Es un hecho cierto que el coronavirus ha estado presente a través de los años en nuestra sociedad, unas veces camuflado en el hombre, otras en la sociedad y unas tantas en grandes poderes económicos, por lo que este ha generado un pánico colectivo, desde miedo al contagio hasta acercarme al otro por no transgredir las normas de cuidado.
Pero, ¿entonces qué es lo que ocurre? Vivimos en una época de influencias que a veces van más allá de la medicina y del autocuidado, y depende de nosotros el continuar sanos y salvos en esta marea de COVID-19 a la que estamos enfrentando.
Qué mensajes seguir si ese pánico colectivo, generado desde la inconsciencia política, gubernamental y social, ha hecho que la edad biológica se haya reducido. Vivimos en esa zozobra de contagiarnos y no tenemos conocimiento en qué momento adquiriremos el virus. Basta ver la reacción de cuando se acerca una persona sin tapabocas, otra que tose y hasta el mugriento y maloliente; se ha generado un daño colectivo y “la forma de tratar con una amenaza de esas características consistió en destruir el virus y vacunar a aquellos que podían infectarse”, dijo Kissinger al referirse hacía el paso a una democracia socialista, pero dista mucho a que nuestra democracia cambie.
Ese pánico colectivo se ha gestado desde el mismo momento en que las políticas de Estado no han funcionado, se expidieron una gran cantidad de decretos, pero para nadie es un secreto que en su mayoría sirven a los banqueros, a los políticos corruptos y ahora a empresas extranjeras como Avianca, con el pseudoargumento que es una empresa que sirve a Colombia, si, sirve, pero con otros intereses. Cómo no pensar en pánico colectivo cuando los dineros van a otros sectores, menos a los más necesitados, a los empleadores, a los pequeños y medianos comerciantes, a fomentar la salud y solo vemos un show mediático con justificación y sin esperanzas.
Estamos viviendo una época en donde con claridad existen dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la “raza” de los hombres decentes y la raza de los hombres indecentes” (Viktor Frankl). Y entonces a cuál pertenecemos. A aquella que sueña con igualdad y equidad o una que esquilma los intereses sociales en su favor y de conglomerados económicos. Basta recorrer la historia para entender cómo desde la era romana se compraba el “imperator”, se componía un ejército de pretorianos y a un grupo de senadores para sostener precisamente a ese nuevo emperador; pero no estamos muy lejos de ver las consecuencias de ese pánico colectivo generado a partir del COVID-19, un fenómeno que desarraigó la familia, la sociedad, el trabajo y la economía, estamos en una época en donde sálvese quien pueda es la premisa, precisamente porque no entendemos qué sucedió con el Estado, dónde están las personas de razas decentes y seguimos como borregos a los indecentes, unos que manejan el gobierno y su política, otros que doblegan su voluntad por seguir a caciques, a otros peleando por quien administra justicia quedando a la deriva todavía una gran cantidad de personas esperando la verdad, la justicia y la reparación e inclusive agravado por el hambre, la inseguridad y la falta de salud, vamos en una muerte lenta como sociedad.
“Cuando los líderes declaran el estado de emergencia y lo convierten en una situación normal estamos ante el final de la democracia” (Byung-Chul Han), conclusión que se vislumbra desde ese modo de estilo de vida que llevamos y continuamos, sin opción positiva frente al daño causado; se vende la idea que el mundo está en un estado de transición, pero esto es un eufemismo tan grande como el sol, se entrega el compromiso social a un individualismo cósmico, olvidando cuál será la forma de nuestra vida diaria dentro de un año o incluso en pocos meses.
Representar esa pandemia de pánico colectivo en la debilidad de un Estado, en la falta de políticas claras, demoras en la entrega de ayudas, haciendo burla del poder entregando dulces en sitios lejanos o reírnos de las desgracias de otros, es lo que no nos deja realizar esa transición personal para entender que ese momento de “sálvese quien pueda” es real, que hay una necesidad fundamental de conectarnos con algo más grande que nosotros mismos, y es echar mano de la espiritualidad para unos será un ser superior, para otros la fuerza universal y para algunos reconocer la fuerza interior del ser humano como esa tabla salvadora, para superar esas lesiones potencialmente mortales que nos ha dejado precisamente esta pandemia y sus consecuencias.
Dice Feiler: "La clave para beneficiarse de ellas es no apartarse. No protejas tus ojos cuando comiencen las partes aterradoras; fue cuando se hacen los héroes".