Hace cuarenta y cinco años, Luis Arturo Angarita empezó a pelarse los dedos lijando floreros y jardineras en el Cementerio Central. Un artesano de la vida eterna. Era un niño de cinco años y su papá le enseñó el arte con el que se gana la vida: preparar la casa donde vivirán los muertos.
Las bóvedas del Cementerio Central son su oficina. Entra a las ocho de la mañana y sale a las diez de la noche. Es un trabajo exigente. En el local donde está, camposanto, lleva 15 años. Local, es un decir, pues el ambiente no puede ser más lúgubre, entre retazos de mármol y polvo de la piedra después de ser tallada, que flota en el aire.
Angarita no se conformó con ser el marmolero más conocido del Cementerio Central. Con el tiempo, decidió profesionalizarse y es Tecnólogo en construcciones civiles. La marmolería es uno más de sus oficios. A las lápidas les combina mesones, lavamanos, chimeneas y columnas con los que se gana la vida. Los materiales que trabaja son granito, mármol, piedra y cuarzo. Lo más barato que hace es un corte de mármol que vale 2 mil pesos. Una lápida, en cambio, puede costar entre 200 mil pesos y 3 millones de pesos.
Entre las personalidades a las que les ha trabajado figuran la reconocida presentadora y leyenda de la televisión, Gloria Valencia de Castaño (q. e. p. d.), la diosa de Naturalia; a magistrados como José Alfredo Escobar, a políticos y a constructores. Su onda de influencia no se restringe a Bogotá, también tiene contactos en Cartagena y Barranquilla en donde varias de sus lápidas adornan los cementerios.
Cuando él muera, su legado se perderá. Ninguno de sus cinco hijos quiere seguir con su arte porque sus descendientes le temen a un trabajo que es ingrato con los pulmones –a pesar de los cuidados, Luis Arturo está enfermo-, que no da plata y que, además, contamina el ambiente.
El reportero Ramiro Pacheco estuvo una tarde con él y en este video le reveló todos sus secretos:
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