¿Qué tiene que hacer la Unión Europea inmiscuyéndose en los asuntos internos de Venezuela, que solo compete dilucidar a los venezolanos? Es increíble que el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad, como fuera Francia, se atreva a reconocer como legítimo presidente al personaje de opereta, Juan Guaidó que, por arte de birlibirloque, se autoproclamó presidente de Venezuela.
Un individuo —sin méritos conocidos— se para en medio de una plaza pública y, fuera de todo principio constitucional, de espaldas al Estado de derecho, decide, de motu proprio, autoproclamarme presidente. Es un gesto digno de una “republiqueta de bananas” que, con los años, pasará a ser una pieza clave del hazmerreir histórico.
El mundo está a la deriva. No entiendo cómo el bloqueo a Venezuela, promovido por Trump, ese hombre singular que le ha causado tantos males a la humanidad, está siendo visto por la gente como culpabilidad de Maduro. La cuarta revolución industrial, o sea la revolución digital, ha traído consigo una mirada virtual de la realidad. En la hora de ahora no se requiere el uso de anteojos para ver esta nueva visión imaginaria. Basta con que lo diga Trump, o los medios de comunicación mundiales, que son de propiedad del ínfimo porcentaje de ricos que se han apoderado de la economía global, para que todos vean lo que no existe y crean lo que no es verdad.
En las crónicas de Magallanes, sobre su llegada a Sudamérica, relata que los nativos no veían las carabelas en las que él y sus hombres habían llegado. Se trataba de un fenómeno que han podido demostrar científicamente los neurocientíficos: no vemos lo que previamente no conocemos, comprobaron ellos. A este fenómeno biológico hay que agregarle que, paradójicamente, sí “vemos” la realidad virtual que nos inventan los comunicadores.
Es cierto, “la realidad es imaginación”. Es una imaginación inducida, no propia, que nos impide defender nuestros intereses para ponernos al servicio de quienes, a través de la ilusión comunicativa, nos hacen ver lo que no existe. Lo grave es que, por otro lado, tampoco vemos lo que es real. No vemos las carabelas.
Valdría la pena que los neurólogos —no los politólogos, ni los sociólogos— les hicieran un estudio a los parlamentarios europeos, para desentrañar los intríngulis de sus cerebros, que les hacen creer que, ante la confusión que reina en Arabia Saudita, necesitan de un dócil autodenominado presidente venezolano, tal como el pelele de Juan Guaidó, para suplir sus agobiantes expectativas ante su crisis energética. No ven que el mapa político mundial está cambiando. El dilema de Europa no es Maduro: es el neoliberalismo globalizado lo que los está asfixiando.