Hay dos posiciones extremas respecto al papel que deben desempeñar las empresas en la construcción de paz. En un polo, está la que sostiene que las empresas no deben hacer nada, puesto que su función social es simplemente generar riqueza. En el otro polo, está la que exige que las empresas hagan de todo: que paguen impuestos especiales, aporten recursos, contraten excombatientes, abran mercados contingentes y se embarquen en proyectos sociales.
Sin embargo, entre uno y otro de estos extremos existe un amplio abanico de posibilidades y oportunidades para la cocreación —entre el sector privado, el sector público, la sociedad civil y la academia— de estrategias empresariales de construcción de paz realistas, oportunas, efectivas y ajustadas a los contextos propios de cada organización, acorde con su misión, su visión y sus valores, y dentro de su propio ámbito territorial y sectorial.
En suma, no hay —y seguramente no debe haber— una única receta; una única manera de entender las posibilidades y las responsabilidades de las empresas en la construcción de paz. Pero sí podemos comenzar a conversar sobre un marco conceptual, ético y político que nos permita descubrir nuevos caminos y nuevas oportunidades para el desarrollo de un sector privado efectivamente comprometido con la transformación de nuestra sociedad hacia la paz.
Para ello, lo primero que debemos reconocer es que la paz conduce a la prosperidad, como lo evoca elocuentemente la hermosa efigie —erigida hace veinticinco siglos en el Ágora ateniense— de Eirene (representación de la paz) llevando a Pluto (representación de la prosperidad) en sus brazos.
El conflicto armado le cuesta en promedio a la economía colombiana
4,4 puntos porcentuales de su tasa de crecimiento anual departamental
De acuerdo con los economistas Édgar Villa, Jorge Restrepo y Manuel Moscoso, “… si los ataques de la guerrilla se redujeran en un 100 %, y todo lo demás permaneciera constante, entonces el PIB departamental aumentaría anualmente en promedio 4,4%. Esto significa que el conflicto armado le cuesta en promedio a la economía colombiana 4,4, puntos porcentuales de su tasa de crecimiento anual departamental.”
En otras palabras, si las empresas actúan indiferentemente frente a la guerra y la paz, éstas no podrán cumplir cabalmente con su función social de creación de riqueza; sobre todo, a nivel regional. Este es un mensaje muy importante, particularmente para comprender el valor que tiene la paz territorial para comenzar a disipar los abismales desequilibrios regionales de desarrollo económico, social y humano que ha sufrido históricamente nuestro país.
Por supuesto, la búsqueda de la paz es un fin en sí mismo —es un derecho y un deber constitucional —que le debemos a cada una de las más de siete millones de víctimas de nuestro cruento conflicto armado interno, y que tenemos que imponernos como horizonte cotidiano de actuación para hacer todo lo posible por evitar más dolor y sufrimiento.
Pero también es imperativo que comprendamos que la plena realización de nuestras capacidades, incluyendo nuestras capacidades económicas —empresariales, comerciales—, se ha visto y se seguirá viendo enormemente limitada, si seguimos mirando de soslayo la responsabilidad del sector privado en la desactivación de los conflictos políticos, sociales y económicos que existen en nuestro país.
Lo segundo que debemos reconocer, es que, más allá de ser generadoras de riqueza y de empleo, las empresas son ámbitos, nodos y motores del aprendizaje social y de la construcción de ciudadanía. Su papel, como organizaciones de personas, así como en la creación y funcionamiento de los mercados, las hace protagonistas en la formación y en el cambio de los modelos mentales compartidos de una sociedad, y por lo tanto son actores claves en su transformación institucional, cultural y organizacional.
En este sentido, la adopción de un marco conceptual, ético y político que permita cimentar al sector privado como forjador de una sociedad en paz, debería comenzar por la adopción y la apertura de espacios de diálogo sostenido al interior de las empresas y los gremios en torno a preguntas como, ¿qué tipo de profesionales le estamos exigiendo al sistema educativo? ¿Qué tipo de profesionales promovemos? ¿Qué prácticas ejemplificamos y favorecemos? ¿Qué espacios de deliberación propiciamos? ¿Qué tipo de política, políticas públicas e instituciones apoyamos?
En últimas, repensar el papel de las empresas y del sector privado en la construcción de paz, implica reconocer que la generación de riqueza —y sobre todo de una riqueza justa y sostenible— pasa ineludiblemente por la creación de valor tanto como por la creación de valores.
Repensar el papel de las empresas en la construcción de paz,
implica reconocer que la generación de riqueza
pasa por la creación de valor tanto como por la creación de valores
Ojalá pronto podamos ver más y más empresas realizando ejercicios de planeación estratégica en clave de construcción de paz, incorporando valores de paz en sus misiones y visiones*, como la verdad, la justicia, la reparación, la reconciliación, la acción sin daño y la no violencia, que —como vemos— también le aportan, y en gran medida, a la generación de riqueza y al aprendizaje social de un país de regiones que busca por fin convivir en paz.
* Esta provocativa idea se la debo y agradezco a la directora ejecutiva de ACRIP Bolívar, Mónica Rodríguez Navarro.