El parasitismo político en Colombia

El parasitismo político en Colombia

Cada vez es más común que aquellos que son rechazados por sus partidos resulten con avales de movimientos que dicen representar otra cosa distinta a la que proponen

Por: Ricardo de Jesús Castiblanco Bedoya
abril 09, 2019
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El parasitismo político en Colombia
Foto: Pixabay

Desde la Constitución de 1991, Colombia vive todo un proceso de parasitismo y lumpenización de su vida política. Lo que se creía que era una solución para hacer realidad la democracia participativa, terminó convertido en un medio para la supervivencia de los vicios políticos que niegan precisamente la democracia. Como bien señala Ricardo Faerman:

Aun cuando resulte un poco bizarro, se debe reconocer que, desde el principio de la historia, la naturaleza ha mantenido en su escenario, la misma clase de personajes que más tarde reconocemos en la vida cotidiana. La ciencia que estudia a los parásitos se llama parasitología, y seguramente tiene su origen en la existencia de dos tipos de especímenes —si se me perdona el término— que buscan de distinto modo su alimento en la naturaleza, las Epifitas y las Parásitas.

Epifita (del griego epi sobre y phyton planta) se refiere a cualquier planta que crece sobre otro vegetal usándolo solamente como soporte, pero que no lo parasita. El parasitismo es una interacción entre organismos diferentes en la que el parásito se beneficia de su hospedador. (Buena Fuente. 20/08/2012)

El proceso de las epifitas se da, por ejemplo, en las alianzas oportunistas de partidos y movimientos que se adhieren por una coyuntura electoral a quien tiene la tendencia triunfadora, pero que reclaman su independencia tan pronto se obtiene el poder o son derrotados sus candidatos; y el parasitismo, en el enquistamiento de viejos políticos, que ya no tienen peso en sus partidos de origen, en organizaciones nuevas o pequeñas con personería jurídica, para seguir pelechando de la vida política.

La definición de parasitismo según la biología es: “un proceso por el cual una especie amplía su capacidad de supervivencia utilizando a otras especies para que cubran sus necesidades básicas y vitales”. Entonces ¿cómo llamar a especímenes que rechazados por sus partidos resultan con avales políticos de movimientos que dicen representar otra cosa distinta a sus propuestas? Es el caso de Hollman Morris, rechazado por sus conductas personales por la Colombia Humana, que ahora encuentra el aval de un partido que dice representar la causa indigenista como la Alianza Social Independiente (ASI), que posibilitó la llegada personajes como Antanas Mockus a las elecciones regionales de 2000, Sergio Fajardo a las elecciones regionales de 2003 y Campo Elías Terán a las regionales de 2011 a las alcaldías de Bogotá, Medellín y Cartagena de Indias, respectivamente, pero que jamás ha llevado a un indígena a esas dignidades.

De qué otra manera explicar que los dirigentes del Partido Comunista Colombiano aparezcan de pronto a la cabeza de otros movimientos como el Polo Democrático, la Alianza Verde e indudablemente en el Partido Farc. Es una oportunidad de mantenerse vigentes pese al rechazo popular histórico (incluso las Farc los habían excluido) a sus postulados. Pueden cambiar el discurso para aparecer menos ortodoxos en sus nuevas presentaciones, pero mantienen el espíritu fundacional del odio de clases y la combinación de las formas de lucha como métodos políticos, por eso usted los encuentra en los sectores más radicales de sus nuevos movimientos.

Juan Rubio González decía que un parásito es un ser que vive a expensas de otro, mientras que lumpen es un sujeto o sector de la sociedad que para conseguir sus objetivos se transforma en mercenario y utiliza el crimen como su forma habitual de vida. Hay que ver los giros que están dando los defensores y beneficiarios de los corruptos contratos de la paz, que ahora mutan de liberales, conservadores o comunistas a militantes de causas étnicas o sociales a las que nunca atendieron cuando estuvieron en el poder.

