemismo del mercado, es que cualquier intervención estatal que regule su actividad constituye un paso hacia la “chavización de la economía”.
El interrogante es que podemos persistir en el modelo social vigente o se acomete reformas sociales urgentes para siquiera atacar la desigualdad, que por otra parte, es una traba para producir mayor crecimiento. Comprendo que toco la clave de un debate sin fin, pues hay quienes insisten en que la única forma de combatir las diferencias entre los más ricos y los más pobres está en el crecimiento económico o creación de leyes donde el pobre sea menos pobre y el rico distribuya equitativamente la producción. Y en buena medida tienen razón: sin crecimiento y sin ingresos adicionales sería imposible imaginar una mayor justicia social. Se trata de una obviedad: para ser menos pobres, tenemos que ser un poco más ricos. Pero tras esa afirmación evidente, ha de seguir la que se refiere a la distribución del ingreso y de los bienes que se producen gracias al crecimiento, pues la riqueza tiende a concentrarse en unos cuantos, mientras que la pobreza tiende a expandirse entre muchos (y como ya queda dicho: a heredarse entre generaciones).
Las reformas planteadas por el gobierno en desarrollo del programa han sido objeto de cuestionamiento por la el Fiscal y la Procuradora desconociendo deliberadamente que hoy la economía y la sociología consideran que la pobreza es una enfermedad y de las peores la que impide que haya mejores condiciones de salud y de educación para quienes la sufren, lo que no sólo significa que sus capacidades para incorporarse a una mejor calidad de vida serán siempre mucho menores que las de quienes gozaron de recursos suficientes desde la infancia para educarse, alimentarse y relacionarse mejor, sino que en conjunto representan también menores oportunidades de generar riqueza para todo el país. Aunque parezca otra obviedad, los países más ricos y más igualitarios generan mayores oportunidades para seguir produciendo más y mejor riqueza. De modo que, así como la pobreza tiende a heredarse entre familias, también tiende a incrementarse entre generaciones dentro de los países pobres.