Cuando Wilson “el Caimán” Gutiérrez murió, las cosas en el barrio cambiaron. Yo tenía doce años y empecé a entender la dinámica del entorno donde crecía. La mamá de Wilson fue a hablar con el “duro” del sector, uno que se mantenía en la misma esquina todas las mañanas; señalando, recibiendo, escuchando y mandando a hacer justicia según las súplicas que le llegaban; la cosa se transformó en una cadena de venganza, algo que ya se veía venir, porque el barrio estaba lleno de cachorros, de esos que sus problemas debían ser solucionados por la perra mayor, pero, cuando ésta moría, ¿qué pasaba?... un cachorro se transformaba en la perra y así, una y otra, y otra vez más.
Era mitad de abril de 2015, quizá la última vez que los diálogos de paz en Colombia estaban yendo, a simple vista, por un buen camino; las FARC asesinaron a 11 militares del ejército en el Cauca y ¡boom! el camino se volvió a cerrar. El hecho sacudió la mal llamada “opinión pública” y, de inmediato, un gran número de personas pidieron, deportivamente, que se entrara a la selva y mataran cuanto uniformado de las filas guerrilleras hubiese. Pero, en realidad dimensionaron lo que es ir a enfrentar un grupo armado, usted que lo pidió ¿sería capaz de coger un rifle y hacerlo, o mandar a uno de sus seres queridos a que lo haga?, es fácil llenarse la boca, pensando que el conflicto es un paisaje de una realidad diaria lejana a nosotros, como una película de ciencia ficción tipo “Rambo” o un video juego estilo “Halo”, pero se equivocan, es más que eso…
Posteriormente, hubo un episodio que me recordó la muerte de ‘el Caimán’. Fue cuando el padre de Óscar David Blanco, uno de los once soldados asesinados, decía en entrevista a RCN 24: “Quiero que el doctor Álvaro Uribe acompañe a este pobre hombre a enterrar a su hijo, que no me desampare”; lo de este desconsolado padre era entre comillas entendible, uno pensar en el ex Presidente como paño de lágrimas, a veces la desesperación hace que reaccionemos de una manera irracional. Pero, que millones de colombianos en las redes sociales publicaran mensajes invocando a los mesías de la guerra como la solución, que los cachorros llamaran a sus perras para que mataran a las otras perras, para que luego los cachorros vengaran a sus perras muertas y así… Dios se apiade del pueblo que no haya aprendido a llorar sus muertos.
Lo que vivimos en nuestros barrios, siempre se va a dimensionar en nuestra realidad nacional. Son hechos que no están alejados como lo pensamos, quizá sí en proporciones, pero la solución guerrerista que muchos plantean jamás va a ser ese anhelado “colorín colorado”. El circulo vicioso en el que estamos inmersos, no deja que esa venda de odio, venganza, del querer que todo funcione como algunos plantean: “unas cuantas bombas en el monte y se acabó”, ¡no!, el fin del conflicto va más allá de ir a buscar al “duro” de nuestros barrios para que frote nuestras mejillas con la misma mano que empuñan su arma justiciera. Tampoco invocando a los Castaño, los Uribe, los Cano, los Escobar, sus herederos y todos los que no lo hicieron cuando pudieron, y que ahora cuando están afuera creen tener la receta mágica para los problemas. ¡Qué cachorros somos!