¿Su afán es la paz en Colombia? Indudablemente que no, como lo demuestra su tolerancia a la criminalidad desarrollada por estructuras de las Farc-Ont, que mantuvieron las armas; o su insistencia para que se ceda ante organizaciones narcoterroristas como el Eln o las Bacrim. A ellos les interesa que nada se cambie de la legislación que les blinda los multimillonarios contratos obtenidos mediante el negociado de La Habana “para promover la paz”. Ese es el parasitismo más perverso y dañino para la sociedad colombiana.

Hoy los medios de comunicación dan cuenta de cómo negociadores y beneficiarios de esos contratos de la paz, que se habían declarado en rebeldía en el Partido Liberal porque supuestamente César Gaviria Trujillo apoyaba la intención de Iván Duque de hacer trizas el proceso de claudicación (cuando en realidad se infiltraba para destruir desde adentro las propuestas de su campaña), resultan ahora como directivos y militantes del Partido Colombia Renaciente, surgido del Consejo Comunitario Ancestral de Comunidades Negras Playa Renaciente (que ganó una curul en la Cámara de Representantes en este Congreso con Jhon Arley Murillo, enarbolando banderas de defensa de las comunidades afrocolombianas).

De pronto Juan Fernando Cristo, Guillermo Rivera, Alfonso Prada, Clara López, Luis Gilberto Murillo y Luis Eduardo Garzón resultaron negros (el único es Luis Gilberto Murillo, exministro de Santos) y defensores históricos de los derechos de los consejos comunitarios afro que hay en Cali (el Playa Renaciente, el Hormiguero y Navarro o Dos Aguas Cascajal), compartiendo su visión de futuro, en la que las comunidades negras históricamente discriminadas y no tenidas en cuenta en los procesos hoy tienen no solo su palabra, sino la convicción firme de que vamos a poder generar procesos con los consejos, porque se nota la voluntad y además es una deuda histórica que se tiene con la población afro; banderas con las que lograron elegir un representante a la Cámara de esas localidades, el señor Jhon Arley Murillo, que jamás había sido atendido por sus nuevos contertulios cuando detentaban el poder.

La naturalización del parasitismo y lumpenización, como cultura ética y moral de la clase política, como ideas dominantes en este periodo histórico —por aceptación tácita de sus perversas estrategias— implica que paralelamente dejen de funcionar todos los dispositivos de control político, administrativo y judicial; por eso ese control se vuelve selectivo y solo se aplica a quienes no hacen parte del parasitismo político o a quienes se convierten en verdad en una fuerza nueva que amenaza el establecimiento corrupto y anquilosado.

Aquí o en Chile es aplicable la conclusión de Juan Rubio González: no es de extrañar entonces que sectores que han hecho de la criminalidad una cultura (como la izquierda y el narcoterrorismo y los corruptos contratistas de la paz de papel) vayan confluyendo lenta pero inexorablemente y se transformen en la base moral de las élites gobernantes, donde la utilización del robo, el tráfico de drogas, el parasitismo político, la pedofilia, la explotación, entre otros, sean vistos como fenómenos naturales y una manera válida de vivir, que necesita de adecuaciones político-jurídicas, que las élites políticas no demoran en adaptar, ante lo cual la lumpenización es parte de un proceso estructural, un cáncer que ha venido a quedarse y cuyos efectos recién se comienzan a ver.

Pobre Colombia si continúa tragándose estos sapos envenenados a nombre de una paz que está lejana de comenzar y que solo ha servido para que unos pocos criminales se retiren pensionados por el Estado y otros se enriquezcan promoviendo eso como la verdadera paz.

Esto debe ser de especial reflexión en Bogotá, de cara a la elección de alcaldes, concejales y ediles. Hay varios candidatos que provienen de las toldas liberales, que fueron jefes de campaña de Humberto de la Calle, pero que ahora se presentan como de centro o de derecha; el Centro Democrático eligió mediante un proceso engañoso a una de ellas (la candidatura la definieron quienes no son militantes del CD); otro que podría ser de centro aceptó la tutela del mismísimo César Gaviria T., que lidera el rechazo a las objeciones presidenciales en el Congreso al proyecto de ley procedimental de la JEP, y los conocidos candidatos de izquierda que por identidad ideológica y conveniencia defienden la claudicación ante el narcoterrorismo. De pronto el voto en blanco deja de ser una opción utópica.

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