“De las aguas mansas, líbrame Dios”, solía repetir mi bisabuelo Angelino Barco en sus múltiples tertulias mañaneras con contemporáneos al compartir las noticias que llegaban con una semana de atraso, provenientes de Bogotá.
Se refería al día en que los habitantes de Vijes, el macondo del Valle del Cauca, se emberracaran por las injusticias de que eran objeto o por la explotación a los mineros de la cal.
Y ese día llegó cuando una empresa gubernamental construyó una planta de tratamiento y pretendió cobrarles el agua a precio de whisky extranjero, con estampillado y todo.
Voló pintura al zarzo. Hasta doña Alicia Suárez, la partera del pueblo, serena y rezandera, participó de la revuelta que terminó con la desconexión masiva de contadores. Con tremenda inconformidad, el eterno fontanero, don Rogelio Cobo, se persignó y le dijo a su familia: “Esto se va prender y no quiero ser yo quien tenga que apagarlo.” Y no se asomó en esas largas jornadas en las que todos en el pueblo arrancaron los medidores de agua como expresión de protesta.
Lo que comenzó como un comentario al calor del café con pandebono al caer la tarde, se convirtió en un tsunami incontenible. “No podemos aguantar más esos precios tan altos por tomarnos un vaso con agua. Antes era gratis”, decían.
Después de una larga negociación, que incluyó un cabildo abierto con toda la población y que —dicho sea de paso— rompió los esquemas en un pueblo tradicionalmente godo y tranquilo como Vijes, se entró a concertar una nueva tabla de tarifas, mucho más justas. La emberracada sirvió de mucho. El incidente se ha repetido tantas veces, adicionándole cada vez un nuevo ingrediente, que ya perdió sus visos originales y se ha convertido en leyenda.
La primavera latinoaméricana
Con el paro nacional, programado para el 21 de noviembre, todo apunta a que será el momento en que los emberracados de Colombia salgan a protestar. La gota que rebosa el vaso ya cayó con la carga tributaria que pese a que la tumbó la Corte Constitucional, volvió a ser presentada así como las reformas laboral y pensional que se avecinan —por instrucciones de la OCDE y del BID—, pese a que el gobierno nacional se empecine en negarlo para bajarle presión a la jornada.
Me parece escuchar a mi bisabuelo: “De las aguas mansas, líbrame Dios”. La indiferencia que por años caracterizó a nuestros compatriotas, pareciera que ha comenzado a ceder y lo más probable es que veamos a millares de personas en las calles.
Y como en el cuento Algo muy grave va a suceder en este pueblo, de Gabriel García Márquez, los alcances de la movilización han corrido de voz en voz hasta el punto que el presidente Duque y la ministra del trabajo, debieron recular y salir a desestimar que se vayan a producir reformas. Otra cosa se anticipaba hace dos meses, cuando se les anunciaba triunfalistas hablando de ajustes para que Colombia fuera viable fiscalmente.
Después de ver lo que está pasando como consecuencia de la Primavera Latinoamericana (Honduras, Ecuador y Chile, entre otros ejemplos de movilización masiva) temen que en Colombia la protesta termine encendiendo las chispas de una jornada indefinida. Personalmente lo dudo, aunque podría ser.
Las razones del temor
Duque y sus ministros tienen temor porque el pueblo está berraco. Todas las expresiones populares coinciden en un punto: en el país hay un desgobierno absoluto encabezado por el titiritero Uribe y el títere que todos saben quién es pero que por pacatería omiten su nombre; un gabinete ministerial que no está a la altura de las realidades del país; un ministro de hacienda que ve todo fácil desde su perspectiva de riquito vida-buena; el asesinato de líderes sociales que no cesa, y el conjunto de problemas que se ha convertido en una olla a presión a punto de explotar con el mismo ruido seco y atronador de las papas que tiran algunos estudiantes en las manifestaciones.
El ejecutivo, por supuesto, ha hecho acopio de muchas estratagemas. Pero no salió tan buen mentiroso como su mentor, el presidente eterno, quien le ganó a Spielberg montando películas taquilleras a su conveniencia.
Ahora pretende deslegitimar el paro del 21 de noviembre, aduciendo la existencia de propósitos oscuros orquestados por los organizadores, y la presencia en Colombia de terroristas provenientes de Venezuela, Cuba, Chile y Ecuador. Lo curioso es que no menciona a los golpistas de derecha de Bolivia.
Sea cual fuera la estrategia que utilicen en esta última semana, lo cierto es que sobresalen dos hechos: el gobierno y las agremiaciones que manipulan al país están dominadas por el temor, y en segundo lugar, el paro del 21 se está convirtiendo en una bola de nieve. Y como diría mi bisabuelo Angelino: “De las aguas mansas, líbrame Dios”.