En algún momento el presidente López Michelsen dijo que Colombia no debería seguir siendo el Tíbet del continente.
Se refería a la necesidad de abrirse comercialmente al mundo, dando como ejemplo casi premonitoriamente la posibilidad de dedicarnos a la exportación de flores.
En ese momento no se hablaba de 'globalización' y el famoso Consenso de Washington solo vendría a aparecer en el año 1990. Apenas nacía el término de 'neoliberal', al mismo tiempo que se ponían de moda sus elementos constitutivos: el humanismo de Von Hayek, los 'reagonomics', el monetarismo de Friedman y la escuela de Chicago asesorando a Pinochet, y el milagro de los Tigres Asiáticos.
Y, para bien o para mal, no es poco lo que nos hemos 'modernizado' en ese sentido.
En lo que parece no tenemos resultado parecido es en cualquier otro aspecto. Somos el único país sin transporte por vías férreas, ni fluviales; y lo que es más triste, con la peor red vial del continente.
Pero en lo que más atrasados estamos es en constituir un orden político que funcione.
Ensayamos una nueva Constitución que no era sino una colcha de retazos, mezclando propuestas de diferentes orientaciones ideológicas sin un concepto de Estado definido, e importando figuras constitucionales sin criterio diferente al de que en otras partes funcionaban. El caos de los 'partidos' es solo una muestra de lo lejos que estamos de lograr procesos políticos ordenados y coherentes.
Para colmo de males, adicionamos reformas como la del 'articulito', abriendo la caja de Pandora de la reelección, pero sin tener en cuenta que la funcionalidad de esta en los países desarrollados está amarrada a un sistema parlamentario que distingue la Jefatura del Gobierno de la estabilidad del Estado: el presidente o el rey no condicionados a los resultados de gestión ni sometidos a ratificaciones electorales, y el primer ministro, premier, o canciller dependiendo del respaldo que le den las Cámaras y los partidos políticos (en este momento Juan Manuel Santos no podría estar pensando en una reelección sino presentando su dimisión).
Pero poco avance nos ha dado ese experimento.
Somos por ejemplo el único país en tener todavía guerrilla activa. En nuestro continente hubo Tupamaros, Montoneros, Sendero Luminoso, etc. y solo Colombia tiene aún dos —a falta de uno— grupos insurgentes.
Todos nuestros vecinos superaron la etapa de las dictaduras de derecha, mientras nosotros recién acabamos de salir de un connato apenas más blando, y hay aún buena parte de la población que anhela no solo que se repita sino que se radicalice.
También unos más y otros menos han tenido rectificaciones o tendencias pendulares hacia gobiernos de izquierda, mientras nuestras opciones aparentemente más cercanas son entre un Santos de derecha o uno de extrema derecha.
En ese sentido es significativo que se insiste en que nunca se había presentado una oportunidad más favorable para una desmovilización de la guerrilla, y no se haga igual o más énfasis en que tampoco se habían dado mejores condiciones o mejores posibilidades para que la izquierda democrática acceda al poder.
Pero lo que se plantea es que la primera duda gira alrededor del nivel de 'madurez' del país. Ningún ejemplo más claro que la repetición en las entrevistas a Clara López sobre si considera que Colombia ya está madura para que la gobierne una mujer.
Este es un tema que no existe en el mundo, donde el Fondo Monetario Internacional lo preside la señora Christine Lagarde; la señora Ángela Merckel gobierna la Nación más próspera y en la práctica decide por Europa; en Estados Unidos la señora Janet Yellen es cabeza del Federal Reserve el centro de poder económico de más peso en el mundo, y la señora Hillary Clinton es considerada como la más probable sucesora de Obama; donde en Suramérica una Dilma Youssef, una Cristina Fernández y una mujer, Bachelet o Mattei, son cabeza de las naciones más avanzadas del continente.
La inmadurez está en quienes tienen esa inquietud y se la repiten en cada ocasión que una mujer es candidata. Solo entre nosotros subsiste semejante pregunta y es solo el plantearla lo que genera la duda.
Porque en lo que posiblemente estemos más subdesarrollados, y al mismo tiempo sea lo que más subdesarrollo nos traiga, es en los medios de información. Y no solo por su configuración como un oligopolio que detenta ese poder, ni por el unanimismo en ser representantes y defensores todos del statu quo; lo otro que caracteriza el atraso en esa rama es lo poco que evoluciona la mentalidad —y en cierto sentido, la calidad— de los periodistas.
La truculencia; el 'síndrome de la chiva'; el 'carrusel de los medios' que toman como noticia lo que otro medio produce; el otro síndrome de 'mirarse el ombligo' sin informar o informarse nada del mundo fuera de los titulares internacionales del día; la indiferencia y ausencia de cualquier contexto que complemente y mejore la información. De hecho nuestros 'informadores' son los mismos desde hace treinta o cuarenta años, con las mismas técnicas y las mismas inquietudes... pero además siguen siendo los guías de nuestra sociedad.