Santos deja un país nadando en coca, ahora legitimada. Sus áulicos en la Corte Constitucional le allanaron el camino con el consumo, convertido en dosis personal. Ahora acude al Congreso para que autorice la producción. Somos el país de la cocaína, que producen campesinos que no tienen alternativa, que consumen centenares de miles de jóvenes y niños que no pueden hacer otra cosa, envenenados por millares de jíbaros que solo acarrean en los bolsillos su dosis personal. Lo que queda va para que los grandes carteles la vendan en los Estados Unidos, donde según Santos están los culpables del entuerto.
Esa cocaína maldita es el principio y la causa de los mayores desastres. Como produce tanto dólar, no deja notar lo escasos que son los legítimos; como permite que lleguen tantas cosas baratas, de contrabando, esconde la inflación real, para felicidad del Dane y del Banco de la República; como emplea tanto bandido, tanta pobre prostituta, tanto infeliz campesino, tanto aprovechado comerciante, oculta el desempleo real, la ruina del campo colombiano, la tragedia moral de este país.
Quién sabe si la factura más pesada de la cocaína, premio que Santos y De la Calle le dieron a las Farc, sea la violencia y el desplazamiento forzado en Antioquia, en Córdoba, en el Catatumbo, en Arauca, en el Putumayo, en Tumaco, en el Chocó, en el Cauca, en Huila y Tolima, que se refleja en las zonas urbanas, fruto de esa belleza que Santos no deja de legado, las ollas del microtráfico.
Cuando los bancos cuenten la situación de su cartera, la real
y no la que en apariencia denuncian después de pasarse la mala entre ellos,
el estallido del sistema financiero se oirá en todos los confines de la tierra
El Grupo Aval, dueño de los bancos más importantes del país, muestra en el balance una caída de 13.5 % de utilidades, que incorporada la inflación suma más del 18 %. Pero lanza un SOS que nadie quiere oír. Cuando los bancos cuenten la situación de su cartera, la real y no la que en apariencia denuncian después de jugar a pasarse la mala entre ellos mismos, el estallido del sistema financiero se oirá en todos los confines de la tierra.
La situación fiscal de la Nación es una calamidad. Cuando llegue la hora de admitir la quiebra de Electricaribe, del Fonade, de Findeter, de Caprecom, de Saludcoop y el sistema de Salud, y de tantos compañeros de tragedia, sabremos cuántos años y cuántos sacrificios pasaremos antes de poner las cosas en relativo orden.
El endeudamiento público es insostenible. No en vano entre Santos y Cárdenas tomaron tanta deuda como la que sumados contrataron los presidentes de Colombia, desde Simón Bolívar hasta Álvaro Uribe. Y no hay con qué pagarla. Entre servir esa deuda, cubrir las pensiones y atender las transferencias a las regiones, se va todo el recaudo tributario de la Nación. Y no hemos girado el salario para el primer maestro, ni para el primer policía…
La industria está literalmente quebrada. De las micro y las miniempresas, que eran las que sostenían el país, ya ni se habla. Las mataron las cargas fiscales, los requisitos, los papeleos y la pobreza del consumo, azotado por el cáncer del contrabando. De la grande basta con leer sus balances al 31 de diciembre pasado. Cada desastre le sirve de consuelo al siguiente, que es peor.
La condición de la infraestructura es deplorable. Le dejamos, lector amable, que escoja un departamento, el que quiera, para preguntar por las vías terciarias. Malos caminos de herradura son todas, en cualquier parte. Las mejores son las construidas por las Farc para su tránsito de armas y drogas ilícitas.
Salga de Bogotá a buscar el Río Magdalena. Nos cuenta después cómo le fue entre Villeta y Guaduas, tramo en el que pierde todo lo ganado hasta ese punto. La Ruta del Sol II no se ha licitado, siquiera, y la Contraloría calcula el costo de no tenerla en ochocientos mil millones de pesos por año. La Ruta del Sol III está paralizada. La Mulaló Loboguerrero no comienza. El Túnel de La Línea se inaugurará, algún día. La carretera a Villavicencio venía bien, hasta que se cayó el Puente de Chirajara: nunca se sabrá por qué. Avanzaba la carreterita Girardot, La Dorada, pero, ¡qué lástima! También se cayó el puente. Y del Río Magdalena, ni hablemos. Don Gonzalo Jiménez lo encontraría horrible. Con lo hermoso que era.
No construyó Santos un hospital nuevo, ni un colegio nuevo y ni siquiera una cárcel. Sobran delincuentes y no hay donde meterlos. Andan en sus casas, después de que la policía los capture veinte o treinta veces. El trabajo para los jueces es agotador. ¿Dejar libre tanto malandrín, fatiga?
Y lo peor, el Acuerdo de Paz con las Farc. Ya se sabe el resultado del capítulo contra las drogas. Pero falta la Reforma Agraria. Fecunda semilla para otra guerra. Pero las Farc tienen, diez curules gratuitas en el Congreso. ¿Cómo se verá todo esto desde un Palacio en Londres?