Como ya estaba previsto, el bloqueo de la Panamericana era incontenible. Contra el ímpetu vandálico de miles de indígenas, poco se puede hacer o poco se quiere hacer. La fuerza pública se ve desbordada y con una decisiva represión violenta siempre el Estado va a acabar perdiendo; los indígenas, resguardados en el Derecho Internacional Humanitario parecen intocables, en perjuicio de los derechos de la mayoría.
Hay gritos de guerra, los manifestantes se muestran eufóricos, poderosos, sienten que tienen al Gobierno en la palma de la mano. Poco les importa la naturaleza, los árboles derribados, la destrucción. Es su momento, es su paro, es su bloqueo, es el momento de desahogar toda la rabia contenida. De los miles de nativos que salen a tirar piedra, a enfrentarse al Esmad, a sufrir los gases lacrimógenos, muy pocos entienden el objetivo de la lucha, simplemente les han prometido tierras para sus hijos. Los organizan, los atizan con consignas elementales, y los mandan a una lucha de la que siempre salen victoriosos.
Si la fuerza pública arremetiera decididamente contra ellos tal vez se podrían impedir estos taponamientos, esta agresión contra la población caucana, pero no lo hace porque las comunidades indígenas tienen la facultad de pasar fácilmente de agresores a víctimas y esta es una posición de poder en los tiempos que corren. Es una fiesta, es la pantomima, es el divertimento de cada año, es el mismo despliegue inútil de los antidisturbios. Y de esta puesta en escena, la cúpula del Cric sale cada vez más fortalecida, cada paro les significa un bocado más suculento de recursos y prerrogativas. Millonarios recursos, a los que nadie les hace auditoría, no benefician a la base de las comunidades.
Quienes han recorrido los municipios indígenas del Cauca, saben de la miseria que existe. Y es precisamente esa miseria la bandera de lucha que esgrimen, la que justifica las acciones de hecho, la que se debe promover para seguir culpando al Estado, para seguir pidiendo dinero, tierras, unas tierras que como todo el mundo sabe, no generan riqueza, que simplemente son terrenos baldíos. Quiera o no quieran deben salir a la carretera, hay que tapar, hacer todo el daño posible, y sobre todo impedir el paso de vehículos de transporte de alimentos, hay que generar desabastecimiento en Popayán, hay que afectar a las familias.
Es así como les van a hacer caso. El enemigo es el Gobierno, pero es el Gobierno el que provee. Entretanto, mientras la gente del Cric saborea los jugosos dividendos que cada paro les reporta, miles de familias payanesas empiezan a pasar necesidades, muchos empleados del transporte y actividades vinculadas se tienen que ir para casa hasta nueva orden, cientos de negocios cierran sus puertas porque no hay nada para vender. Cuánta impotencia.
