Cuando leemos las noticias de los inmigrantes ilegales que llegan por miles a las costas europeas los graves problemas de la migración no se ven tan difíciles. Inclusive hasta nos atrevemos a hacer recomendaciones o juzgar la falta de generosidad con reciben a los pobres fugitivos de países inviables como Siria o como sucedió con Cuba en las peores épocas de la dictadura de los Castro.
¿Por qué no recibirlos si Alemania necesita mano de obra barata? ¿Cuál es la dificultad de Francia para incorporar unos cuantos musulmanes? ¿Qué le cuesta a Estados Unidos darle visa a quienes ya viven como ilegales a lo largo y ancho de ese país?
Cuando atraviesan el Mediterráneo miles de personas provenientes del norte de África o entran por el hueco a Estados Unidos los “espaldas mojadas” o pisan las playas de la Florida como lo hicieron centenares de balseros de Cuba, nos cuesta entender los conflictos que genera esta migración masiva e ilegal, pero la verdad es que los receptores tienen mucho miedo y de ahí que se dé una xenofobia exacerbada y muy poca solidaridad con los recién llegados. Claro, visto a distancia, eso parece falta de buenos sentimientos.
Pero cuando, como ahora, nos toca de cerca la llegada de venezolanos las cosas son a otro precio. Miles de familias huyen desesperadas por las condiciones en que el castrochavismo tiene a ese país y lo hacen por trochas, puentes, ríos, con permiso o sin papeles. Sea como sea buscan refugio en nuestro suelo y cuando esta realidad nos toca, las cosas parecen más complicadas y hay mucha más dificultad en ser hospitalario y buen vecino, en especial porque quien abandona su país como migrante apenas lleva unas pocas pertenencias, el peso del desencanto, el miedo por la persecución política y muchas esperanzas, tantas que casi todos consideran que al otro lado de la frontera está el paraíso, así esa tierra prometida se llame Colombia.
Sea como sea los venezolanos buscan refugio en nuestro suelo
y cuando esta realidad nos toca, las cosas parecen más complicadas
y hay mucha más dificultad en ser hospitalario y buen vecino
Compararnos con Francia, Alemania o Italia no resulta justo, pero además los dolores en cuerpo ajeno son más fáciles de sobrellevar. Esos países tienen altos estándares de vida, poco crecimiento poblacional, bajas tasas de delincuencia y sobre todo condiciones culturales, educativas y de salud muy superiores a las de los países expulsores de población por guerras fratricidas o conflictos religiosos.
Nosotros, en cambio, tenemos que compartir pobrezas con los vecinos. Claro, al lado de Venezuela ahora somos una potencia en salud, empleo y educación. Nuestra economía, a pesar de todo lo que critica el uribismo, tiene inflación y desempleo de un solo dígito lo cual comparado con la patria de Maduro y Diosdado es una situación envidiable cuando allá el desabastecimiento, la hiperinflación y la falta de garantías son totales.
Nos llegó la hora de poner en práctica los buenos sentimientos y la solidaridad, entre otras razones porque en necesario recordar cómo fue de generosa Venezuela cuando éramos nosotros los que buscábamos un mejor futuro en ese país. La migración colombiana hacia la entonces potencia petrolera fue inmensa y por varias décadas. Esa es una deuda que llegó el momento de pagar.
Eso sí, que les quede claro a los venezolanos que aquí no nos sobra nada y que lo que daremos es algo que hace falta, pero estamos dispuestos a compartir. Hoy por ti y mañana por mí, sería la fórmula a aplicar. Y para desestimular esa masiva migración le recomiendo a la cancillería utilizar los buenos oficios de Álvaro Uribe. No es sino que lo paren en el puente a la entrada a Cúcuta con un buen megáfono y estoy segura que “Él” los convencerá de que aquí no queda el paraíso, sino un infierno creado por Santos y las Far.
Publicada originalmente el 2 de febrero de 2018
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